Colleen McCullough - La huida de Morgan

Здесь есть возможность читать онлайн «Colleen McCullough - La huida de Morgan» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La huida de Morgan: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La huida de Morgan»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Bristol, Inglaterra 1787. Cientos de prisioneros iban a ser arrancados de su tierra natal y forzados a emprender un duro viaje por mar para poblar tierras desconocidas y hostiles. Abandonados a su suerte en tierras australianas, su llegada sería sólo el principio de una larga odisea. Morgan habría de conocer el lado más cruel del ser humano, pero también el amor y la amistad más sinceros. La huida de Morgan parte de episodios históricos para narrar la increíble epopeya de los primeros colonos en Australia.

La huida de Morgan — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La huida de Morgan», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Por qué no tienes las manos endurecidas y encallecidas? -le preguntó en determinado momento, estirándose y doblándose bajo sus rítmicas caricias.

– Porque soy armero de oficio y me las cuido mucho. Todas las cicatrices y los callos destruyen una parte de la sensibilidad sin la cual un armero no puede trabajar. Me las envuelvo en trapos cuando no dispongo de guantes -le explicó él.

Y, de esta manera, contestó a una de sus preguntas. Lo malo era que se negaba a contestar a casi todas, como, por ejemplo: ¿Qué clase de vida llevaba en Bristol? ¿Cuáles eran los detalles de su condena? ¿Cuántas esposas había tenido? ¿Tenía algún hijo en Bristol? ¿Cómo murió la hija que ahora tendría su edad? Su respuesta era siempre una sonrisa, tras la cual apartaba a un lado las preguntas con una suavidad no exenta de firmeza. Hasta que, al final, ella dejó de hacerle preguntas. Cuando él estuviera preparado para contárselo, lo haría. Pero puede que jamás lo estuviera.

¡Oh, qué bien hacía el amor! Aunque había escuchado literalmente cientos de conversaciones entre mujeres acerca de las exigencias sexuales de los hombres y la molestia que suponía verse obligadas a ceder a ellas, Kitty esperaba con ansia sus noches. Eran para ella el mayor placer que jamás hubiera conocido. Cuando sentía que él alargaba la mano en las primeras horas de la noche, se volvía hacia él con entusiasmo, excitada por un beso en su pecho o por la sensación de su boca contra su cuello. Y no era un recipiente pasivo; a Kitty le encantaba aprender a excitarlo y complacerlo.

Sin embargo, no creía estar enamorada de él. Pero lo amaba. Llegó a la conclusión de que su inmensa edad servía para convertirlo en un amante y un compañero mucho mejor. El simple hecho de mirarlo no despertaba su deseo, no aumentaba los latidos de su corazón ni le cortaba la respiración. Su deseo sólo se despertaba cuando él la tocaba o cuando ella lo tocaba a él. Cada día él le decía con la naturalidad y espontaneidad de un niño que la amaba y que ella era el principio y el final de su mundo. Y ella lo escuchaba, halagada de que le dijera unas cosas tan agradables, pero sin que su cuerpo y su alma se emocionaran.

Aquel día, sin embargo, era especial. Por una vez, fue Kitty la que inició las manifestaciones de afecto, acunándole la cabeza contra su cuerpo.

– ¿Richard? -le dijo, contemplando su corto cabello oscuro y pensando que ojalá se lo dejara crecer, pues tenía capacidad para ondularse.

– ¿Mmmmmm?

– Estoy embarazada.

Al principio, él se quedó petrificado, pero después levantó la cabeza y la miró con el rostro transfigurado por la alegría. Pegando un brinco, la levantó del suelo y la besó una y otra vez.

– ¡Oh, Kitty! ¡Mi amor, mi ángel! -El júbilo se desvaneció y fue sustituido por el temor-. ¿Estás segura?

– Olivia dice que estoy encinta, aunque yo ya estaba segura.

– ¿Cuándo?

– A finales de febrero o principios de marzo, pensamos. Olivia dice que me preñaste a la primera, como Nat. Y según ella, eso significa que seremos muy fértiles y tendremos todos los hijos que queramos.

Richard tomó su mano y se la besó reverentemente.

– ¿Te encuentras bien?

– Muy bien, dentro de lo que cabe. No he tenido la regla desde que me tomaste. Me mareo un poco a ratos, pero no tiene ni comparación con los mareos del barco.

– ¿Estás contenta, Kitty? Ha ocurrido muy pronto.

– ¡Oh, Richard, es un sueño! Estoy… -se interrumpió, buscando una nueva palabra-… extasiada. ¡Auténticamente extasiada! ¡Mi propio hijo!

El lunes por la mañana Richard se enteró a través de los rumores que circulaban de que el comandante Robert Ross estaba gravemente enfermo. El martes por la mañana, el soldado Bailey lo llamó de inmediato a la presencia del comandante.

Ross se encontraba en la gran estancia del piso de arriba que solía utilizar como estudio porque el hecho de estar allí lo aislaba de las visitas inoportunas. Cuando Richard siguió a la señora Morgan -muy preocupada y circunspecta- al piso de arriba y entró en la habitación, experimentó un sobresalto. El color del rostro del comandante era más gris que el de sus ojos, profundamente hundidos en las negras cuencas; Ross permanecía tumbado más rígido que una tabla, con los brazos estirados junto a los costados y las manos en gesto curiosamente expectante.

