La violación de la niña había destruido la buena fama de los marinos, incluso entre muchos convictos respetuosos con la ley, aunque toda la inicial población de la isla de Norfolk estaba igualmente furiosa ante la creciente tendencia del gobernador Phillips a librarse de las personas conflictivas a expensas de la isla de Norfolk.
Ross tiene toda la razón, pensó Richard. Si muere, estallará la guerra.
Pero, siendo el comandante Ross, no murió. Su vida permaneció en precario equilibrio durante una semana, en cuyo transcurso Richard, Stephen y sus cohortes patrullaron por todas partes y mantuvieron una estricta vigilancia hasta que los dolores del comandante empezaron a disminuir. El doctor Callam no supo si había expulsado la piedra o si ésta se había retirado de nuevo al riñon, pues el dolor no desapareció de inmediato, sino que su intensidad fue disminuyendo poco a poco. Dos semanas después del ataque, el comandante ya pudo bajar a la planta baja y, al cabo de una semana, volvió a ser el mismo enérgico, cáustico y gruñón comandante Ross que todo el mundo conocía y o bien amaba o bien temía o aborrecía.
La balanza se inclinó un poco más en favor del cuerpo de Nueva Gales del Sur cuando a mediados de agosto de 1791 arribó el Mary Ann , el primer barco que llegaba desde que lo hiciera el Supply en abril, y el primer velero de transporte desde hacía un año. Transportaba once soldados más, tres esposas y nueve hijos pertenecientes al cuerpo de Nueva Gales del Sur, y ciento treinta y tres delincuentes, ciento treinta y un hombres, una mujer y un niño. Cuando descargó su carga humana, la población de la isla de Norfolk era de ochocientas setenta y cinco personas. El Mary Ann habría tenido que llevar a bordo provisiones suficientes para alimentar durante nueve meses al nuevo contingente que había descargado, pero, como de costumbre, quienquiera que hubiera calculado cuánto iban a comer los recién llegados, se equivocó de medio a medio. Las provisiones eran más bien para cinco meses.
La nueva remesa estaba integrada por treinta y dos casos perdidos que llevaban mucho tiempo causando problemas al gobernador Phillip y noventa y nueve desgraciados enfermos y medio muertos de hambre procedentes de otro barco que había arribado a Port Jackson, el Matilda . El Matilda y el Mary Ann eran los primeros dos de un contingente de diez veleros que habían zarpado de Inglaterra hacia finales de marzo, lo cual significaba que los barcos estaban efectuando la travesía con más rapidez, con menos escalas y de menor duración. El Matilda había efectuado la travesía en cuatro meses y cinco días sin hacer escala en ningún sitio, y el Mary Ann la había efectuado casi con la misma rapidez. La brevedad de la travesía salvó a los convictos que transportaban los barcos, pues los mismos contratistas negreros habían sido los proveedores de los transportes de 1791: los señores Camden, Calvert & King. Sólo el barco almacén Gorgon de la Armada Real se retrasaría a causa de su prolongada escala en la Ciudad del Cabo, donde compraría la mayor cantidad de animales posible. Puesto que el Gorgon transportaba casi toda la correspondencia y los paquetes, los iniciales habitantes de la isla de Norfolk lanzaron un suspiro y se dispusieron a esperar varios meses más. ¡Oh, qué frustración no saber nunca lo que ocurría en el resto del mundo! A ello se añadía el hecho de que el capitán del Mary Ann Mark Monroe estaba tan poco informado acerca de los acontecimientos mundiales que no podía aportar la menor noticia.
Pero eso sí, montó enseguida un tenderete en la playa recta.
– Stephen -dijo Richard-, voy a pedirte una promesa de hermano. ¿Me puedes prestar oro? Te puedo pagar en pagarés con intereses.
– Te prestaré con mucho gusto el oro, Richard, pero prefiero esperar a que me puedas pagar en oro -contestó astutamente Stephen-. ¿Cuánto necesitas?
– Veinte libras.
– ¡Una bagatela!
– ¿Estás seguro?
