Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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– ¿Desdémona?

– ¡Es verdad que aún no lo sabes! Clyde me escribió a Roma, ofreciéndome el papel. Marc Simpson es Ótelo, y Clyde dirige personalmente la obra. ¿No es maravilloso? Volví a Londres en el primer avión.

Él se tapó los ojos con una mano, alegrándose de que su secretaria estuviese en la oficina exterior y no pudiese verle la cara.

– Justine, herzchen, ¡es una noticia estupenda! -exclamó, dando a su voz un tono de entusiasmo-. Me estaba preguntando por qué habías vuelto tan pronto a Londres.

– ¡Oh! Dane lo comprendió -dijo ligeramente ella-, y, en cierto modo, creo que se alegró de que le dejase solo. Había inventado una historia, diciendo que necesitaba que yo le incordiase para decicirse a ir a casa; pero creo que el verdadero motivo era que no quería que me sintiese excluida de su vida, ahora que ya es sacerdote.

– Es probable -asintió él cortésmente.

– Entonces, hasta el sábado por la tarde -dijo ella-. Alrededor de las seis; así tendremos tiempo de discutir el tratado de paz, mientras bebemos unas botellas, y te alimentaré cuando hayamos llegado a un acuerdo satisfactorio. ¿Te parece bien?

– Sí, desde luego. Adiós, herzchen.

La comunicación se cortó bruscamente al colgar ella el auricular; él sostuvo un momento el suyo en la mano y, después, se encogió de hombros y colgó a su vez. ¡Diablo de Justine! Empezaba a interponerse entre él y su trabajo.

Y siguió haciéndolo en los días sucesivos, aunque él no pensaba que nadie lo sospechara. Y el sábado por la tarde, se presentó en su piso un poco después de las seis, con las manos vacías como de costumbre, pues era difícil hacer regalos a Justine. Las flores le importaban un comino, no comía nunca caramelos y habría dejado en un rincón cualquier obsequio más costoso, olvidándolo después. Los únicos regalos que parecía apreciar eran los que le había hecho Dane.

– ¿Champaña antes de comer? -preguntó él, mirándola sorprendido.

– Creo que la ocasión así lo exige, ¿no? Fue nuestra primera ruptura de relaciones, y ésta es nuestra primera reconciliación -respondió ella, indicándole un cómodo sillón y sentándose a su. vez sobre una piel de canguro, con los labios entreabiertos, como si tuviese preparada una respuesta a cuanto pudiese él decirle.

Pero él no estaba para conversaciones, al menos hasta saber más de cierto cuál era el estado de ánimo de ella, y la observó en silencio. Antes de haberla besado, le resultaba fácil mantenerse parcialmente distanciado; pero ahora, al volver a verla por primera vez después de aquel suceso, tenía que confesarse que le resultaría mucho más difícil en el futuro.

Probablemente, incluso cuando fuese una anciana, conservaría ella algo infantil en su cara y en sus maneras; como si nunca pudiese adquirir una feminidad esencial. Su frío, egocéntrico y lógico cerebro parecían dominarla completamente; sin embargo, Justine ejercía sobre él una fascinación tan poderosa que dudaba de que jamás pudiese remplazaría por otra mujer. Ni una sola vez se había preguntado si valía la pena sostener una lucha tan prolongada. Posiblemente, no lo valía desde un punto de vista filosófico. Pero, ¿qué importaba esto? Ella era un fin, una aspiración.

– Estás muy guapa esta noche, herzchen -dijo Rainer al fin, levantando su copa de champaña en un ademán que podía ser un brindis o un tributo a un adversario.

Un fuego de carbón chisporroteaba sin pantalla t en la pequeña chimenea victoriana; pero Justine no parecía sentir el calor, acurrucada delante de aquélla y mirando a Rainer sin pestañear. Después, dejó su copa sobre la repisa, con un leve tintineo, y se inclinó hacia delante, con los brazos cruzados sobre'las rodillas y ocultos los pies descalzos bajo los/pliegues de su gruesa bata negra.

– No me gusta andarme por las ramas -dijo-. ¿Hablaste en serio, Rain?

Súbitamente relajado, él se arrellanó en su sillón.

– ¿A qué te refieres?

– A lo que me dijiste en Roma… Que me amabas.

