Blake Pierce - Antes de Que Vea

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En ANTES DE QUE VEA (Un Misterio con Mackenzie White – Libro 2), la agente del FBI en formación Mackenzie White se esfuerza por dejar su marca en la academia del FBI en Quantico, tratando de probar su valía como mujer y como agente transferida de Nebraska. Con la esperanza de que ella tiene lo que hace falta para convertirse en una agente del FBI y abandonar su vida en el Medio Oeste para siempre, Mackenzie solo desea no llamar mucho la atención e impresionar a sus jefes. Mas todo eso cambia cuando se descubre el cadáver de una mujer en un basurero. El asesinato tiene sorprendentes puntos en común con el Asesino del Espantapájaros – el caso que lanzó a Mackenzie a la fama en Nebraska – y en la carrera frenética para detener al nuevo asesino en serie, el FBI decide saltarse el protocolo y darle a Mackenzie una oportunidad en el caso. Este es el momento de la verdad para Mackenzie, su oportunidad de impresionar al FBI – pero hay más que nunca en juego. No todo el mundo quiere que ella lleve el caso, y todo lo que intenta parece fracasar. A medida que la presión aumenta y el asesino ataca de nuevo, Mackenzie se siente como una voz solitaria en un coro de agentes expertos, y pronto cae en la cuenta de que le están pasando por alto. Todo su futuro con el FBI está en riesgo. A pesar de lo dura y decidida que es Mackenzie, a pesar de lo inteligente que es atrapando asesinos, este nuevo caso resulta ser un rompecabezas imposible, algo que está más allá de sus habilidades. Puede que ni siquiera tenga tiempo para resolverlo mientras su propia vida se desmorona a su alrededor. Un oscuro thriller psicológico con un suspense que acelera el corazón, ANTES DE QUE VEA es el segundo libro de una nueva y excitante serie – con un nuevo y apreciado personaje – que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la noche. El libro #3 de la serie de Misterio Mackenzie White saldrá a la venta muy pronto.

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Mucho mejor, pensó Mackenzie.

Satisfecha, retiró las protecciones de sus ojos y sus orejas. Entonces ordenó su estación de tiro y apretó otro botón en el panel de control que acercó el objetivo mediante el sistema de empuje motorizado que los transportaba. Descolgó el objetivo, lo dobló, y lo colocó en la pequeña bolsa de libretos que llevaba consigo prácticamente a todas partes.

Había estado viniendo a la sala de tiro en su tiempo libre para afinar las habilidades en que se sentía algo rezagada en comparación con otros en su clase. Era una de las más mayores en ella y ya habían circulado los rumores de boca en boca—rumores sobre cómo había sido catapultada de un miserable departamento de policía en Nebraska después de que cerrara el caso del Asesino del Espantapájaros. Estaba más o menos en la media de su clase en lo que se refería a armas de fuego y estaba decidida a estar entre los mejores para cuando se acabara el entrenamiento en la Academia.

Tenía que demostrar lo que valía. Y eso no le importaba demasiado.

*

Después del campo de tiro, Mackenzie no perdió el tiempo para ir a su último curso por clases, una sesión de psicología a cargo de Samuel McClarren.

McClarren era un ex-agente de sesenta y dos años y autor de éxitos de ventas, que había escrito seis éxitos de ventas del New York Times sobre las características psicológicas de los asesinos en serie más sanguinarios de los últimos cien años. Mackenzie había leído todo lo que había escrito y se podía pasar mil horas escuchándole. Era sin duda su materia favorita y a pesar de que al ayudante del director le había parecido que no necesitaba esa clase en base a su currículo y su historial laboral, ella había saltado a la posibilidad de asistir.

Como de costumbre, era de las primeras en el aula, sentada cerca de la tarima delantera. Preparó su libro de notas y su bolígrafo mientras otros cuantos más empezaron a entrar y a preparar sus MacBooks. Mientras esperaba, Samuel McClarren subió a la tarima. Detrás de Mackenzie, la clase con cuarenta y dos estudiantes esperaba con anticipación; cada uno de ellos parecía pendiente de cada palabra que salía de su boca.

“Ayer acabamos con las interpretaciones psicológicas que creemos motivaban a Ed Gein, para alivio de algunos de vosotros con estómagos más bien flojos,” dijo McClarren. “Y hoy no va a ser mucho mejor, cuando investiguemos la mente con frecuencia subestimada pero increíblemente retorcida de John Wayne Gacy. Veintiséis víctimas registradas, asesinadas ya sea mediante estrangulación o asfixia con empleo de torniquete. De los paneles debajo de su casa al río Des Plaines, esparció sus víctimas en varios lugares después de que fueran asesinadas. Y por supuesto, está lo que le viene a la mayoría de la gente a la mente al escuchar su nombre—el maquillaje de payaso. En esencia, el caso de Gacy es un caso clínico en cuestión de pistas psicológicas.”

