Solo podía esperar que al anciano le hiciera falta más tiempo para serenarse que el que yo necesitaba para orientarme, pues no tardé en darme cuenta de que estaba perdido en la enorme casa de Ellershaw: tras dar equivocadamente varías vueltas por los bien iluminados pero desiertos pasillos, empecé a temer que iba a perder por completo la oportunidad de seguir a mi presa.
Sin embargo, tras doblar infructuosamente otro recodo de un pasillo, escuché unas voces y me acerqué a ellas con mucho cuidado para no ser descubierto por quien no debía -pensaba en Thurmond, sobre todo-, y avancé hacia allí en silencio, caminando de puntillas, procurando hacer el menor ruido posible hasta llegar a la puerta entreabierta de la que salían las voces que ahora pude identificar como murmullos. Al acercarme más distinguí que se trataba de dos voces, una de hombre y otra de mujer, pero solo cuando pude atisbar el interior por el resquicio entre las hojas vi que eran el señor Forester y la señora Ellershaw, abrazados, conversando en el tono susurrado y presuroso de los amantes secretos. Ella tenía la cabeza apoyada en el hueco del cuello de él. que le estaba expresando su pesar por tener que marcharse.
Este descubrimiento era, a mi entender, muy significativo, pues explicaba la animosidad con que me miraban tanto Forester como la señora Ellershaw. Por fuerza tenían que sospechar que el señor Ellershaw se había procurado los servicios de un hombre experto en indagar secretos porque deseaba saber lo que había entre ellos dos. Yo en ese momento no podía pensar, pero comprendí que tal vez podría aprovechar en mi favor lo que acababa de descubrir.
Estaba ya examinando el pasillo en las dos direcciones y preparándome para marchar, cuando Forester miró casualmente hacia mí. No pude ver ningún motivo de que lo hubiera hecho… y pienso que tal vez fue solo una de esas desgraciadas coincidencias que a veces pueden trastornar la vida del hombre que vive en el secreto y en los rincones oscuros.
Forester se volvió y su mirada se encontró con la mía.
– Weaver -murmuró-. Lo sabía.
Puesto que ya no tenía ningún motivo para agazaparme como un ladrón furtivo, me erguí en toda mi estatura y me acerqué audazmente. Lamentaba que Thurmond se escapara, pero tenía que arreglar las cosas una por una, y hubiera sido una locura soltar aquella pieza con la esperanza de cobrar otra presa mayor.
Forester era, ciertamente, un hombre de elevada estatura, más alto que yo, e intentaría aprovecharse de ello para intimidarme, pero enseguida vi que no era un hombre de acción y que no haría ningún esfuerzo contra mi persona. Solo quería atemorizarme.
– Entrad en la habitación -me susurró.
Obedecí con la actitud tranquila del hombre que está haciendo lo que le resulta más grato imaginar. Así que entré, cerré la puerta, y saludé con la más esmerada cortesía:
– Estoy a vuestras órdenes.
– No juguéis maliciosamente conmigo, señor. Puedo ver que estabais espiando como el ladrón que sois. ¿Y ahora…? ¿Iréis corriendo a vuestro amo para contarle lo que habéis visto? ¿Descargaréis sobre esta querida mujer la desgracia, la vergüenza y la tiranía? Y todo eso… ¿para qué? ¿Por vuestras treinta cochinas monedas de plata? Supongo que es así como actúan los de vuestra calaña…
– ¿Y pensáis que arrojando infamias contra mi pueblo podréis disuadirme de actuar de esa manera?
– Sé que no conseguiré disuadiros, así que os soltaré lo que pienso. Esas ropas de seda no pueden ocultar vuestra naturaleza brutal y vuestra tosca experiencia, y por eso no veo ninguna razón para trataros como a un caballero. No penséis que tengo la menor intención de reprocharos nada. Os hablo solo para que, cuando oigáis hablar de los sufrimientos de esta dama, sepáis que vos sois el causante de ellos y no espero otra cosa que el que purguéis vuestra culpa como hizo vuestro paisano, Judas, y os quitéis la vida.
