Blake Pierce - Antes de que Codicie

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De la mano de Blake Pierce, el autor del éxito de ventas ONCE GONE (un #1 en ventas con más de 600 críticas de cinco estrellas), llega el libro #3 en la emocionante serie de misterio Mackenzie White. En ANTES DE QUE CODICIE (Un Misterio con Mackenzie White – Libro 3), una Mackenzie White recién entrenada como agente del FBI se gradúa de la Academia del FBI en Quantico para encontrarse metida de lleno en un caso urgente de asesinatos en serie. Están apareciendo muertas una serie de mujeres mientras acampan en un parque nacional en un lugar remoto de West Virginia. El parque es extenso, y no se puede encontrar ninguna conexión entre ellas. Al mismo tiempo, Mackenzie recibe una llamada de Nebraska para que regrese a casa con urgencia. Después de muchos años, ha aparecido una pista sobre el asesinato de su padre. Se ha vuelto a reabrir el caso, y Mackenzie necesita desesperadamente ayudar a resolverlo. Pero el asesino del FBI va en aumento, y no hay tiempo para la distracción ya que desaparecen más mujeres en el juego psicológico del gato y el ratón en que se ven implicados. Este asesino es más diabólico – e inteligente – de lo que Mackenzie se hubiera imaginado. A medida que desciende por un sendero que teme recorrer – hacia las profundidades de su propia mente – dará con un par de sorpresas que ni ella misma se podía imaginar. Un oscuro thriller psicológico de suspense que acelera el corazón, ANTES DE QUE CODICIE es el libro #3 de una excitante serie nueva – con un nuevo y querido personaje – que le mantendrá pasando páginas hasta altas horas de la noche. El Libro #4 de la serie de misterio Mackenzie White saldrá pronto a la venta. También está disponible el libro de Blake Pierce ONCE GONE (Un misterio con Riley Paige – Libro #1), y #1 en ventas – ¡y descarga gratuita!

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“En fin, ¿y cómo debería sentirme?”

“Satisfecha. Orgullosa. Emocionada. Por decir unas pocas cosas.”

“Y siento todas esas cosas,” dijo ella. “Es solo que… no sé. Todo el aspecto ceremonioso del asunto me resulta demasiado.”

“Puedo entender eso,” dijo Ellington. “Dios, cómo odio llevar traje.”

Mackenzie estaba a punto de responderle con un comentario—quizá acerca del hecho de que el traje le quedaba muy bien—cuando divisó a McGrath acercándoseles por detrás de Ellington. También le sonrió pero, a diferencia de Ellington, su sonrisa parecía casi forzada. Le extendió la mano y ella la estrechó, sorprendida de lo ligero de su apretón.

“Me alegro de que lo consiguieras,” dijo McGrath. “Sé que tienes una carrera profesional brillante y prometedora por delante.”

“¿Sin presiones ni nada, no?” dijo Ellington.

“Dentro del mejor cinco por ciento” dijo McGrath, sin darle oportunidad a Mackenzie de que dijera una palabra. “Muy buen trabajo, White.”

“Gracias, señor,” fue todo lo que se le ocurrió decir.

McGrath se inclinó cerca de ella, pensando solo en trabajo. “Me gustaría que vinieras a mi oficina el lunes por la mañana a las ocho en punto. Quería meterte de lleno en los procedimientos internos tan pronto como sea posible. Ya tengo tu papeleo preparado—la verdad es que me encargué de eso hace mucho tiempo, para que estuviera listo cuando llegara este día. Tengo mucha confianza en ti, así que…no esperemos más. El lunes a las ocho. ¿Suena bien?”

“Desde luego,” dijo ella, sorprendida ante tal muestra de apoyo incondicional.

Él sonrió, le dio otro apretón de manos, y desapareció rápidamente entre la multitud.

Una vez McGrath se hubo ido, Ellington le miró con cara de asombro y una amplia sonrisa.

“Así que está de buen humor. Y puedo asegurarte que eso no sucede a menudo.”

“Bueno, supongo que es un gran día para él,” dijo Mackenzie. “Todo un grupo de talentos entre los que escoger a los mejores.”

“Eso es verdad,” dijo Ellington. “Pero bromas aparte, el hombre es realmente inteligente sobre cómo utiliza a los nuevos agentes. Ten esto en cuenta cuando te veas con él el lunes.”