Y así continuó la clase, con McClarren hablando mientras los alumnos tomaban apuntes sin descanso. Como de costumbre, la hora y quince minutos pasaron volando y Mackenzie se dio cuenta de que quería más. En unas cuantas ocasiones, la clase de McClarren le había traído recuerdos de su persecución del Asesino del Espantapájaros, especialmente de cuando había revisitado las escenas de los crímenes para penetrar en la mente de un asesino. Siempre había sabido que se le daban bien este tipo de cosas, pero había intentado mantener discreción al respecto. De vez en cuando le asustaba y era algo morboso, así que se lo tenía bien guardado.

Cuando la sesión terminó, Mackenzie guardó sus cosas y se dirigió hacia la puerta. Todavía estaba procesando la clase mientras recorría el pasillo y no vio al hombre de pie junto al marco de la puerta. De hecho, no le vio hasta que él la llamó por su nombre.

“¡Mackenzie! ¡Espera!”

Se detuvo al escuchar el sonido de su nombre, dándose la vuelta y encontrándose con un rostro familiar en la pequeña multitud.

El Agente Ellington le estaba siguiendo por detrás. Se llevó tal sorpresa al verle que se quedó literalmente inmóvil durante un instante, tratando de figurarse por qué estaba allí. Mientras permanecía congelada en su posición, él le lanzó una tímida sonrisa y se acercó a ella rápidamente. Venía otro hombre con él, siguiéndole por detrás.

“Agente Ellington,” dijo Mackenzie. “¿Cómo estás?”

“Muy bien,” dijo él. “¿Y tú?”

“Bastante bien. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Un curso de repaso?” le preguntó ella, tratando de inyectar algo de humor.

“No, la verdad es que no,” le dijo Ellington. Le lanzó otra sonrisa y le recordó de nuevo por qué se había arriesgado y había acabado poniéndose en ridículo con él hace tres meses. Él le hizo un gesto al hombre que venía detrás suyo y le dijo, “Mackenzie White, me gustaría presentarte al Agente Especial Bryers.”

Bryers se adelantó y extendió su mano. Mackenzie la estrechó al tiempo que se tomaba un momento para estudiar al hombre. Parecía tener unos cincuenta y pocos años. Tenía un bigote mayormente canoso y ojos azules y amigables. Podía decir de inmediato que seguramente tenía buenos modales y era uno de los auténticos caballeros del sur de los que había escuchado hablar tanto desde que se había trasladado a Virginia.

“Encantado de conocerte,” dijo Bryers al darle la mano.

Una vez terminadas las presentaciones, Ellington volvió al asunto que les ocupaba. “¿Estás ocupada ahora mismo?” le preguntó a Mackenzie.

“No en este momento,” respondió ella.

“Bueno, si tienes un minuto, al Agente Bryers y a mí nos gustaría hablar contigo de algo.”

Mackenzie vio una sombra de duda cruzar el rostro de Bryers mientras Ellington decía eso. La verdad es que, si lo pensaba mejor, Bryers parecía estar algo incómodo. Quizá esa era la razón de que pareciera tan tímido.

“Claro,” dijo ella.

“Vamos,” dijo Ellington, haciéndole un gesto hacia la zona de estudio en la parte de atrás del edificio. “Te invito a un café.”

Mackenzie recordó la última vez que Ellington había mostrado tal interés por ella. Le había traído hasta aquí, hasta casi lograr su sueño de convertirse en agente del FBI y vivir los altibajos de todo ello. Seguirle ahora tenía sentido. Lo hizo, echando una mirada al Agente Bryers mientras salían y preguntándose por qué parecía tan incómodo.

*

“Así que ya te queda poco, ¿no es cierto?” preguntó Ellington cuando los tres se sentaron con las tazas de café que Ellington había comprado en el pequeño mostrador.

“Ocho semanas,” dijo ella.

“Te queda antiterrorismo, quince horas de simulación, y como unas doce horas en el campo de tiro, ¿verdad?” preguntó Ellington.

“¿Y cómo sabes tú eso?” preguntó Mackenzie, preocupada.

Ellington se encogió de hombros y le sonrió. “Me he creado un hobbie de estar al tanto de ti desde que llegaste aquí. Yo te recomendé, así que mi reputación también está en juego. Estás impresionando prácticamente a todos los que importan. Llegados a este punto, todo es mera formalidad. A menos que te las arregles para colapsar y quemarte durante las últimas ocho semanas, diría que ya estás dentro.”

Respiró hondo y pareció prepararse para algo.

“Lo que nos lleva a la razón por la que quería hablar contigo. El Agente Bryers está en una situación peliaguda y puede que precise de tu ayuda. Pero voy a dejar que te lo explique él.”

Bryers aún parecía dudar de la situación. Se vio hasta en la forma en que dejó reposar la taza de café y se tomó unos segundos para empezar a hablar.

“En fin, como dice el Agente Ellington, has causado una gran impresión en la gente que importa. En los últimos dos días, me han mencionado tu nombre tres veces.”

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