Seguirá hablando de este Kinross de porquería hasta que las velas no ardan, pensó Ruby. No es el oro lo que lo apasiona, es todo lo que puede hacer con el dinero que gana extrayéndolo.
Alexander encontró la veta madre en febrero de 1874. Tres meses antes había empezado a cavar en la roca a unos quinientos metros al norte de las cascadas, prestando atención a que la bocamina estuviera en sus tierras. Excavó un túnel tan estrecho que apenas tenía la altura suficiente para permitirle entrar. Hizo las voladuras, apuntaló, y cavó; él solo lo hizo todo. Su única ayuda, aparte de la pólvora negra, era un juego de barras de apoyo de sesenta centímetros de largo y un contenedor en el que arrojaba los fragmentos de roca para después vaciarlo en la bocamina.
A quince metros de la base de la montaña, al final del túnel, encontró una veta de cuarzo después de una pequeña explosión que sonó más apagada y menos estrepitosa. Tenía sesenta centímetros de ancho, era más alta en la parte izquierda y descendía en la parte derecha. La examinó detenidamente a través de los escombros, a la luz de la lámpara de queroseno, y encontró trozos casi fiables de mena mezclada con pizarra y cuarzo. ¡El Dorado! ¿Cómo supo dónde excavar? A toda prisa, desechó la roca común en el contenedor y apiló la mena a un lado. Después, tambaleándose un poco, caminó hacia la luz brillante del sol con un trozo de mena en la mano y la observó maravillado. ¡Dios! ¡La mitad de aquello era oro!
Entonces, levantó la vista hacia la montaña, sonriendo y temblando. Sentía que las rodillas se le aflojaban. Sube y baja, se dijo, y estoy seguro de que continúa por un largo trecho. Quizá no sea sino otra veta más. El monte Kinross es literalmente una montaña de oro. El lujo bastardo de padre desconocido tendrá tanto poder en estas tierras que comprará y venderá gobiernos enteros. Su sonrisa desapareció, y se echó a llorar.
Y cuando las lágrimas se secaron, miró hacia el sudoeste, hacia Kinross. La ciudad no iba a desaparecer. ¡No señor! Sería como Gulgong. Tendría calles pavimentadas, edificios imponentes. ¿Un teatro de ópera? ¿Por qué no? Un sitio bello construido gracias a una montaña de oro. Sus hijos y los hijos de sus hijos estarían orgullosos de llamarse Kinross.
Al atardecer del domingo siguiente llevó a Sung Chow, Charles Dewy y Ruby Costevan a mostrarles lo que había descubierto.
– ¡Apocalíptico! -exclamó Charles, con sus ojos grises desmesuradamente abiertos por el asombro-. Este debe de ser el sitio en el que Dios dejó todo lo necesario para reconstruir el mundo después de destruirlo. ¡Oh, Alexander, eres un hombre muy afortunado! ¡Son como… como gotas de miel! En Trunkey Creek el oro está distribuido tan sutilmente en el cuarzo que casi no se ve, pero esto parece tener más oro que cuarzo.
– Apocalipsis -dijo Alexander pensativo-. Es un buen nombre para nosotros y para la mina. La mina Apocalipsis y Empresas Apocalipsis. Gracias Charles.
– ¿Yo también estoy incluido? -preguntó Charles ansioso.
– Si no lo estuvieras, no te la habría mostrado.
– ¿Cuánto quieres?
– Un fondo de capital de al menos cien mil libras para empezar, a diez mil libras cada acción. Pienso comprar siete acciones para reservarme el control de la compañía, pero si alguno de vosotros quiere comprar dos, eso incrementaría nuestro capital. La participación es limitada a nosotros cuatro, prorrateada según el número de acciones que tenga cada uno -dijo Alexander.
– Yo estoy de acuerdo en que estés al mando, aunque no tengas la mayoría de las acciones -respondió Charles-. Yo compraré dos acciones.
– Yo también compraré dos acciones -dijo Sung resoplando.
– Para mí sólo una -dijo Ruby.
– No, para ti dos. Una la comprarás tú y la otra es para Lee. La tendrás en fideicomiso hasta que él sea mayor de edad.
– ¡Alexander, no! -A Ruby se le hizo un nudo en la garganta. Por una vez estaba demasiado conmovida para enfadarse-. ¡No puedes ser tan generoso!
