Blake Pierce - Antes de Que Vea

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En ANTES DE QUE VEA (Un Misterio con Mackenzie White – Libro 2), la agente del FBI en formación Mackenzie White se esfuerza por dejar su marca en la academia del FBI en Quantico, tratando de probar su valía como mujer y como agente transferida de Nebraska. Con la esperanza de que ella tiene lo que hace falta para convertirse en una agente del FBI y abandonar su vida en el Medio Oeste para siempre, Mackenzie solo desea no llamar mucho la atención e impresionar a sus jefes. Mas todo eso cambia cuando se descubre el cadáver de una mujer en un basurero. El asesinato tiene sorprendentes puntos en común con el Asesino del Espantapájaros – el caso que lanzó a Mackenzie a la fama en Nebraska – y en la carrera frenética para detener al nuevo asesino en serie, el FBI decide saltarse el protocolo y darle a Mackenzie una oportunidad en el caso. Este es el momento de la verdad para Mackenzie, su oportunidad de impresionar al FBI – pero hay más que nunca en juego. No todo el mundo quiere que ella lleve el caso, y todo lo que intenta parece fracasar. A medida que la presión aumenta y el asesino ataca de nuevo, Mackenzie se siente como una voz solitaria en un coro de agentes expertos, y pronto cae en la cuenta de que le están pasando por alto. Todo su futuro con el FBI está en riesgo. A pesar de lo dura y decidida que es Mackenzie, a pesar de lo inteligente que es atrapando asesinos, este nuevo caso resulta ser un rompecabezas imposible, algo que está más allá de sus habilidades. Puede que ni siquiera tenga tiempo para resolverlo mientras su propia vida se desmorona a su alrededor. Un oscuro thriller psicológico con un suspense que acelera el corazón, ANTES DE QUE VEA es el segundo libro de una nueva y excitante serie – con un nuevo y apreciado personaje – que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la noche. El libro #3 de la serie de Misterio Mackenzie White saldrá a la venta muy pronto.

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“¿Respecto a qué?” preguntó ella, algo nerviosa.

“Ahora mismo tengo un caso que ha hecho que mi compañero de trece años se aleje del Bureau,” explicó Bryers. “Ya está cerca de la edad de retirarse, así que no me resulta sorprendente. Aprecio a este hombre como si fuera un hermano, pero ya ha tenido suficiente. Ha visto más que suficiente durante sus veintiocho años como agente y no quería que otra pesadilla más le siguiera durante su jubilación. Por tanto, eso crea un hueco para un nuevo compañero que le reemplace. No sería una asociación permanente—solo por el tiempo suficiente para cerrar este caso.”

Mackenzie sintió una ráfaga de emoción en su corazón y supo que tenía que controlarse antes de que su necesidad de complacer e impresionar se adueñara de ella. “¿Es por eso que se mencionó mi nombre?” preguntó.

“Así es,” dijo Bryers.

“Pero tiene que haber varios agentes experimentados que puedan llenar ese hueco mejor que yo.”

“Seguramente hay agentes más apropiados,” dijo Ellington con convicción. “Pero por lo que podemos decir, este caso refleja el caso del Asesino del Espantapájaros de más de una manera. Eso, más el hecho de que tu nombre está sonando mucho, ha hecho que mucha gente importante piense que tú eres la persona perfecta.”

“Pero todavía no soy una agente,” señaló Mackenzie. “Quiero decir, con algo como esto, ¿realmente os podéis permitir esperar ocho semanas?”

“No estaríamos esperando,” dijo Ellington. “Y a riesgo de sonar pedante, esta no es una oferta que el Bureau le haría a cualquiera. Una oportunidad como esta—en fin, creo que cualquiera de los alumnos en esa clase de la que acabas de salir mataría por tenerla. No tiene nada de ortodoxo y unos cuantos peces gordos están haciendo la vista gorda.”

“Es que parece… poco ético,” dijo Mackenzie.

“Lo es,” dijo Ellington. “Es técnicamente ilegal de unas cuantas maneras. Pero no podemos pasar por alto las similitudes entre este caso y el que cerraste en Nebraska. O te metemos de extranjis ahora mismo o esperamos tres o cuatro días y esperamos a emparejar al agente Bryers con un nuevo compañero. Y no hay tiempo que perder.”

Sin duda, quería la oportunidad, pero le parecía demasiado pronto. Le parecía apresurado.

“¿Tengo tiempo para considerarlo?” preguntó.

“No,” dijo Ellington. “De hecho, cuando termine esta reunión, voy a hacer que te lleven los archivos sobre el caso a tu apartamento. Te daré unas cuantas horas para que los repases y después me pondré en contacto contigo al final del día para que me des una respuesta. Pero Mackenzie… te ruego encarecidamente que lo aceptes.”

Sabía que lo haría, pero no quería parecer demasiado ansiosa o atrevida. Además, había cierto grado de nerviosismo que estaba empezando a aparecer. Esta era su gran oportunidad. Y que un agente tan experimentado como Bryers quisiera su ayuda… en fin, era realmente increíble.

