Estaban a punto de partir hacia Central Park cuando se abrió la puerta del despacho y escucharon pasos.
– ¿Tu padre?
– ¡Chissst! Espera… Ya veremos.
– No podemos ver nada, estamos encerrados.
– ¡Qué tonta eres! Espera… Quizás sea el Gran Conejo Blanco.
Era Philippe. Escucharon su voz. Hablaba por teléfono. En inglés.
– ¿Crees que está jugando con nosotros? ¿Conoce el MISS?
– ¡Chissst!
Puso la mano en la boca de Zoé y los dos escucharon, reteniendo el aliento.
– She didn't write the book, John, her sister wrote it for her. I am sure of it… [12]
– ¿Qué dice?
– ¡Espera!
– Yes, she's done it before! She's such a liar. She made her sister write the book and she is taking advantage of it! It's a big hit here in Trance… no! Really! l'm not kidding! [13]
– ¿Qué está diciendo? ¡No entiendo nada!
– ¡Qué pesada eres, Zoé! Espera. Te traduciré después. Me vas a hacer perder frases.
– So let's do it. In New York…At the film festival. I know for sure he's going to be there. Can you manage everything? OK… We talk soon. Let me know… [14]
Colgó.
Los dos niños permanecieron petrificados en el ropero. No se atrevían a moverse, ni siquiera a susurrar. Philippe encendió entonces su cadena de alta fidelidad y una música clásica inundó la habitación, permitiéndoles hablar.
* * *
– ¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho? -insistió Zoé quitándose sus gafas redondas.
– Ha dicho que mi madre no ha escrito el libro. Que fue tu madre la que lo escribió. Dice que mi madre ha hecho ya eso antes. Que es una enorme embustera.
– ¿Y tú le crees?
– Si él lo dice, es que es verdad… Él no miente nunca, estoy seguro.
– Es cierto que el siglo XII es más bien de mamá. Así que ella habría escrito el libro y es tu madre la que… Pero ¿por qué, Alex, por qué?
– No lo sé…
– Podríamos preguntárselo al Gran Conejo Blanco.
Alexandre la miró con aire grave.
– No, vamos a quedarnos todavía un poco más: quizás vuelva a telefonear.
Oyeron a Philippe caminar por el despacho. Se detuvo. Comprendieron que estaba encendiendo un cigarro y pronto sintieron que el olor a tabaco invadía la habitación.
– ¡Qué mal huele! -protestó Zoé-. Tenemos que salir. Me pica la nariz…
– Espera primero a que se vaya. No podemos dejar que nos vean… Después ya no habrá más MISS. Un sitio secreto, si es descubierto, deja de existir… Aguántate y espera.
No tuvieron que esperar mucho tiempo. Philippe salió de su despacho para preguntar a Carmen dónde estaban los niños.
Salieron del ropero sin hacer ruido y entraron en la habitación de Alexandre donde los encontró Philippe, sentados en el suelo, leyendo tebeos.
– ¿Qué tal niños?
Se miraron incómodos.
– ¿Os he asustado? ¿Queréis que veamos una película juntos? Mañana no hay colegio, podéis acostaros tarde.
Aceptaron aliviados y se pelearon por elegir la película. Alexandre quería ver Matrix y Zoé, La bella durmiente, Philippe los reconcilió proponiendo ver El asesino vive en el 21.
– Así, Zoé, estarás contenta. Sentirás un poco de miedo, pero sabes que terminará bien.
Se acomodaron delante de la tele y, mientras Philippe ponía la película, los dos niños se lanzaron una mirada de complicidad.
* * *
Había sido Luca el que se lo había comentado seis meses antes: «En octubre próximo habrá un coloquio sobre lo sagrado en la Edad Media, en Montpellier, yo participo, debería usted venir e intervenir. Una publicación más le vendría muy bien». Iba a encontrarse con él en Montpellier. Hablaría el viernes. Ella estaba inscrita para el sábado por la tarde.
