Blake Pierce - Antes de Que Vea

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En ANTES DE QUE VEA (Un Misterio con Mackenzie White – Libro 2), la agente del FBI en formación Mackenzie White se esfuerza por dejar su marca en la academia del FBI en Quantico, tratando de probar su valía como mujer y como agente transferida de Nebraska. Con la esperanza de que ella tiene lo que hace falta para convertirse en una agente del FBI y abandonar su vida en el Medio Oeste para siempre, Mackenzie solo desea no llamar mucho la atención e impresionar a sus jefes. Mas todo eso cambia cuando se descubre el cadáver de una mujer en un basurero. El asesinato tiene sorprendentes puntos en común con el Asesino del Espantapájaros – el caso que lanzó a Mackenzie a la fama en Nebraska – y en la carrera frenética para detener al nuevo asesino en serie, el FBI decide saltarse el protocolo y darle a Mackenzie una oportunidad en el caso. Este es el momento de la verdad para Mackenzie, su oportunidad de impresionar al FBI – pero hay más que nunca en juego. No todo el mundo quiere que ella lleve el caso, y todo lo que intenta parece fracasar. A medida que la presión aumenta y el asesino ataca de nuevo, Mackenzie se siente como una voz solitaria en un coro de agentes expertos, y pronto cae en la cuenta de que le están pasando por alto. Todo su futuro con el FBI está en riesgo. A pesar de lo dura y decidida que es Mackenzie, a pesar de lo inteligente que es atrapando asesinos, este nuevo caso resulta ser un rompecabezas imposible, algo que está más allá de sus habilidades. Puede que ni siquiera tenga tiempo para resolverlo mientras su propia vida se desmorona a su alrededor. Un oscuro thriller psicológico con un suspense que acelera el corazón, ANTES DE QUE VEA es el segundo libro de una nueva y excitante serie – con un nuevo y apreciado personaje – que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la noche. El libro #3 de la serie de Misterio Mackenzie White saldrá a la venta muy pronto.

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Le estaba empezando a gustar la sensación de tener un arma en las manos. Era más que una sensación de seguridad, algo más parecido a una relación. Cuando sostenía un arma en las manos y sabía que la iba a disparar, sentía una conexión íntima con ella. Nunca había sentido esto cuando trabajaba como detective menospreciada en Nebraska; era algo nuevo que la Academia del FBI le había sacado de dentro.

Llegó al edificio y se acurrucó junto a la pared con su compañero. Aquí, cuando menos, la lluvia ya no le golpeaba.

Su compañero era Harry Dougan. Tenía veintidós años, fornido, y atrevido de una manera sutil y casi respetable. Le alivió comprobar que él también parecía algo nervioso.

“¿Conseguiste hacer contacto visual?” le preguntó Mackenzie.

“No, pero la habitación delantera está despejada. Eso se puede ver a través de la ventana,” dijo él, señalando hacia delante. Había una sola ventana, rota y dentada.

“¿Cuántas habitaciones?” preguntó ella.

“Tres que sepa con certeza.”

“Deja que vaya por delante,” dijo ella. Se aseguró de que no sonara como una pregunta. Hasta en Quantico, las mujeres tenían que ser asertivas para que les tomaran en serio.

Él le hizo un gesto para que se adelantara. Después de pasar por delante suyo, se deslizó hacia la entrada del edificio. Echó un vistazo y vio que no había moros en la costa. Estas calles estaban desoladas y todo parecía apagado.

Hizo un gesto rápido para que Harry se adelantara y él lo hizo sin dudarlo. Sostenía su propio Glock con firmeza en la mano, manteniéndolo bajo durante su persecución, como les habían enseñado. Juntos, reptaron hasta la entrada del edificio. Se trataba de una mole de hormigón—quizá un viejo depósito o almacén—y la puerta mostraba su antigüedad. También era obvio que estaba abierta, había una grieta oscura que dejaba ver el interior del edificio.

Mackenzie miró a Harry y contó hacia atrás con los dedos. Tres, dos…, ¡uno!

Presionó su espalda contra la pared de hormigón cuando Harry se agachó, abrió la puerta de un empujón y entró. Ella se giró por detrás de él, los dos operando como una máquina bien engrasada. Sin embargo, una vez entraron al edificio, casi no había nada de luz. Ella buscó rápidamente su linterna a un costado. Justo cuando estaba a punto de encenderla, se detuvo. La luz de una linterna revelaría su posición de inmediato. El sospechoso los podría ver desde la distancia y posiblemente escapar de ellos… una vez más.

Guardó la linterna y reclamó la posición de líder de nuevo, andando en cuclillas delante de Harry con el Glock ahora apuntando a la puerta a su derecha. Cuando sus ojos se ajustaron a la oscuridad, pudo ver más detalles del lugar. Estaba casi desierto. Había unas cuantas cajas de cartón empapadas apoyadas en la pared. Un caballete y varios cables viejos yacían abandonados cerca de la esquina más alejada de la habitación. Por lo demás, la habitación central estaba vacía.