“Esta es la situación,” dijo Bryers, inclinándose sobre la mesa y bajando la voz. “Hasta el momento, tenemos dos cadáveres que han aparecido en el mismo vertedero. Las dos eran mujeres jóvenes; una tenía veintidós años, la otra diecinueve. Las encontraron desnudas y cubiertas de moratones. La más reciente mostraba señales de abuso sexual pero no hay ni rastro de fluidos corporales. Los cadáveres aparecieron con una diferencia de dos meses y medio, pero el hecho de que lo hicieran en el mismo vertedero con los mismos tipos de moratones…”

“No es una coincidencia,” dijo Mackenzie, pensando en voz alta.

“No, seguramente no,” dijo Bryers. “Así que dime… digamos que este fuera tu caso. Te lo acaban de pasar. ¿Qué es lo primero que harías?”

Le llevó menos de tres segundos responder a la pregunta. Cuando lo hizo, sintió cómo entraba en una especie de zona—donde sentía que sabía que tenía razón. Si había albergado alguna duda sobre si iba a asumir esta responsabilidad, se disipó en cuanto enunció su respuesta.

“Empezaría por el vertedero,” dijo ella. “Querría ver el área por mi cuenta, con mis propios ojos. Después querría hablar con los familiares. ¿Alguna de las mujeres estaba casada?”

“La de veintidós,” dijo Ellington. “Llevaba casada dieciséis meses.”

“Entonces sí,” dijo Mackenzie. “Empezaría por el vertedero y después hablaría con el marido.”

Ellington y Bryers intercambiaron una mirada certera. Ellington asintió y martilleó las manos en la mesa. “¿Contamos contigo?” preguntó.

“Podéis contar conmigo,” dijo ella, incapaz de aguantarse la emoción durante mucho más rato.

“Genial,” dijo Bryers. Rebuscó en su bolsillo y deslizó un manojo de llaves a través de la mesa. “No tiene sentido perder más tiempo. Pongámonos en marcha.”

CAPÍTULO TRES

Era la 1:35 cuando llegaron al vertedero. Los treinta grados de temperatura aumentaban el hedor del lugar, y las moscas hacían tanto ruido que parecía algún tipo extraño de música. Mackenzie conducía mientras que Bryers pasó a ocupar el asiento del copiloto, poniéndole al día de los detalles del caso.

Para cuando salieron del coche y se acercaron a los vertederos, Mackenzie estaba pensando que ya se había figurado a Bryers. Era, en su mayor parte, un hombre que seguía el libro al pie de la letra. No iba a llamar la atención sobre ello, pero estaba extremadamente nervioso de tenerla como compañera, a pesar de que los más preparados lo hubieran aprobado con los ojos cerrados. Era evidente en su postura y en las miradas furtivas que le lanzaba.

Mackenzie caminó despacio mientras Bryers se acercaba a los contenedores verdes de basura. Caminó hacia ellos como si trabajara allí. Tuvo que recordarse a sí misma que él ya había estado en la escena en una ocasión. Sabía lo que podía esperar, lo cual le hacía sentir como una novata—algo que, en realidad, era cierto.

Se tomó un momento para estudiar el lugar de verdad, ya que nunca antes se había tomado el tiempo para examinar un vertedero. La zona en la que Bryers y ella estaban en ese momento—la porción del vertedero a la que entraba tráfico —no era más que un basurero. Había seis contenedores de basura metálicos de tamaño económico bordeando el lugar, todos asentados en un espacio hueco en el terreno. Detrás de los basureros, podía ver la zona de abajo donde los camiones estatales llegaban para recoger su carga. Para hacer espacio a estas áreas huecas que ocultaban la mayoría de los contenedores, la entrada pavimentada y el aparcamiento tomaban la forma de una colina bien cuidada; la zona en que Bryers y ella permanecían de pie era la cima mientras que la pista que cruzaba el vertedero llegaba hasta más atrás, daba la vuelta, y escupía coches por detrás de los contenedores a una carretera que llevaba de vuelta a la autopista.

Mackenzie examinó el terreno. Donde ella estaba no era más que tierra apilada que daba lugar a gravilla y después a alquitrán al otro lado de los contenedores. Ella estaba de pie en la zona de tierra y mirando hacia las marcas de neumáticos que estaban incrustadas como huellas fantasmales a lo largo del terreno. La interferencia y el pasaje desordenado de innumerables rastros de neumáticos iba a hacerles muy difícil la identificación de una buena huella. El clima había sido cálido y seco últimamente; la última lluvia había caído hacía una semana y solo había sido una llovizna. La tierra reseca iba a hacer esto bastante más difícil.

Con la sensación de que encontrar huellas adecuadas en este lío iba a ser casi imposible, se unió a Bryers junto al contenedor.

“Se encontró el cadáver en este,” dijo Bryers. “La oficina del forense ya se llevó las muestras de sangre y tomó las huellas. El nombre de la víctima era Susan Kellerman, veintidós años, residente de Georgetown.”

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