• Пожаловаться

Espido Freire: La Flor Del Norte

Здесь есть возможность читать онлайн «Espido Freire: La Flor Del Norte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Историческая проза / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Espido Freire La Flor Del Norte

La Flor Del Norte: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Flor Del Norte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Novela histórica que nos descubre la desgarradora vida de Kristina Haakonardóttir, la joven princesa de Noruega convertida a la fuerza en infanta de Castilla al desposarse con don Felipe, hermano de Alfoso X El Sabio. Kristina partirá desde sus frías tierras del norte en un viaje hacia Castilla para acabar, fi nalmente, en una Sevilla que comienza a florecer y que le sorprende con costumbres, colores y sensaciones nuevas para ella. Pero todos sus descubrimientos estarán impregnados de sufrimiento y agonía por un destino inevitable a la que su misteriosa enfermedad la conduce. La pobre Kristina morirá traicionada y repudiada lejos de su hogar, entre un pueblo que siempre la vio como la Extranjera. «Me llamo Kristin Haakonardóttir, hija y nieta de reyes, princesa de Noruega, infanta de Castilla. Me llamaban La flor del norte, El regalo dorado, La extranjera, y, en los últimos meses, La pobre doña Cristina»

Espido Freire: другие книги автора


Кто написал La Flor Del Norte? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

La Flor Del Norte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Flor Del Norte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Me llamo Cristina, la sangre que corre por mis venas, ahora mortecina, proviene de fuente real, y soy infanta de Castilla.

Junto a mi silla han colocado una mesita muy baja, lacada, con una bandeja hexagonal, una jarra de vino y dos copas de plata. Esperamos la visita de mi confesor, el abad Quintín, que casi todos los días busca una excusa y viene a charlar conmigo. Siempre me lleva un momento reconocerle, porque sus rasgos se desdibujan, como si su rostro se reflejara constantemente en un estanque.

– Hoy os acompañan las fuerzas -me dice, animado, tras las bendiciones de rigor.

Le presentamos escabeches y conservas, y las rechaza con un gesto de su mano blanda. Nunca acepta comer, ni siquiera las amargas aceitunas, aliñadas en bilis, que a mí me entusiasman: creo que la cercanía de los enfermos y los moribundos le disgusta y le afecta el carácter. Antes de que se haya sentado a mi lado me llega una vaharada de perfume, que se ha aplicado en la puerta.

Evita acercarse demasiado y lanza miradas de reojo a la comida, como si estuviera contaminada. Comparte esos usos con otros visitantes, pero en él me irritan más que en nadie, porque está a cargo de mi alma, y cada una de sus preocupaciones delata que se afana más por su cuerpo.

Pero, pese a sus miedos, comparte con gusto mi vino, y bajo el sol eterno de Sevilla se achispa y habla más de la cuenta. Doña Inés le tira de la lengua, y él se deja sonsacar. Yo le escucho de buen grado, porque me dedica tiempo, y entre las enseñanzas dignas y provechosas, cortas y despachadas a toda prisa, me trae cotilleos y rumores. Y, que el cielo me perdone, nunca pensé que existiera un momento en el que anhelaría encontrarme en el mundo tanto como ahora, atenta a las intrigas y los traspiés.

– ¿Hay noticias? -pregunta doña Inés.

– Finalmente, malparió -dice el abad, con tanto sentimiento que nosotras nos sentimos obligadas a fijar la mirada en el suelo y a suspirar con él-. ¡Estaba de Dios!

– La siguiente vez -añado yo, y el abad mueve la cabeza, afligido, porque nada desea más que lograr un potrillo de su yegua mora preferida, y es la segunda vez que lo pierde-. Pero ya ayer barruntabais un mal final.

– Estaba de Dios -repite, sumido en presagios oscurísimos.

Supe que mi enfermedad no tenía cura cuando, hace dos meses, mi frívolo confesor comenzó a deslizar en su conversación, tan propia de charlas de corte y visitas por compromiso, amables frases de consuelo entretejidas con loas a mi familia castellana.

– Doña Cristina, la nuera de un hombre santo no debe temer nada en la otra vida.

Yo, que no había reparado en el tiempo que llevaba sin caminar y me aferraba aún a la esperanza de la sanación, tardé algún tiempo en escuchar lo que me decía, y más aún en comprender que se refería a mi suegro, el rey Fernando.

– La nuera de un rey preferido por Dios, siervo de María Santísima, al que sólo la mala ocasión le impidió ver rematadas las catedrales que había encomendado, encontrará siempre una intercesión divina.

Divertida, le seguí la corriente. Qué sencillo les resulta a los sanos consolar a los enfermos.

– Pero si el buen rey Alfonso inicia pronto la cruzada africana, ¿no me beneficiaría de ello en mi muerte?

Pasó entonces a hablarme de la santidad del rey Alfonso, mi cuñado.

– La cuñada de un señor clarísimo, aún más amante de la Santa Madre que su santo padre, no tiene nada que temer de malignas asechanzas ni de los caminos oscuros. Sabemos, además, que esa cruzada tendrá lugar un día u otro.