Había vuelto después de haber desaparecido todo el verano. Sin explicación. Un buen día se lo había cruzado en la biblioteca. Ella no se había atrevido a hacer preguntas. El había preguntado: «¿Ha pasado usted un buen verano? Tiene usted buena cara, ha adelgazado, le sienta bien… Me he comprado un móvil, detesto la idea de tener uno, pero debo reconocer que es práctico. No sabía cómo contactar con usted este verano, no sabía su número. Los dos estamos pasados de moda de verdad».
Ella había sonreído, conmovida al oírle decir «los dos», conmovida de que él se comparase con ella. Después se había repuesto y había presumido de los encantos del verano, Deauville, París en el mes de agosto, la biblioteca casi vacía, la circulación fácil, las orillas del Sena, París Playa.
Vino a buscarla a la estación. Con su eterna parka, la sonrisa en los labios, una barba de tres días que sombreaba sus hundidas mejillas. Parecía feliz de que ella estuviese allí. Cogió su bolso y la condujo hasta la salida apoyando ligeramente la mano en su hombro. Ella caminaba mirando a uno y otro lado para ver si la gente la miraba acompañada de un hombre tan guapo. Eso le elevaba su autoestima.
– Yo también me he comprado un móvil.
– ¡Ah! Muy bien… Ya me dará el número.
Pasaron delante de un quiosco: en el escaparate se presentaba una larga fila de ejemplares de Una reina tan humilde. Joséphine sintió un sobresalto.
– ¿Ha visto eso? -dijo Luca-. ¡Qué éxito! Lo compré después de toda la publicidad que hicieron y no está nada mal. Nunca leo novelas recientes, pero esta, por la época en la que se desarrollaba, tuve ganas de leerla. La devoré. Muy bien escrita. ¿La ha leído usted?
Joséphine balbuceó que sí y, cambiando de tema de conversación, le preguntó qué tal iban las conferencias. Sí, los conferenciantes eran interesantes, sí, su intervención había ido bien, sí, habría una publicación.
– Y esta noche, si no tiene usted inconveniente, la invito a cenar. He reservado una mesa en un restaurante al borde del mar. Me han hablado muy bien…
La tarde pasó rápido. Ella habló durante veinte minutos con voz clara y segura en un anfiteatro, ante una treintena de personas. Se mantuvo derecha y se sorprendió de su nueva seguridad. Algunos colegas vinieron a felicitarla. Uno de ellos hizo alusión al éxito de Una reina tan humilde, congratulándose de que el siglo XII fuese por fin destacado y liberado de sus tópicos. «Hermosa obra, hermoso trabajo», concluyó al dejarla. Joséphine se preguntó si hablaba de su conferencia o de la novela, y luego se recuperó diciéndose que las había escrito la misma persona. ¡Voy a acabar por olvidarlo! Se dijo guardando sus papeles.
Se encontró con Luca en el hotel. Cogieron un taxi para ir al restaurante en la playa de Carnon y ocuparon una mesa al borde del mar.
– ¿No tiene usted frío? -preguntó él desplegando el menú.
– No. Con la calefacción exterior gratinándome los hombros bastará -respondió ella, riéndose, indicando con el mentón el brasero que servía de calefacción auxiliar.
– Va usted a acabar asada. Y la pondrán en el menú.
Rio y eso le transformó. Tenía un aspecto más joven y más ligero, liberado de las sombras que habitualmente le rodeaban.
Ella se sentía de buen humor, desenvuelta. Echó un vistazo al menú y decidió pedir lo mismo que Luca. El pidió vino con aire serio. Es la primera vez que le veo tan relajado, quizás, después de todo, se sienta feliz en mi compañía.
Le hizo preguntas sobre sus hijas, le preguntó si siempre había tenido ganas de tener hijos o si Hortense y Zoé habían sido los frutos del azar conyugal. Ella le miró extrañada. Nunca se había planteado esa cuestión.
– De hecho, sabe, antes yo no pensaba demasiado. Fue después de mi separación de Antoine cuando la vida se hizo más complicada. También más interesante… Antes, dejaba pasar la vida, seguía mi pequeño camino trazado: me casé, tuve hijos y hubiese envejecido con mi marido, para después convertirme en abuela. Una vida pequeña sin historia. Es la separación la que me ha despertado…
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