Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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Era un paisaje sobrecogedor, muy diferente del de Gilly; tenía que admitir que había aquí una grandiosidad y una belleza de las que Gilly carecía. Resultaba evidente que nunca escaseaba el agua. El suelo tenía color de sangre recién derramada, escarlata brillante, y los frondosos campos de caña ofrecían un contraste perfecto con el suelo: largas hojas de un verde brillante oscilaban a cinco o siete metros por encima de unos tallos de color vino tinto, tan gruesos como el brazo de Luke. En ningún lugar del mundo, soñaba Luke, crecían cañas tan altas y tan ricas en azúcar; su cosecha era la más abundante que se conocía. El suelo rojo y brillante tenía más de treinta metros de profundidad y poseía los elementos nutritivos adecuados, de modo que la caña tenía que ser perfecta, y más teniendo en cuenta la lluvia que caía. Y en ningún otro lugar del mundo era cortada por hombres blancos, al ritmo de un hombre blanco ansioso de dinero.

– Estarías muy bien en una tribuna -dijo irónicamente Meggie.

Él la miró de reojo, receloso, pero no hizo ningún comentario porque el autobús acababa de pararse al lado de!a carretera para dejarles bajar.

Himmelhoch era una casa grande y blanca, en la cima de una colina, rodeada de cocoteros, plátanos y unas hermosas palmeras más bajas cuyas hojas formaban grandes abanicos como colas de pavo real. Un bosquecillo de bambúes de doce metros de altura resguardaba la casa de los embates de los vientos monzónicos del Noroeste; la vivienda, además de su elevada situación, estaba montada sobre pilares de cinco metros de altura.

Luke llevaba la maleta de Meggie, y ésta caminaba fatigosamente a su lado, todavía con los zapatos nuevos y las medias, y el sombrero inclinado sobre la cara. El magnate de la caña de azúcar no estaba en casa, pero su esposa, apoyándose en dos bastones, salió a la galería al subir ellos la escalera. Sonreía; Meggie se sintió inmediatamente mejor, al observar su rostro amable.

– ¡Adelante, adelante! -invitó, con fuerte acento australiano.

Como había esperado oír una voz alemana, Meggie se alegró muchísimo. Luke dejó la maleta de su mujer, estrechó la diestra de la dama al separarla ésta del bastón, y echó a correr escalera abajo, para alcanzar el autobús de regreso. Arne Swenson tenía que recogerle a las diez delante del bar.

– ¿Cuál es su nombre de pila, señora O'Neill?

– Meggie.

– ¡Oh! Me gusta. Yo me llamo Anne, y le pido que me llame así. Me he encontrado muv sola desde que se marchó la chica que tenía hace un mes; pero no es fácil encontrar buenas asistentas, y por eso me he arreglado como he podido. Sólo tendrá que cuidar de Luddie y de mí, pues no tenemos hijos. Espero que se encuentre bien con nosotros, Meggie.

– Estoy segura de que sí, señora Mueller…, Anne.

– Voy a enseñarle su habitación. ¿Podrá llevar la maleta? Por desgracia, yo no sirvo para transportar cosas.

La habitación se hallaba amueblada austeramente, como el resto de la casa, pero daba al único lado de ésta que permitía libremente que le llegara el aire, aparte de que compartía la galería del cuarto de estar, que pareció muy desnudo a Meggie, con sus muebles de caña y la falta absoluta de tapicería.

– Aquí hace demasiado calor para el terciopelo y la tela de algodón -explicó Anne-. Preferimos el mimbre, y llevar la menor cantidad de ropa que permite la decencia. Tendré que instruirla, o se morirá aquí. Va demasiado abrigada.

Ella llevaba una blusa escotada y sin mangas, y pantalones cortos, de los que emergían, vacilantes, sus pobres piernas torcidas. En un abrir y cerrar de ojos, Meggie se encontró vestida de manera parecida, con ropa prestada por Anne, hasta que pudiera convencer a Luke de que le comprase prendas nuevas. Era humillante tener que explicar que no tenü» dinero alguno, pero esta humillación atenuaba un poco su turbación por ir tan mal vestida.

