– ¿Por qué? -preguntó Luc, una y otra vez, pero la respuesta, insatisfactoria, siempre era la misma:
– Porque tu madre está vinculada al Mal que te amenaza a ti, a tu Amada y a la Raza. Estar con ella, exponerte a su contacto, significa exponerte al Enemigo.
– Pero Jacob puede protegerme -protestaba Luc-. Tú y Jacob, y no me pasará nada…
Edouard suspiró.
– Luc, has de comprender que tu Enemigo es muy poderoso, y Jacob y yo tememos demasiado por tu bien para dejarte proteger solo por tus capacidades inferiores. Piensa en tu pobre madre, en lo poco que puedes hacer por ella.
Bajó la cabeza avergonzado, tan contrito y apenado que Luc apoyó una mano en su hombro para consolarle. Por fin, Edouard recobró la serenidad.
– Con el tiempo, Luc, después de que hayas recibido tu iniciación, serás un poderoso mago. Más poderoso que todos tus enemigos. Entonces, quizá, llegará el momento en que nuestra Béatrice, tu madre, nos sea devuelta. Pero hasta entonces… ten cuidado, porque tu Enemigo no desea otra cosa que alejarte de ese momento.
Luc no repuso nada, para no disgustar a su tío, pero se juró que, en cuanto su magia fuera lo bastante poderosa, arrancaría a su madre de las garras del Enemigo y la recuperaría.
– ¿Cuándo seré iniciado? -preguntó a Jacob, seis meses después de pasar a su tutela.
El rabino, con la mitad de la cara en sombras y la otra mitad iluminada por una vela, le miró con semblante apacible.
– Cuando las circunstancias sean favorables, hijo mío.
– ¿Y cuándo será eso? ¿Por qué no podéis iniciarme ahora?
Jacob lanzó una risita, y la frustración provocó que las mejillas de Luc se tiñeran de rubor. Soy capaz de trazar un círculo protector y mágico. Sé las esferas cabalísticas y el alfabeto hebreo, y hacer talismanes y signos cabalísticos, pensó el muchacho. ¿Por qué no me consideran apto?
El anciano observó su aflicción, y dijo, en un tono que transmitía humor y una sincera disculpa al mismo tiempo:
– Lamento decepcionaros, Luc, pero yo no tendré el honor.
– ¿Por qué no, rebbe Jacob?
El humor del anciano se desvaneció.
– Aún no estáis preparado, Luc.
– ¿Por qué?
– La verdadera unión no se puede dar en presencia del miedo. -Hizo una pausa al ver el ceño de Luc-. Yo no puedo por una razón muy práctica: vos buscáis a una mujer.
Al oír la revelación, Luc respiró hondo. Era verdad. Lo sabía sin el menor asomo de duda, y siempre lo había sabido. La había visto aquel terrible día de las ejecuciones públicas en la pira, cuando había caído por el borde de la carreta.
– La niña -susurró para sí-, la de la trenza oscura y los ojos oscuros…
Intentó imaginar cómo sería ahora, transcurridos esos años, pero no pudo. Aun así, comprendió sin sorpresa que la amaba, que siempre la había amado.
– Sí -murmuró Jacob a su lado-. La niña. Sois un mago diestro, ciertamente, y habéis demostrado el talento de la curación, el Toque… Pero carecéis de otros dones, en particular el de la Visión, que necesitaréis para luchar contra vuestros enemigos. Y solo ella puede dároslos. De toda la Raza, solo vosotros dos tendréis tantos dones, y seréis los más poderosos.
Cuando pensó en verla de nuevo, le asaltó tal emoción que apenas pudo hablar.
– Rebbe… ¿cuándo podré…? ¿Cuándo nos encontraremos… los dos?
Jacob meneó la cabeza con añoranza.
– No puedo decirlo. Pero os diré esto… -Se volvió para señalar el tosco cuadro de coloridas esferas, que colgaba sobre ellos en fila-. Aquí, en lo alto, está Kether, la luz blanca, la Divina brillante. Y aquí… -bajó el dedo en zigzag, de esfera en esfera-, en el fondo, está Malkuth, la Reina que gobierna la Tierra. ¿La veis? Este es el sendero que el novio ha de seguir para encontrarse con la novia. Ha de superar muchos obstáculos antes de alcanzar la gloria, el poder de la Divina Unión…
De súbito, Luc sintió una punzada en su corazón. Por primera vez comprendió la inquietud que le había impulsado, la sensación de vacío que experimentaba incluso en compañía de sus seres queridos.