– ¿Conque era eso, herzchen?

Ella desvió la mirada, se encogió de hombros, volvió a mirarle y asintió con la cabeza.

– Pues, sí.

– ¿Por qué volver a hablar del tema? Me dijiste lo que pensabas, y yo me imaginé que la invitación de esta noche no era para resucitar el pasado, sino sólo para proyectar el futuro.

– ¡Oh, Rain! Te portas como si creyeras que voy a armar jaleo. Pero, aunque fuese así, seguro que comprendes la razón.

– No, no la comprendo. -Dejó su copa y se inclinó hacia delante, para observar a Justine más de cerca-. Tú me diste a entender rotundamente que no querías saber nada de mi amor, y yo esperaba que tendrías al menos la delicadeza de no volver a hablar de ello.

Justine no había pensado un solo instante que esta reunión, fuera cual fuere el resultado, habría que ser tan incómoda; a fin de cuentas, él se había colocado en la posición de un aspirante, y le correspondía esperar humildemente que ella revocase su decisión. Y, en vez de esto, parecía que él había vuelto las tornas. Ahora se sentía como una colegiala rebelde, llamada a responder de una travesura idiota.

– Mira, amigo, eres tú quien ha cambiado el statu quo, ¡no yo! ¡No te pedí que vinieses esta noche para pedirte perdón por haber herido el amor propio del gran Hartheim!

– ¿A la defensiva, Justine?

Ella se agitó con impaciencia.

– ¡Sí, maldita sea! ¿Cómo consigues hacerme esto, Rain? ¡Oh! ¡Al menos podrías dejar que por una vez llevase yo las de ganar!

– Si lo hiciese, me arrojarías como un trapo sucio -dijo él, sonriendo.

– ¡Todavía puedo hacerlo, amiguito!

– ¡Tonterías! Si no lo has hecho hasta ahora, nunca lo harás. Seguirás viéndome, porque te tengo en vilo: nunca sabes qué esperar de mí.

– ¿Por esto dijiste que me amabas? -preguntó ella, en tono dolido-. ¿Fue sólo un truco para tenerme en vilo?

– ¿Qué crees tú?

– Creo que eres un bastardo de tomo y lomo -contestó ella, apretando los dientes y avanzando de rodillas sobre la alfombra, hasta acercarse lo bastante a él para hacerle ver toda su ira-. Di otra vez que me amas, gordo alemanote, ¡y verás cómo te escupo en un ojo!

Él estaba también irritado.

– No, ¡no volveré a decirlo! No me pediste que viniera por esto, ¿verdad? Mis sentimientos te importan un bledo, Justine. Me pediste que viniera para poder experimentar tus propios sentimientos, y ni siquiera se te ocurrió pensar que esto era injusto para mí.

Antes de que ella pudiera moverse, él se inclinó hacia delante, le agarró los brazos cerca de los hombros, la atrajo y la sujetó fuertemente con las piernas. El furor de Justine se extinguió de pronto; apoyó las manos en los muslos de él y levantó la cara. Pero él no la besó. Le soltó los brazos y se volvió para apagar la lámpara colocada detrás de su sillón; entonces aflojó su presa y reclinó la cabeza en el respaldo, de modo que ella ya no supo si había oscurecido la habitación como primer paso para hacerle el amor, o simplemente para ocultar la expresión de su semblante. Insegura, temerosa de un rechazo declarado, esperó a que él dijese lo que tenía que hacer. Debía haberse dado cuenta de que no se podía jugar con hombres como Rain. Eran tan invencibles como la muerte. ¿Por qué no podía apoyar ella la cabeza en sus rodillas y decirle: ámame, Rain; te necesito, y siento todo lo pasado? ¡Oh! Seguro que, si ella podía hacer que la amase, saltaría algún resorte emocional y todo se derrumbaría, y ella quedaría liberada…

Todavía retraído, distante, él dejó que le quitase la chaqueta y la corbata; pero, al empezar a desabrocharle la camisa, supo ella que la cosa no iba a funcionar. La instintiva habilidad erótica que podía hacer excitante la operación más vulgar no figuraba en su repertorio. Esto era tan importante para ella, que se estaba haciendo un lío. Sus dedos vacilaron y sus labios se fruncieron. Y entonces se echó a llorar.

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