Anne Rice - El Mesías

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Rice - El Mesías» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Mesías: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Mesías»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Anne Rice abandona momentáneamente las historias de vampiros para adentrarse en la vida de Jesucristo, concretamente en los primeros años de vida de éste. La autora cede la palabra al propio Jesús, quien, con la voz de un niño de siete años, narra sus primeros recuerdos en Alejandría y su traslado, poco tiempo después y junto a su familia, a Nazaret. Es la primera parte de una trilogía que podría relevarse polémica: en un sueño, Jesús, el niño narrador, se encuentra con Satán.

El Mesías — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Mesías», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Me dieron un cuenco de delicioso requesón con miel.

– ¿Qué es? -pregunté.

– Tú come -dijo Cleofás-. ¿No sabes qué es?

Entonces José rió un poco y todos mis tíos se contagiaron como si aquella risa fuera un viento que agitara los árboles.

Mi madre miró el cuenco y dijo:

– Deberías comerlo, si te lo ha dado tu tío.

Cleofás dijo en voz baja pero perfectamente audible:

– «Comerá cuajada y miel hasta que sepa rechazar lo malo y escoger lo bueno.»

– ¿Sabes quién dijo esas palabras? -preguntó mi madre.

Yo estaba comiendo la cuajada con miel. Satisfecho, le pasé el cuenco a Santiago pero él no quería. Se lo di a José y éste lo pasó al de al lado.

– Sé que fue Isaías -contesté a mi madre-, pero no recuerdo más que eso.

Mi respuesta les hizo reír. Yo me reí también, pero la verdad es que no lo recordaba. Quizá no había vuelto a pensar en ello.

Quería aprovechar un hueco, sólo uno, para hacerle una pregunta a Cleofás, pero la oportunidad no se presentó. Estaba anocheciendo ya. Había dormido demasiado y no había hecho mi trabajo después de la clase. No podía permitir que eso volviera a pasar.

18

A medida que pasaban los días le fui tomando gusto a las clases matinales.

Los tres rabinos eran conocidos como los «Mayores» y el más viejo de los tres era el maestro principal además de sacerdote -aunque su avanzada edad le impedía desplazarse a Jerusalén-. Nos contaba unas historias maravillosas y se llamaba Berejaiah hijo de Fineas. Siempre estaba en casa a media tarde si alguno de los chicos quería ir a verle. Vivía cerca de la cima misma de la colina en una casa espaciosa, pues su mujer era rica.

Por las mañanas repetíamos y aprendíamos de memoria pasajes de los libros sagrados, como habíamos hecho en Alejandría, pero aquí era siempre en hebreo, y solíamos hablar en nuestra lengua. Con un poco de insistencia no era difícil conseguir que el rabino nos contara aventuras.

Por las tardes estaba siempre en su biblioteca, con las puertas abiertas al patio, una habitación modesta (según decía él, y de hecho lo era en comparación con la gran biblioteca de Filo) pero cálida y acogedora. Él nunca parecía reacio a contestar preguntas, y por muy cansado que estuviera yo de trabajar, siempre subía a sentarme un rato a sus pies. Los sirvientes eran amables y nos traían agua fresca. Yo habría pasado horas allí escuchando sus historias, pero tenía que volver a casa.

El rabino más joven, bastante reservado, se llamaba Sherebiah y era también sacerdote, aunque tampoco podía ir ya al templo pues había sufrido un terrible accidente al ser asaltado junto con sus hermanos por unos ladrones camino de Jerusalén. Los ladrones lo habían arrojado por un risco y a raíz de eso hubo que amputarle una pierna.

Usaba una pata de palo, aunque la ropa impedía que se le viera; parecía un hombre normal y de aspecto muy saludable y ligero. Pero un sacerdote cojo o manco no podía ir ante el Señor, de modo que oficiaba de rabino en la escuela del pueblo y era muy buscado por sus enseñanzas. Contaban que se había hecho fariseo a partir del accidente. Sus hermanos, también sacerdotes, vivían en la cercana Cafarnaum.

El otro rabino del trío de los Mayores, el que nos había dado la bienvenida en la sinagoga, se llamaba Jacimus y era un gran fariseo -aunque los tres llevaban borlas azules en sus túnicas-. Era muy estricto en todos los hábitos que intentaba inculcarnos.