– Aunque lamento privaros de la satisfacción de injuriar mi carácter, mi patria y mi apariencia, debo informaros de que el señor Ellershaw no me ha pedido que descubriera ningún secreto vuestro, señor. Lo cierto es que me ordenó que me marchara, pero esta casa es tan grande que me he extraviado en ella, he perdido el camino y solamente he dado con vos por una desafortunada casualidad. -Me detuve cuando estaba a punto de prometerle que guardaría ciertos secretos, porque no quería desprenderme ya de una bala que aún podría emplear… si me hiciera falta.
– Por supuesto que él no está aquí por vos -terció la señora Ellershaw. Se adelantó y, aunque su estatura era un poco menor que la mía, mostraba una actitud más decidida que la de su amante. Tenía el busto erguido con los pechos proyectados hacia delante, la barbilla altanera y el rostro encendido por el rubor. Y mantenía rectos los hombros, con la estampa que he visto en más de un púgil en el cuadrilátero-. Decidnos la verdad, señor Weaver. -Habló con voz dura y airada-. Decidnos que a vos no os interesa en absoluto el señor Forester.
– La verdad es que no -le respondí-, pero no logro entender por qué interpretáis con tanto rencor mi indiferencia por lo que él haga o deje de hacer.
– Al señor Ellershaw lo tienen sin cuidado los asuntos del corazón -explicó la mujer a su amante-. Dudo que recuerde, si es que alguna vez lo ha sabido, que los hombres y las mujeres están dispuestos a alentar sentimientos de afecto entre ellos. Si conociera los vuestros, señor, mantendría cerrada la boca hasta que conviniera a sus intereses. No… este hombre está aquí por otro asunto.
– Soltadlo, pues -me exigió Forester, como si tuviera algún medio para obligarme a decir lo que yo prefiriera callar.
– No se me había pasado por la imaginación que él conociera la verdad, pero está claro que la sabe -dijo la señora Ellershaw-. Se trata de Bridget. El maldito trato que ella hizo con él no le bastaba. Ahora quiere acabar para siempre con la amenaza -le explicó a Forester, y a continuación se volvió hacia mí de súbito-: ¿Teníais que registrar mis cosas, mis papeles? No encontraréis nada, os lo aseguro. Y tampoco sabréis nada por mí. Si fuerais la mitad de listo de lo que os creéis, volveríais al señor Ellershaw y le diríais que no podéis averiguar nada acerca del paradero de mi hija, y también que lo más probable es que no lo averigüéis nunca, porque va a ser así. Preferiría arrojarme al fuego como hacen las mujeres hindúes, porque jamás la entregaré a él.
¿Qué locura era aquella? Tardé un momento en recordar dónde había oído aquel nombre, pero enseguida me vino a la memoria la conversación oída durante la cena. Bridget era la hija del primer matrimonio de la señora Ellershaw. Pero… ¿por qué tenía que permanecer ignorado su paradero, y por qué tenía tanto interés en conocerlo el señor Ellershaw, hasta el punto de que su mujer pudiera pensar que me había contratado para descubrirlo?
– Señora -dije, ofreciéndole una nueva reverencia-, creedme si os digo que me conmueven vuestros sentimientos maternales, pero debo afirmar una vez más que buscaba tan solo la salida. Y que no me impulsaba ninguna otra cosa.
Ella clavó los ojos en el señor Forester y los mantuvo fijos en su rostro durante casi un minuto, con expresión dura y firme, hasta que al cabo dijo:
– Seguid por este corredor hasta llegar a una intersección, y tomadla luego hacia la izquierda. Bajad por la escalera y al final, a la derecha, os encontraréis en la cocina. Podéis salir por allí, que me parece que es más conveniente para vos que la entrada principal.
Incliné la cabeza una vez más.
– Como gustéis -dije, sin dar a entender que aquella fuera la salida que yo hubiera debido elegir-. Señor… -añadí, dirigiéndome al señor Forester, como torpe manera de despedirme de él. Después, me apresuré a seguir las indicaciones que me había dado la señora Ellershaw y no tardé en encontrarme en la fría oscuridad de la noche.
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