No conocí a mi suegro, pero conozco, y bien, la bondad de mi hermano político, a quien, si Dios da vida, algún día veremos también en los altares, como toda su familia intenta al menos con un miembro por generación. San Alfonso el Sabio. Hijo de san Fernando de Castilla, primo de san Luis de Francia, pariente de santa Isabel de Hungría. Una familia virtuosa, intachable. El buen abad omite que el cristianísimo rey me casó con un arzobispo, cuando mi nombre era aún Kristina Haakonardóttir, para mejor gobierno de mi alma. Por lo tanto, atada a mi silla dorada e infiel, pero protegida por tanto santo aristocrático, el camino hacia el cielo se me presenta abierto. Sólo he de encargarme de morir.

Escucho a mi confesor diga lo que diga, porque mi hermana Cecilia me enseñó a hacerlo con todos los que se encontraran en mi entorno, y los viejos hábitos son difíciles de desarraigar: ellos, los castellanos, que son del sur, saben negociar con Dios y con los santos de mejor manera que nosotros en el norte. Tratan con ellos con la familiaridad que les da el que compartan su apellido.

– Quisiera prepararme para una confesión general -indico, cuando considero que su mente ya se ha apartado del potrillo. El deja la copa sobre la bandeja con un ademán tan ofendido que cojo fuerzas para una lluvia de reproches entusiastas.

– ¿En eso pensáis, señora, en lugar de orar por quienes son más desafortunados que vos?

– No sabemos cuándo nos presentaremos para rendir cuentas, y mi estado no permite abrigar muchas esperanzas. Y una deuda con lo Alto pesa sobre mi conciencia.

– Yo os indicaré cuándo es tiempo para la confesión general, y entretanto, rezad, rezad mucho, que los milagros son cosa fácil para quien alberga fe.

El venerable abad paladea el vino y elude cuidadosamente mi promesa a san Olav, que me obliga a erigirle una iglesia, como se le oculta a un moribundo que el médico tarda, que su esposa no le ha perdonado, que sus hijos no acudirán a su lecho. Si le pregunto por cómo van los trámites, si han reunido el dinero, si falta o sobra algo que esté aún en mi mano, lo hago en el preciso momento en el que el borroso hombre ha de marcharse precipitadamente, olvidó algo, aguardan por él en otro lugar, la misa se acerca. Ahora mismo noto, por sus silencios entre los sorbos, que en breve se levantará, se despedirá de doña Inés y de mí, y no regresará en dos, tres días. Qué mala suerte la mía. Nunca es buen momento para hablar de mi iglesia a san Olav.

– Id con Dios, abad.

– Quedad con él, doña Cristina.

Bajo la luz del sol observo mis manos. ¿Es posible que esta piel amarilla, estas uñas descoloridas me pertenezcan? Si levanto mi brazo a contraluz adivino el hueso bajo la carne, un esqueleto que me acompaña y me da caza para devorarme. Otra vez siento tentaciones de pedir un espejo. ¿Y si, finalmente, mi esposo regresa a tiempo para almorzar y me encuentra así? Luego abandono esa idea: no es tiempo para caer en el pecado de la curiosidad, y de la misma manera que me avergonzaban los elogios por bonita, me dolería ahora la pena de ver mi rostro ajado.

Además, don Felipe nunca almuerza en nuestra casa.

Me llamo Kristina Haakonardóttir, hija y nieta de reyes, princesa de Noruega, infanta de Castilla. Me llamaban «la flor del Norte», «el Regalo Dorado», «la Extranjera» y, en los últimos meses, «la pobre doña Cristina». Me obligan a confesarme como una infeliz pecadora, aunque nunca en mi vida he hecho, en mi conocimiento, mal a nadie, y me niegan luego la confesión, como si mi rango me privara de las tentaciones.

No me han casado con un rey, no tendré hijos que serán a su vez reyes. De las ramas que se derivan de una familia extensa, me ha cabido el papel de una hiedra atrevida, de esas prensiles ramas de hiedra que avanzan por una pared hostil, sin hojitas tiernas, con toda certeza sacrificada al empuje de la savia central. Pero soy orgullosa, y me resisto. No trepo hacia la luz, sino hacia la sombra.

Me llamo Cristina, tengo veintiocho años, no logré concebir hijos, y nada de eso alberga ahora la menor importancia, porque todos saben que me estoy muriendo.

He olvidado la mayoría de las flores y los árboles de mi país, y no he aprendido sus nombres en los nuevos idiomas que me rodean. Cada vez dudo más al pronunciar las palabras que antes me eran útiles. Cierto es que las lenguas se comportan como los metales, y se cubren de herrumbre si no se protegen.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Flor Del Norte»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Flor Del Norte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


libcat.ru: книга без обложки
libcat.ru: книга без обложки
Cecilia Ahern
libcat.ru: книга без обложки
libcat.ru: книга без обложки
George Martin
Sharon Penman: El señor del Norte
El señor del Norte
Sharon Penman
José Olaizola: Juana la Loca
Juana la Loca
José Olaizola
Отзывы о книге «La Flor Del Norte»

Обсуждение, отзывы о книге «La Flor Del Norte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.