– Como tú, hermano, tengo amplio crédito en el Gobierno. Supongo que, en estos momentos, entre dos y trescientas libras… No me molesto en preguntarle a Freeman que me haga la suma total. Mis necesidades son muy simples y no suelen satisfacerse ni con oro ni con pagarés. Mientras que tú tienes que preocuparte por tu esposa y tu familia, por no hablar de la gran casa de dos pisos que te estás construyendo. -Cerrando todas las persianas, Stephen introdujo la mano en las esqueléticas fauces de un tiburón que había capturado en el Alexander y rebuscó hasta que saltó un resorte, dejando al descubierto una puertecita en la pared. La bolsa que sacó era muy abultada.
– Veinte libras -dijo, depositándolas en la palma de la mano de Richard-. Como ves, el préstamo de las veinte libras no me deja precisamente pelado.
– ¿Y si alguien se encapricha de las mandíbulas del tiburón?
– Por suerte, creo que eso ocuparía el último lugar de la lista de preferencias de un ladrón. -Stephen cerró la puerta y volvió a ajustar la posición de su trofeo-. Vamos, si no queremos que otro coleccionista de oro se nos adelante y se quede con las mejores gangas.
Richard compró varias yardas de muselina floreada, sabiendo muy bien que Kitty le había dicho una pequeña mentira; las criadas vestían de lana y diez yardas de muselina valían nada menos que tres guineas. El jurado se había compadecido de las llorosas y desoladas muchachas. Y bien podía hacerlo. También compró barata indiana de algodón para confeccionar ropa de diario para andar entre los cerdos y las aves de corral, hilo de coser, agujas, tijeras, una regla de yarda y unas llanas para sí mismo, y una cocina de hierro con una parrilla de hierro y un cajón para la ceniza en su base, coronada por un horno con una parte superior plana y un agujero para la chimenea. El capitán Monroe vendía láminas de tubería de acero para chimeneas como las que se instalaban en los barcos; dichas láminas valían más que la cocina. Las pocas libras que le quedaban las gastó en la adquisición de grueso tejido de algodón con revestimiento de lanilla para hacer pañales y sarga de lana de color rojo oscuro para la confección de abrigos de invierno para Kitty y el bebé.
– Te has gastado casi tanto dinero como en la compra de los doce acres de tierra -dijo Stephen mientras examinaba la solidez de la cuerda con que estaba asegurando los paquetes en el trineo-. Monroe es un ladrón.
– La tierra requiere esfuerzo y eso yo lo regalo -dijo Richard-. Quiero que mi mujer y mis hijos gocen de toda la comodidad que permite la vida en la isla de Norfolk. Este clima no es apto para las prendas de lana y lona de mala calidad, y las prendas que ya están hechas se rompen en el primer lavado. Londres nos engaña constantemente. Kitty cose todavía mejor de lo que cocina y puede confeccionar prendas de duración. -Se pasó por los hombros las correas del trineo y se las ajustó sobre el pecho. El trineo se puso en marcha sin el menor esfuerzo, a pesar de que llevaba más de trescientas libras de peso-. Te invito a cenar esta noche en el valle.
– Gracias, pero no. Tobías y yo estamos celebrando la partida del condenado pájaro de Mt. Pitt y nos vamos a comer dos espléndidas cuberas que he pescado esta mañana en el arrecife.
– ¡Por Dios, te vas a matar como sigas pescando de esta manera!
– ¡Qué va! Huelo la cercanía de las grandes olas a una milla de distancia.
Cosa que probablemente era cierta, pensó Richard; los conocimientos de Stephen sobre el viento, las condiciones meteorológicas, las corrientes y las olas eran asombrosos; y nadie conocía la isla de Norfolk como él.
En su deseo de dejar primero la cocina en el emplazamiento que iba a ocupar en la nueva casa, Richard empezó a subir por la empinada cuesta de Mount George por el camino de Queensborough. Aquel recorrido de una milla no constituía ninguna novedad para él; había subido innumerables veces por la cuesta de la colina con el trineo cargado de calcarenita. Unas ruedas habrían dificultado la subida, pues el trineo se deslizaba suavemente por las rodadas que sus patines habían trazado cuando el camino estaba lleno de barro. Cosa que aquel año no había ocurrido muy a menudo, pues había sido muy seco. Sólo los ocasionales aguaceros nocturnos habían permitido que el trigo y el maíz crecieran estupendamente bien.
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