Mackenzie caminó hacia la puerta a su derecha. No era más que una entrada, ya que la puerta propiamente dicha había sido retirada hacía tiempo. Dentro, las sombras ocultaban casi todo. Además de una botella de cristal rota y lo que parecían ser excrementos de rata, la habitación estaba vacía.

Se detuvo y empezó a darse la vuelta cuando se dio cuenta de que Harry le estaba siguiendo demasiado de cerca. Casi le pisó los pies cuando empezó a retirarse de la habitación.

“Perdona,” susurró en la oscuridad. “Pensé que—”

Le interrumpió el sonido de un disparo, que fue seguido de inmediato por un uf que salía de los labios de Harry mientras se caía al suelo.

Mackenzie se apoyó con fuerza contra la pared cuando sonó otro disparo. El disparo golpeó la pared desde el otro lado; pudo sentir su impacto contra su espalda.

Sabía que, si actuaba con rapidez, podría atrapar al perpetrador ahora mismo en vez de meterse en el tiroteo que llegaba del otro lado de la pared. Miró a Harry, vio que seguía moviéndose y estaba coherente en su mayor parte, y se acercó a él. Le arrastró a través de la entrada, fuera de la línea de fuego. Al hacerlo, llegó otro disparo. Sintió cómo pasaba justo sobre su hombro, y cómo el aire silbaba alrededor de su gabardina.

Una vez puso a Harry a salvo, no quiso perder el tiempo y decidió actuar. Agarró su linterna, la encendió, y la arrojó por la puerta. Resonó en el suelo unos segundos después, su halo blanco danzando salvajemente en el suelo al otro lado de la pared.

Cuando el ruido se detuvo, Mackenzie giró su cuerpo para alejarse de la entrada. Estaba agachada, sus manos tanteando el suelo mientras se enroscaba rápida y firmemente. Mientras rodaba hacia su izquierda, vio la silueta del sospechoso directamente a su derecha, todavía enfocado en la linterna.

Desenroscándose, extendió su pierna derecha con una fuerza imparable. Le dio al sospechoso en la parte de atrás de la pierna, justo debajo de su rodilla. El sospechoso zozobró por un instante y eso fue todo lo que ella necesitó. Se levantó de un salto y le puso el brazo derecho alrededor del cuello mientras él caía y le tiró con fuerza al suelo. Con una rodilla en su plexo solar y un movimiento veloz de su brazo izquierdo, el sospechoso cayó, fue atrapado, y le quitaron el arma rápidamente cuando su rifle cayó al suelo.

Desde algún otro lado dentro del viejo edificio, una voz gritó, “¡Alto!”

Aparecieron unas cuantas luces de bombilla cegadoras con chasquidos audibles, que inundaron el edificio de luz.

Mackenzie se puso en pie y miró al sospechoso. Le estaba sonriendo de vuelta. Era un rostro familiar—uno que había visto en sus módulos de formación en varias ocasiones, por lo general ladrando órdenes e instrucciones a los agentes en formación.

Ella mantuvo su mano extendida y él la agarró desde su posición en el suelo. “Un trabajo excelente, White.”

“Gracias,” dijo ella.

Por detrás de ella, Harry se tambaleaba mientras avanzaba, sujetando sus abdominales. “¿Estamos seguros de que solo están metiendo bolsas de judías en esas cosas?” preguntó.

“No solo lo estamos, sino que estas son de grado inferior,” dijo el instructor. “Para la próxima, utilizaremos los sacos de disturbios.”

“Genial,” gruñó Harry.

Unas cuantas personas comenzaron a llenar la sala una vez el entrenamiento en el Callejón de Hogan se dio por finalizado. Era la tercera sesión de Mackenzie en el Callejón, una imitación de una calle abandonada que el FBI utilizaba con frecuencia para preparar a sus alumnos para situaciones de la vida real.

Mientras dos instructores conversaban con Harry, informándole de lo que había hecho mal y lo que podía haber hecho para evitar que le dispararan, otro instructor se dirigió directamente a Mackenzie. Se llamaba Simon Lee, un hombre mayor que tenía el aspecto de alguien a quien la vida había dado una mala mano a la que él había respondido dándole una buena paliza.

“Un gran trabajo, White,” dijo. “Rodaste tan rápido que apenas lo vi. Aun así… fue algo impulsivo. Si hubiera habido más de un sospechoso ahí fuera, podía haber resultado de un modo completamente diferente.”

“Sí, señor. Entiendo.”

Lee le sonrió. “Sé que es así,” dijo él. “La verdad es que solo a mitad de camino de tu preparación, ya estoy encantado con tu progreso. Vas a ser una agente de primera. Buen trabajo.”

“Gracias, señor,” dijo ella.

Lee la dejó y se fue a alguna otra parte del edificio, conversando con otro instructor. Cuando comenzaron a despejar el área, Harry se le acercó, todavía haciendo muecas.

“Buen trabajo,” dijo él. “No duele ni la mitad cuando la persona que acaba por delante es increíblemente atractiva.”

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