La estrechó en sus brazos y dejó que ella percibiera la suavidad de la piel, el juego de los músculos, la fuerza y la ternura, todo el amor para el cual no había encontrado salida durante años y años. Y ella pareció sentir en su unión sin palabras la pauta eterna, y saber el cómo, el dónde y el porqué. Siempre el porqué. Si él le hizo daño, fue sólo un instante, tras el cual, ya no hubo mañana, sólo ella y aquello por toda la eternidad. ¡Derrama todo tu amor, Richard Morgan, no te dejes nada! Dale todo lo que eres y no cuentes el precio. Ésta es la única razón del amor y ella, mi regalo de Dios, conoce, siente y acepta mi dolor.
De junio de 1791 a febrero de 1793
– Peg -dijo Richard, accediendo por una vez a facilitar voluntariamente información de carácter emocional- fue mi primer amor. Annemarie Latour fue puramente sexo. Kitty es mi último amor.
Stephen lo miró con ojos risueños, preguntándose cómo habría podido convertir lo que hubiera tenido que ser un enamoramiento en lo que sin duda sería una pasión duradera. ¿O acaso ha llegado tan lejos durante tanto tiempo que cualquier cosa que experimenta la amplía mil veces más?
– Eres la demostración viviente de que no hay nadie tan necio como un viejo necio, Richard. Kitty es amor y sexo todo envuelto en el mismo paquete. Para ti, por lo menos. Para mí… Yo solía pensar que el sexo era… bueno, si no lo más importante, sin duda lo más urgente, aquello que tenía que satisfacer a toda costa. Pero tú me has enseñado muchas cosas, una de las cuales es el arte de prescindir del sexo. -Stephen esbozó una sonrisa-. Siempre y cuando no aparezca alguien absolutamente delicioso. Entonces me desmorono. Pero se me pasa. Y la persona también.
– Como todo el mundo, necesitas ambas cosas.
– Tengo las dos. Pero no envueltas en el mismo paquete. Lo cual he descubierto que me va muy bien. Y, desde luego, no me quejo -añadió, levantándose con sincero regocijo-. Gracias a mi estancia en la isla de Norfolk me van a otorgar un puesto en la Armada Real, estoy firmemente empeñado en que así sea. Entonces me pasearé por el alcázar con mi uniforme blanco, oro y azul marino, con un catalejo bajo el brazo y cuarenta y cuatro cañones a mis órdenes.
Ambos se habían detenido para beber un trago de agua y descansar un poco del esfuerzo de cavar los cimientos de la nueva casa de Richard.
A Joseph McCaldren le habían concedido sus sesenta acres de tierra y se había desprendido alegremente de las mejores doce a cambio de la suma de veinticuatro libras; había hecho un buen negocio. D'arcy Wentworth había adquirido a continuación las restantes cuarenta y ocho y una parte de los sesenta acres de Elias Bishop en Queens borough. El comandante Ross había aprobado la cesión de la propiedad de muy buen grado.
– Me alegro mucho de que ocupes las tierras de McCaldren -le dijo a Richard-. Las has desmontado y las has dedicado al cultivo inmediatamente. Y eso es lo que la isla necesita. Más trigo, más maíz.
En la isla de Norfolk sólo había cuatro parcelas que incluían ambas orillas de la corriente; inmediatamente se las conoció como runs , corrientes, precedidas por el nombre del propietario. Lo cual dio a la isla de Norfolk cuatro nuevos puntos destacados que añadir a Sydney Town, Phillipsburgh, Cascade y Queensborough: Drummond's Run, Phillimore Run, Proctor's Run y Morgan's Run.
Por desgracia, los aserraderos dejaban a Richard muy poco tiempo para la construcción de su nueva casa. En Sydney Town se tenían que construir cuarteles y también cabañas aceptables para el cuerpo de Nueva Gales del Sur en el lugar previamente ocupado por los marinos del Sirius . Se tenía que acabar de construir una cárcel como Dios manda y más viviendas para funcionarios civiles. La lista del comandante Ross era interminable. Nat Lucas, que tenía más de cincuenta carpinteros a sus órdenes, no daba abasto.