Todos los familiares del rabino Jacimus -numerosos tíos, hermanos y hermanas con sus maridos e hijos- eran fariseos y cenaban únicamente unos con los otros, práctica habitual entre los fariseos, y las costumbres de Nazaret no siempre eran de su agrado. Pero todo el mundo acudía a ellos en busca de consejo. Dos hermanos del rabino Jacimus eran escribas que redactaban cartas para gente del pueblo, e incluso leían cartas remitidas a personas muy mayores o poco diestras en la lectura. Estos hombres redactaban también otros documentos, y se los solía ver ocupados en sus patios pasando por escrito lo que les dictaba otra persona.

Los tres maestros ejercían de jueces en disputas diversas, pero había otros hombres muy ancianos que raramente salían de sus casas debido a su edad y que solían venir con ellos si había que hacer algún trabajo.

De hecho, también al viejo Justus, nuestro tío, venían a preguntarle a veces su opinión. Justus había perdido el habla, y yo, como cualquier otro, veía que él no sabía lo que le estaban diciendo, pero la gente le contaba sus preocupaciones y el viejo asentía con la cabeza. Agrandaba mucho los ojos y sonreía. Le encantaba que la gente le dijera cosas, y la gente a su vez se sentía bien y se marchaba dándonos las gracias a todos.

Entonces mi madre y la vieja Sara meneaban la cabeza.

Debo decir que muchas personas acudían a esta última. Hombres y mujeres por igual. A veces me parecía que la vieja Sara era tan venerable como decía la gente, por su edad como por su inteligencia y agilidad mental, tanto que algunos ya no la consideraban un ser humano.

Y fue escuchando esta clase de conversaciones como me enteré de cosas relativas al pueblo, muchas de las cuales yo quería saber, pero algunas no.

Me enteré de muchas cosas por los otros niños del pueblo, como la ciega Marya que siempre estaba en el patio de su padre, riendo y charlando, o como los chicos que venían a jugar: Simón el Tonto, que en realidad no era tonto pero que se reía todo el tiempo y era muy amable, Jasón el Gordo, que sí era gordo, Santiago el Orondo, Santiago el Alto, Miguel el Osado y Daniel el Fanático, que debía su mote a que todo lo acometía hecho una furia.

Pero nadie me proporcionó realmente la respuesta a las preguntas que me reconcomían. Me esforzaba por recordar las cosas que mi madre me había dicho. Lo intentaba mientras me afanaba en mis tareas, como pulir la pata de una mesa, o cuando recorríamos el camino hasta la escuela, aunque en estas ocasiones solíamos charlar y cantar y no era fácil concentrarse. En realidad sí me acordaba de lo que me había dicho, pero sólo en imágenes: a mi madre se le había aparecido un ángel y ningún hombre había sido mi padre. Mas ¿qué significaba semejante cosa?

Pensaba cuando tenía ocasión, pero llevábamos una vida ajetreada.

Cuando no estaba trabajando, iba a ver a los rabinos. Nunca quería marcharme de allí. El rabino Berejaiah sentía curiosidad por Alejandría y me preguntaba muchas cosas. Le gustaba oír mis relatos, lo mismo que a su esposa Miriamne, que era la rica de la pareja y no tan anciana, así como el padre de ella, que tenía el pelo blanco, estaba a menudo por allí y nos escuchaba hablar.

Berejaiah había leído los pergaminos regalados por mi familia y me hacía preguntas respecto a Filo. Yo le conté que era muy amable, que me había llevado a ver la Gran Sinagoga, que estudiaba la Ley de Moisés y los profetas y que hablaba de ellos como un rabino, aunque algunos lo consideraban un poco joven para eso. Le describí con detalle la casa de Filo, lo hermosa que era, en la medida en que era apropiado decir tal cosa.

Un carpintero debía tener cuidado con lo que decía de las casas de aquellos para quienes trabajaba. Una casa era un lugar privado. Así me lo habían enseñado desde siempre. Pero la casa de Filo estaba llena de alumnos jóvenes, de modo que me pareció correcto describir los dibujos del mármol del suelo y la montaña de pergaminos que llegaba hasta el techo.

Hablamos también del puerto de Alejandría, del Gran Faro que yo había podido ver de cerca al zarpar de la ciudad. Y le conté de los templos, que ni un buen chico judío podía dejar de ver pues los había por todas partes, y del mercado donde podías comprar casi cualquier producto del mundo y donde oías hablar en latín, griego y otras muchas lenguas. Yo sabía algo de latín, pero poca cosa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Mesías»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Mesías» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Mesías»

Обсуждение, отзывы о книге «El Mesías» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x