Blake Pierce - Antes De Que Necesite

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De Blake Pierce, el autor de éxitos de ventas como ONCE GONE (un éxito de ventas #1 con más de 900 críticas de 5 estrellas), llega el libro #5 en la excitante serie de misterio Mackenzie White. En ANTES DE QUE NECESITE (Un Misterio con Mackenzie White – Libro 5), llaman a la agente especial del FBI Mackenzie White para que resuelva un caso con el que jamás se ha encontrado antes: la víctima no es ni un hombre ni una mujer, sino una pareja. La tercera pareja que encuentran muerta en su casa en lo que va de mes. A medida que Mackenzie y el FBI tratan de averiguar quién querría asesinar a unas parejas felizmente casadas, su investigación le lleva hasta el fondo de un mundo y una subcultura perturbadores. Cae en la cuenta con rapidez de que no todo es lo que parece detrás de las vallas blancas de los hogares perfectamente suburbanos – y de que la oscuridad acecha en los límites de las familias más felices. Cuando su investigación se transforma en un juego letal del gato y el ratón, Mackenzie, que sigue tratando de encontrar al asesino de su propio padre, cae en la cuenta de que puede que esté metida en un buen lío – y que puede que el asesino al que busca sea el más elusivo de todos: sorprendentemente normal. Un oscuro thriller psicológico lleno de suspense y emoción, ANTES DE QUE NECESITE es el libro #5 de una nueva serie – con una nueva y adorable protagonista – que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la noche. El Libro #6 de la serie de misterio Mackenzie White estará pronto disponible a la venta. También está disponible el libro de Blake Pierce ONCE GONE (Un misterio con Riley Paige – Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 900 críticas de cinco estrellas – ¡y una descarga gratuita!

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Mackenzie terminó la llamada e hizo lo que pudo para conceder a Harrison un tiempo para sus penas. Ya no estaba llorando, pero estaba claro que estaba esforzándose para mantenerse bajo control.

“Gracias,” dijo Harrison, secándose una lágrima furtiva de la cara.

“¿Por qué?” preguntó Mackenzie.

Él solo se encogió de hombros. “Por llamar a McGrath y al aeropuerto. Lamento que esto sea un fastidio en medio del caso.”

“No lo es,” dijo ella. “Harrison, lamento mucho tu pérdida.”

Después de eso, el coche cayó en el silencio y, le gustara o no, la mente de Mackenzie regresó de nuevo a su trabajo. Había un asesino suelto en alguna parte, por lo visto con la necesidad de representar algún tipo de venganza extraña con parejas felices. Y puede que le estuviera esperando a ella en este preciso instante.

Mackenzie apenas podía contener las ganas de conocerle.

CAPÍTULO SIETE

Dejar a Harrison en el motel le resultó algo agridulce. Le hubiera gustado poder hacer algo más por él, o, cuando menos, ofrecerle algunas palabras de consuelo. No obstante, al final, solo le saludó con pocas ganas mientras él se iba hacia su habitación a hacer la maleta y a llamar a un taxi para que le llevara al aeropuerto.

Cuando él cerró su puerta al entrar, Mackenzie pegó la dirección que le había enviado Dagney en su GPS. El taller para Coches Lipton estaba exactamente a diecisiete minutos del motel, una distancia que se puso a recorrer de inmediato.

Le resultaba extraño estar sola en el coche, pero consiguió distraerse de nuevo con el paisaje de Miami. Era distinto de otras ciudades orientadas a la vida playera en las que había estado. Mientras que las poblaciones de playa más pequeñas resultaban un tanto arenosas y casi desgastadas, todo lo que había en Miami parecía resplandecer y brillar a pesar de la cercana arena y de la brisa salada que llegaba del océano. Por aquí y por allá, veía algún edificio que parecía estar fuera de lugar, abandonado y desolado, como recordatorio de que todo tenía sus taras.

Llegó al taller antes de lo que se esperaba, después de dejarse distraer por las vistas de la ciudad. Aparcó en un aparcamiento que estaba abarrotado de coches averiados y de camiones que estaban siendo obviamente saqueados en busca de piezas de repuesto. Parecía la clase de operación que permanecía constantemente en una situación cercana a la bancarrota.

Antes de entrar, echó un vistazo rápido al lugar. Había una oficina frontal destartalada que, en este momento, no estaba atendida. El taller adosado tenía tres dársenas, de las cuales solamente una contenía un coche; estaba encaramado a una tarima, pero no parecía que le estuvieran haciendo nada en particular. En el taller, había un hombre revolviendo en una caja de herramientas en forma de concha marina. Había otro en el extremo trasero del taller, de pie sobre una pequeña escalera y revolviendo entre unas cajas viejas de cartón.