– Puedo ser lo que me plazca. -Se volvió para conducirlos hacia la luz y allí se dio otra vez la vuelta para mirarla a la cara-. Ruby, tengo un presentimiento sobre Lee. Siento que tendrá un papel importante en Apocalipsis. Sí, Charles, es un nombre brillante. Esto no es un regalo, mi querida amiga, es una inversión.
– ¿Para qué tanto capital? -preguntó Charles, mientras hacía algunos cálculos mentales a fin de resolver cómo podía reunir veinte mil libras.
– Porque excavaremos la mina Apocalipsis de manera absolutamente profesional desde el principio -dijo Alexander, empezando a caminar-. Necesitaremos mineros, chicos para los explosivos, carpinteros y peones, en fin, por lo menos unos cien empleados bien remunerados. No tengo ninguna intención de convertirme en el blanco de esos agitadores que se especializan en alentar el descontento entre los trabajadores. Quiero una máquina trituradora de veinte cabezas, una docena de bocartes y todo el mercurio necesario para procesar el oro. Crisoles de separación. Máquinas de vapor para hacer funcionar todo, y una montaña de carbón. En Lithgow hay muchísimo carbón, pero el trecho en zigzag por la montaña hace que enviarlo a Sydney cueste tan caro que resulta imposible competir con las minas de carbón del norte y del sur. Empezaremos de inmediato a trabajar en la construcción de un ferrocarril privado de vía normal entre Lithgow y Kinross. ¿Por qué? Porque vamos a comprar una mina de carbón cerca de Lithgow y traeremos hasta aquí nuestro propio carbón. Quemar madera es antieconómico e innecesario. Usaremos lámparas de gas para alumbrar el pueblo, carbón para alimentar las máquinas de vapor, y coque para los crisoles de separación. Tampoco utilizaremos la pólvora negra por mucho tiempo. Voy a traer una nueva maravilla sueca, una sustancia explosiva que se llama dinamita.
– Eso responde a mi pregunta -dijo Charles irónicamente-. ¿Y qué sucede si la veta se agota antes de que tengamos ganancias?
– Eso no sucederá, Charles -respondió Sung con seguridad-. Ya consulté con mis astrólogos, y con el I Ching. Me dijeron que este sitio producirá toneladas de oro durante un siglo.
El hotel Kinross estaba abierto al público, aunque Ruby todavía esperaba que llegaran algunos muebles y accesorios para las habitaciones de menor categoría. Alexander tenía un apartamento en la planta superior, y había esperado hasta ese día para desvelar el misterio de donde había pasado tantas horas durante los últimos tres meses: buscando la veta. ¡Maldito bastardo reservado!
– Espero que el resto de las cosas llegue rápido -dijo Ruby mientras compartían una cena romántica en el salón Ruby-. Una vez que se sepa, vendrán muchísimos periodistas. Otra fiebre del oro.
– Algunos vendrán, por supuesto, pero esto es oro subterráneo y está en una propiedad privada que pertenece a una sociedad. Una compañía que tendrá los derechos de explotación de toda la montaña. -Sonrió y encendió un cigarro-. Además, tengo la extraña sensación de que no hay oro en ningún otro lugar que no sea el monte Kinross. Sin duda otras compañías comprarán tierras adyacentes y buscarán oro, pero no encontrarán nada.
– ¿Cuánto dinero tienes realmente? -preguntó ella con curiosidad.
– Mucho más que las setenta mil libras que invertí en las Empresas Apocalipsis. Por eso contraté a algunos de los hombres que le sobran a Sung para construir un teleférico que llegue hasta la cima de la montaña. Quiero construir una mansión a trescientos metros de altura para el año que viene, la casa Kinross -dijo con entusiasmo-. Por el modo en que está dispuesta esta veta, y sé que hay muchas más, quiero instalar las torres de perforación en una plataforma de piedra caliza, aproximadamente a unos sesenta metros de altura. La piedra caliza se encuentra hacia el oeste, pero yo abriré una cantera y extraeré los bloques que necesito para construir la mansión, lo cual contribuirá a extender la plataforma. El túnel que visteis hoy se convertirá en el túnel número uno. Quince metros hacia abajo, a ras del suelo, habrá una gran bocamina con contenedores, que serán remolcados por el teleférico hasta un sitio donde las locomotoras puedan recogerlos para llevarlos a los bocartes, en el caso de la mena, o a la represa si se trata de roca. Como encontramos un afluente que baja directamente hacia el valle de la represa, podemos construir el muro allí. El teleférico transportará a los mineros y su equipo hasta la plataforma y las torres de perforación, y después subirá hasta mi casa. Lo tengo todo planeado -dijo Alexander satisfecho.
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