– ¿Cómo puedo esperar? -susurró al borde de las lágrimas-. ¿Cuánto tiempo he de estar separado de ella?
– Solo puedo ayudar en lo que me está permitido -dijo Jacob, con una tierna mirada de compasión en su rostro surcado de arrugas-. No puedo acercarla más a vos, pero os daré a saborear algo de lo Divino. Que el conocimiento de lo que os espera sirva de bálsamo para vuestra alma.
Se levantó y se colocó detrás de Luc, que estaba sentado en un precario taburete. Con sus grandes manos apoyadas sobre los hombros del muchacho, empezó a cantar con una voz tan potente y sonora que el aire de la habitación pareció vibrar:
Atoh… (Soy)
Malkuth… (el Reino)
VeGeburah… (el Poder)
VeGedulah… (y la Gloria)
LeOlahm… (eternos)
Amen…
Luc cerró los ojos y cantó con el rabino, porque había hecho el ejercicio durante meses y se creía muy ducho en él, en visualizar la luz que atravesaba su cuerpo y su ser y penetraba en las esferas del Árbol de la Vida, la sentía florecer en su corazón, anclar firmemente sus pies en la tierra, rodearle con su resplandor. Conocía bien la sensación que seguiría, de profunda paz y claridad.
Pero aquella noche, la sensación que experimentó trascendió todo cuanto había conocido hasta entonces.
Al sonar la palabra «Malkuth», las manos frías y huesudas de Jacob se entibiaron de repente. De ellas emanó un poder similar a un rayo, cegador hasta el aturdimiento, y Luc ya no supo dónde estaba ni fue consciente de la presencia de Jacob. En aquel momento se le antojó que había vivido una existencia ciega y lóbrega, y solo ahora, en su resplandor, podía ver en verdad, ver la Luz, convertirse en ella, en toda su gloria y belleza. En su interior no había límites, ni vida, ni muerte, ni tiempo, ni Luc, ni Edouard, ni Jacob, ni papá, ni mamá, ni iglesia, ni magia ni Tora… Solo una dicha inmensa y omnipresente que desconocía el pesar.
Tal vez estuvo en aquel lugar indescriptible durante una hora. Tal vez un día, un año, una vida, un segundo. No lo sabía. Pero cuando por fin regresó a su estado normal, Jacob estaba sentado a su lado con una sonrisa perspicaz.
– Habéis aprendido los mecanismos de la magia, mi señor. Vuestra dama está aprendiendo a morar en la Presencia. Ella es vuestro corazón, Luc, y cuando llegue el momento de que ella os inicie, moraréis en la Presencia juntos. Bien, ¿cómo la mesuraremos? ¿Qué nombre le daremos? ¿Dios, Zeus, Adonai, Alá? ¿Shekinah, Isis, Atenea? ¿Cómo la adoraremos, como la complaceremos?
El muchacho le ofreció la única respuesta posible. Primero una risita, y luego una estentórea carcajada que hizo bailar la llama de la vela. Aquella noche rieron juntos, en el gélido estudio de Jacob, mientras fuera la nieve se amontonaba como las fuerzas de la perdición.
El verano siguiente llegó la peste. Les comunicaron desde su casa que Nana había muerto, y que el Papa había caído gravemente enfermo pero se había recuperado. Por asombroso que fuera, la enfermedad esquivó la propiedad de Edouard, a sus criados y a los caballeros de la mesnie del castillo. Pero la ciudad sufrió sus estragos, y por más que Luc suplicó, Edouard prohibió a su sobrino que continuara visitando a Jacob.
Pasado un mes desde que la plaga remitiera, Edouard fue a la habitación de Luc.
– Querido sobrino -dijo-, debo darte malas noticias. Han quemado el gueto.
El muchacho se negó a creerlo hasta presentarse en el lugar donde se había alzado la casa de Jacob y arrodillarse en las cenizas, sollozando. Aun entonces, se dijo: Ha escapado. Está vivo en algún sitio y volverá…
Читать дальше