– Bueno, sin duda mis shorts le están mejor que a mí -dijo Anne, y continuó su jovial conversación-: Luddie le traerá la leña; usted no tendrá que cortarla ni subirla por la escalera. Ojalá tuviésemos electricidad, como las casas más próximas a Dunny; pero el Gobierno es más lento de lo que puede imaginarse. Tal vez el año próximo llegará la línea a Him-melhoch, pero, hasta entonces, tendremos que emplear la vieja y horrible cocina de leña. ¡Pero espere, Meggie! En cuanto nos den corriente, dispondremos de cocina eléctrica, luz eléctrica y frigorífico.

– Estoy acostumbrada a pasar sin estas comodidades.

– Sí; pero usted viene de un lugar donde el calor es seco. Esto es peor, mucho peor. Temo que su salud se resienta. Les ocurre a'menudo a las mujeres que no han nacido y se han criado aquí; algo que tiene que ver con la sangre. Estamos, en el Sur, a la misma latitud de Bombay y Rangún en el Norte, ¿sabe? Mal país para los nombres y para los animales, a menos que hayan nacido en él.

– Sonrió-. ¡Oh! Me alegra mucho tenerla conmigo. ¡Vamos a pasarlo muy bien! ¿Le gusta leer? A Luddie y a mí nos apasiona.

La cara de Meggie se iluminó.

– ¡Oh, sí!

– ¡Espléndido! Así no echará tanto de menos a su guapo marido.

Meggie no respondió. ¿Echar en falta a Luke? ¿Era éste guapo? Pensó que, si no volvía a verle, se sentiría absolutamente dichosa. Pero era su marido, y la ley decía que tenía que vivir con él. Se había casado sabiendo lo que hacía; sólo podía culparse a sí misma. Y tal vez cuando tuviesen el dinero y se hiciese realidad la finca de Queensland, Luke y ella podrían vivir juntos, instalarse, conocerse, ir tirando.

Él no era malo, ni antipático; lo que pasaba era que había estado solo tanto tiempo que no sabía compartir su vida con otra persona. Y era un hombre sencillo, implacable en sus propósitos, sin complicaciones. Deseaba una cosa concreta, aunque fuese un sueño; era una recompensa positiva que sin duda llegaría como resultado de un trabajo esforzado, de un enorme sacrificio. En este aspecto, ella le respetaba. Ni por un momento se le ocurrió pensar que emplearía el dinero para darse buena vida; lo había dicho en serio: el dinero permanecería en el Banco.

Lo malo era que no tenía tiempo ni aptitud para comprender a una mujer; parecía no saber que las mujeres eran diferentes, que necesitaban cosas que él no necesitaba, como él necesitaba cosas que no necesitaban ellas. Bueno, habría podido ser peor. Habría podido ponerla a trabajar para alguien mucho más frío y menos considerado que Anne Mueller. En la cima de esta colina, nada malo podía ocurrirle. Pero, ¡ay!, ¡estaba tan lejos de Drogheda!

Esta última idea volvió a su mente cuando acabaron de ver la casa y permanecieron juntas en la galería del cuarto de estar, contemplando Himmel-hoch. Los grandes campos de caña (no se Jes podía llamar Taddocks, porque podían abarcarse con la mirada) ondeaban lozanos bajo el viento, como un inquieto manto verde centelleante y pulido por la lluvia, que se extendía sobre una larga ladera hasta las orillas, flanqueadas de plantas selváticas, de un río muy grande, mucho más ancho que el Barwon. Más allá del río, se elevaban de nuevo los campos de caña, cuadrados, de un verde venenoso salpicado de barbechos de^color sangre, hasta que, al pie de la gran montaña, cesaba el cultivo e imperaba la selva. Detrás del cono montañoso, mucho más lejos, otros picos se elevaban y se extinguían, rojizos, en el horizonte. El cielo tenía un azul más rico y más fuerte que el de Gilly, con blancos vellones de gruesas nubes, y el color de todo el conjunto era vivido, intenso.

– Aquél es el monte Bartle Frere -indicó Anne, señalando el pico aislado-. Casi dos mil metros de altura sobre el nivel del mar. Dicen que es de estaño macizo, pero no hay manera de explotarlo a causa de la jungla.

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