– ¿Señor?

– ¿Morgan? Bien. Quédate donde yo pueda verte. Señora Morgan, os podéis retirar. El doctor Callam no tardará en llegar -dijo Ross con voz firme.

De repente, su cuerpo se contrajo en un terrible espasmo y sus labios se separaron de los dientes en un rictus; a pesar de sus esfuerzos, emitió un gemido que Richard sabía muy bien que en otro hombre habría brotado como un grito. Soportó el ataque gimiendo y asiendo el cubrecama con unas manos que parecían garras; era lo que todos esperaban y para lo que ya tenían que estar preparados. Richard esperó en silencio, sabiendo que Ross no quería comprensión ni ayuda. Al final, el dolor desapareció y le dejó el rostro empapado en sudor.

– Ya estoy mejor para un buen rato -dijo después-. Callam dice que es una piedra en el riñon y Wentworth está de acuerdo. En cambio, Considen y Jamison discrepan.

– Pues yo me fío más de Callam y Wentworth, señor.

– Yo también. Jamison no sería capaz ni siquiera de castrar un gato y Considen es un prodigio arrancando muelas.

– No gastéis energías, señor. ¿En qué puedo serviros?

– Ten en cuenta que me puedo morir. Callam me administra un remedio que, según él, relaja el conducto que comunica el riñon con la vejiga en la esperanza de que pueda expulsar la piedra. Hacerlo así es mi única salvación.

– Rezaré por vos, señor -dijo Richard con toda sinceridad.

– Supongo que eso me será más útil que los medicamentos de Callam.

Se produjo otro espasmo que el comandante resistió.

– Si muero antes de que llegue un barco -dijo cuando terminó el espasmo-, este lugar se encontrará en una situación muy peligrosa. El capitán Hill es un necio y el teniente Ralph Clark tiene un nivel intelectual de aproximadamente la misma edad que el de mi hijo. Faddy es un bobalicón y un niño. Entre mis marinos y los soldados del cuerpo de Nueva Gales del Sur estallará una guerra, en la que todos los más miserables convictos, desde Francis a Peck, se alistarán con Hill. Habrá un baño de sangre y es por eso por lo que tengo intención de expulsar esta maldita piedra. Cueste lo que cueste.

– La expulsaréis, señor. No hay piedra capaz de destruiros -dijo Richard sonriendo-. ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

– Pues sí. Ya he visto al señor Donovan y a otros, y he autorizado la distribución de mosquetes. A ti también se te entregará uno, Morgan. Por lo menos, los mosquetes de la marina disparan, gracias a ti. El cuerpo de Nueva Gales del Sur no cuida sus armas y yo no le he ofrecido tus servicios a Hill. Mantente en contacto con Donovan… y no confíes en Andrew Hume, que se ha puesto del lado de Hill y toma parte en sus fechorías. Hume es un farsante, Morgan, sabe tan poco como yo acerca de la transformación del lino, pero espera allí en Phillipsburgh como una araña, pensando que entre él y Hill controlan la mitad de esta isla.

– Vos concentraos en expulsar la piedra, señor. No permitiremos que Hill y su cuerpo de Nueva Gales del Sur se apoderen del mando.

– ¡Oh, ya vuelve otra vez! Vete, Morgan, y permanece alerta.

Sintiendo que la cabeza le daba vueltas, Morgan se quedó de pie en el rellano, tratando de imaginarse la isla de Norfolk sin el comandante Ross. La situación ya era muy tensa por culpa del soldado Henry Wright, el cual había sido sorprendido violando a Elizabeth Gregory, una niña de diez años de Queensborough. Para agravar las cosas, se trataba del segundo delito de Wright, que dos años atrás había sido condenado a muerte en Port Jackson por haber violado a una niña de nueve años, pero su excelencia lo había indultado a última hora con la condición de que se pasara el resto de su vida en la isla de Norfolk, traspasándole con ello su problema al comandante Ross. La esposa y la hija de corta edad de Wright lo habían acompañado, pero, tras el escándalo de la violación de Elizabeth Gregory, la esposa había pedido autorización para regresar con su hija a Port Jackson. Ross se la había concedido y había condenado a Wright a pasar tres veces por baquetas: primero en Sydney Town, después en Queensborough y, finalmente, en Phillipsburgh. La baqueta de Sydney Town tuvo lugar el mismo día en que el comandante Ross se puso enfermo; desnudo de cintura para arriba, Wright tuvo que correr entre dos hileras de personas de toda condición, sedientas de sangre y armadas con azadas, destrales, porras y látigos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La huida de Morgan»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La huida de Morgan» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Colleen McCullough - El Primer Hombre De Roma
Colleen McCullough
Colleen McCullough - El Desafío
Colleen McCullough
Colleen McCullough - El caballo de César
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Czas Miłości
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Credo trzeciego tysiąclecia
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Antonio y Cleopatra
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Morgan’s Run
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Las Señoritas De Missalonghi
Colleen McCullough
Colleen McCullough - 3. Fortune's Favorites
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Angel
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Sins of the Flesh
Colleen McCullough
Отзывы о книге «La huida de Morgan»

Обсуждение, отзывы о книге «La huida de Morgan» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x