Mackenzie se acercó al hombre que estaba más cerca de ella, el que estaba buscando algo en la caja de herramientas. Parecía que tenía cerca de unos cuarenta años, con cabello largo y grasiento que le caía sobre los hombros. La perilla que tenía en la cara no podía llamarse barba. Cuando elevó la vista al ver que ella se aproximaba, le sonrió abiertamente.

“Hola, preciosa,” dijo él con un acento un tanto sureño. “¿En qué te puedo ayudar hoy?”

Mackenzie le mostró su placa. “Puedes empezar por dejar de llamarme preciosa. Y después me puedes decir si eres Mike Nell.”

“Sí, ese soy yo,” dijo él. Estaba mirando a su identificación con algo parecido al miedo. Entonces volvió a mirarle a la cara, como si estuviera decidiendo si todo esto se trataba de alguna broma pesada.

“Señor Nell, me gustaría que—”

Él se revolvió rápidamente y la empujó. Con fuerza. Se tambaleó hacia atrás y sus pies dieron con un neumático que estaba por el suelo. Cuando perdió el equilibrio y se fue al suelo de espaldas, pudo ver cómo Nell salía corriendo. Estaba saliendo del taller, corriendo y mirando por encima del hombro.

Eso escaló bastante rápido, pensó. No me cabe duda de que es culpable de algo.

Su instinto le decía que agarrara su arma, pero eso montaría todo un número, así que se puso de pie y empezó a perseguirle. No obstante, cuando se dio impulso para ponerse de pie, su mano cayó sobre otra cosa que habían dejado en el suelo. Era una llave de cruz—posiblemente la que habían sacado del neumático sobre el que había caído.

Lo recogió y se puso rápidamente de pie. Se lanzó a la parte delantera del taller y vio a Nell en la acera, a punto de cruzar la calle. Mackenzie miró rápidamente en ambas direcciones, vio que no había coches en unos cuantos metros, y echó su brazo hacia atrás.

Lanzó la llave de cruz a través del aire con tanta fuerza como pudo. Navegó por los cinco metros más o menos que le separaban de Nell, y le dio directamente en la espalda. Él soltó un grito de sorpresa y de dolor antes de tambalearse hacia delante y caer de rodillas, casi dando con su rostro en el borde de la acera.

Mackenzie echó a correr tras él, clavándole una rodilla en su espalda antes de que siquiera pudiera pensar en intentar volver a ponerse de pie.

Le sujetó los brazos a la espalda y le empujó hacia abajo. Él trataba de librarse, pero pronto se dio cuenta de que escaparse solo iba a causarle más dolor debido a que sus hombros estaban estirados hacia atrás. Con una velocidad que llevaba meses practicando, sacó su par de esposas de su cinturón y se las colocó en las muñecas.

“Eso fue una tontería,” dijo Mackenzie. “Solo quería hacerte unas preguntas… y me diste la respuesta que andaba buscando.”

Nell no dijo nada, pero aceptó por fin que no iba a poder escaparse de ella. Mientras pasaban varios coches, el otro hombre del taller llegó apresuradamente.

“¿Qué demonios es esto?” preguntó.

“El señor Nell acaba de atacar a una agente del FBI,” dijo Mackenzie. “Me temo que no podrá terminar su jornada en el taller.”

***

Mackenzie observaba a Mike Nell desde el otro lado del espejo falso de la sala de observación. Parecía estar molesto y avergonzado—con un gesto de fastidio que había permanecido en su rostro desde el momento en que Mackenzie le había puesto en pie para esposarle delante de su jefe. Se mordía el labio nerviosamente, lo que indicaba que, seguramente, se estaba muriendo por fumar un cigarrillo o tomar algo de beber.

Mackenzie desvió la mirada de él para examinar el documento que tenía en las manos. Contaba la breve, aunque tormentosa, historia de Mike Nell, un adolescente que se había escapado de casa con dieciséis años, al que habían detenido por primera vez por robo menor con asalto a mano armada a los dieciocho años. Los últimos doce años de su vida describían el retrato de un perdedor atormentado—asaltos, robos, allanamiento de morada, además de unas cuantas temporadas a la sombra.

Además de Mackenzie, Dagney y el Jefe Rodríguez miraban a Nell con algo parecido al desprecio.

“Tengo la impresión de que le habéis visto a menudo en el pasado, ¿no es cierto?” preguntó Mackenzie.

“Así es,” dijo Rodríguez. “Y por alguna razón, los jueces no hacen más que darle una palmadita en la muñeca y eso es todo. La pena más larga que ha cumplido era la misma de la que le acaban de dar la condicional, y era una sentencia de solo un año. Si resulta que este desgraciado es responsable de esos asesinatos, los jueces se van tener que meter el rabo entre las piernas.”

Mackenzie entregó el informe a Dagney y caminó hacia la puerta. “Muy bien, veamos lo que tiene que contar,” dijo Mackenzie.

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