– Ya no puedo garantizar la calidad del trabajo -le dijo éste a Richard durante el almuerzo del domingo en la casa de Richard a la entrada del valle-. Algunos edificios son de muy mala calidad, construidos sin el menor cuidado, y yo no puedo vigilar Queensborough, Phillipsburgh y todo lo demás. Me paso la vida corriendo y el teniente Clark me persigue constantemente por la cuestión de la colonia occidental, el capitán Hill me sacude con violencia por los hombros para quejarse de que las cabañas del cuerpo de Nueva Gales del Sur tienen goteras o corrientes de aire o qué sé yo… La verdad, Richard, ya no puedo más.
– Tú haces todo lo que puedes, Nat. ¿Se ha quejado de algo el comandante?
– No, es demasiado realista. -Nat miró a Richard con semblante preocupado-. Esta mañana me han dicho que el teniente Clark se ha tenido que encargar de los oficios religiosos por que el comandante se encuentra indispuesto. Mejor dicho, muy indispuesto, según Lizzie Lock.
Ninguno de los amigos más íntimos de Richard llamaba «señora Morgan» al ama de llaves del comandante.
El almuerzo había sido delicioso. Kitty había matado dos patos muy gordos y los había asado en una gran cazuela de horno con patatas, nabos y cebollas alrededor; después les había enseñado a Olivia y a sus gemelas a Augusta y a sus crías hembras, que muy pronto serían sacrificadas y vendidas a los almacenes o bien enviadas junto con su madre a un nuevo macho del Gobierno. ¡Menos mal que Richard había construido una pocilga muy grande!
– Cuando hayas echado los cimientos, Richard -dijo Nat, cambiando de tema-, George y yo hemos organizado una tanda de trabajo de dos fines de semana seguidos para levantar tu casa y hemos pedido permiso al comandante para que nos dispense de los oficios religiosos del domingo. De esta manera, con un poco de suerte, te podrás ir de aquí antes de la llegada de la nueva remesa de convictos. Todo será muy rudimentario, pero podréis vivir y tú podrás terminar la casa sin ayuda. ¿Tienes suficiente madera?
– Sí, de mi propia tierra. Instalé un aserradero y Billy Wigfall, que Dios lo bendiga, asierra para mí. Harry Humphreys y Sam Hussey vienen algunos sábados mientras que Joey Long descorteza los troncos. He pensado que podría empezar a desmontar mis propias tierras en lugar de utilizar árboles de otros lugares.
Es un hombre feliz, pensó Nat, y yo me alegro mucho por él. Cuando Olivia me dijo que tenía a Kitty en casa como amiga, ¡con lo muy enamorado que estaba de ella!, recé para que la chica tuviera un poco de sentido común y comprendiera la suerte que había tenido. Olivia dice que las mujeres se desmayan de sólo ver a Richard, pero es que las mujeres son muy raras. Y lo que más me gusta es que Kitty no sea una lagarta.
Las mujeres entraron conversando animadamente entre risas. Kitty sostenía en brazos al bebé William con un brillo tan especial en los ojos que Nat parpadeó, preguntándose cómo era posible que al principio le hubiera parecido fea. Las pequeñas Mary y Sarah se quedaron fuera para jugar con el perplejo MacTavish ; tanto si miraba a la derecha como si lo hacía a la izquierda, veía a la misma niña.
– Me gustan todos tus amigos y sus mujeres, Richard, pero confieso que mi preferido es Nat Lucas -dijo Kitty en cuanto sus invitados se fueron, situándose detrás de su silla y atrayendo su cabeza hacia su vientre. Con los ojos cerrados, él la mantuvo allí, satisfecho.
El mundo de Kitty se había ensanchado en tantas direcciones distintas que casi parecía increíble. La primera noche de amor había sido un sueño deslumbrante; así la llamaba porque para ella los sueños eran mucho más hermosos que la vida. En los sueños ocurrían cosas extraordinarias e imposibles, como, por ejemplo, casas en Faversham, rodeadas de jardines floridos. Sin embargo, aquella noche había sido una realidad que se extendió a la siguiente y a todas las noches sucesivas. Las manos que tan hermosas le parecían le habían recorrido el cuerpo con la suavidad del terciopelo de seda.
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