Un silencio incómodo se cernió entre ellos; era un silencio al que se habían acostumbrado y que se había convertido en uno de los signos habituales de su amistad—o de lo que fuera que había entre ellos.

“En fin, mira,” dijo Ellington. “Solo quería felicitarte. Y quería decirte que siempre eres bienvenida si me quieres llamar cuando las cosas se pongan demasiado reales. Sé que suena a tontería pero en algún momento, hasta la famosa Mackenzie White—va a necesitar alguien con quien desahogarse. Te puede superar bastante rápido.”

“Gracias,” dijo ella.

Entonces, de pronto, quiso pedirle que viniera con ella—no de manera romántica, sino por tener un rostro familiar a su lado. Le conocía relativamente bien, y a pesar de que tuviera sentimientos enfrentados sobre él, le quería tener a su lado. Odiaba admitirlo, pero estaba empezando a sentir que tenía que hacer algo para celebrar este día y este momento de su vida. Incluso aunque solo se tratara de pasar unas cuantas horas incómodas con Ellington, sería mejor (y seguramente más productivo) que quedarse sentada en casa llena de autocompasión y bebiendo a solas.

Sin embargo, no dijo nada. Y hasta si hubiera sido capaz de reunir el valor, no hubiera importado; Ellington le lanzó un gesto fugaz de afirmación y, como McGrath, regresó de vuelta a la multitud.

Mackenzie permaneció allí de pie por un instante, haciendo lo que podía para sacudirse de encima la creciente sensación de que estaba completamente sola.

CAPÍTULO TRES

Cuando Mackenzie se presentó el lunes para su primer día en el trabajo, no podía dejar de escuchar las palabras de Ellington, atravesándole como si fueran un mantra: El hombre es realmente inteligente sobre cómo utiliza a los nuevos agentes. Ten esto en cuenta cuando te veas el lunes con él.

Trató de utilizar eso para calmarse porque si era sincera, lo cierto es que estaba bastante nerviosa. No le había sido de gran ayuda el hecho de que su mañana comenzara con la aparición de uno de los hombres de McGrath, Walter Hasbrook, que era ahora el supervisor de su departamento, y que la hubiera acompañado como si se tratara de una niña a los ascensores. Walter parecía estar cerca de los sesenta y tenía como unos quince kilos de más. Carecía de personalidad y aunque Mackenzie no tuviera nada en contra de él, no le hacía gracia la manera en que él le explicaba las cosas como si fuera estúpida.

Esto no cambió mientras él la llevó hasta el tercer piso, donde un laberinto de cubículos se extendía como un zoo. Había agentes apostados en cada cubículo, algunos ocupados al teléfono y otros escribiendo en sus ordenadores.

“Y aquí está tu sitio,” dijo Hasbrook, señalando un cubículo en el centro de una de las filas exteriores. “Esta es la central de Investigación y Vigilancia. Encontrarás unos cuantos emails esperándote, que te darán acceso a los servidores y a una lista de contactos de todo el Bureau.”

Entró a su cubículo, sintiéndose algo decepcionada pero todavía nerviosa. No, este no era el caso emocionante con el que ella había deseado comenzar su carrera profesional pero aun así, era el primer paso de un viaje hacia todo por lo que había trabajado desde que había salido del instituto. Tiró de la silla con ruedas hacia fuera y se sentó a su nuevo escritorio.

El portátil que había delante de ella le pertenecía a partir de ahora. Era uno de los puntos concretos que Hasbrook había repasado con ella. El escritorio era suyo, el cubículo, todo ese espacio. No era exactamente elegante, pero era su espacio.

“En tu email, encontrarás detalles sobre tu tarea,” dijo Hasbrook. “Si yo fuera tú, empezaría de inmediato. Vas a tener que llamar al agente que supervisa el caso para coordinaros, pero deberías estar metida de lleno en ello para el final del día.”

“Entendido,” dijo ella, encendiendo el ordenador. Una parte de ella seguía enfadada por estar atascada en un trabajo de escritorio. Quería algo en la calle. Después de lo que le había dicho McGrath, eso era lo que se esperaba.

Da igual lo bueno que sea tu historial, se dijo a sí misma, no puedes esperar empezar como toda una estrella. Quizás esta sea tu manera de pagar lo que debes—o la manera que tiene McGrath de enseñarte quién manda aquí y ponerte en tu sitio.

Antes de que Mackenzie pudiera responder nada más a sus secas y monótonas instrucciones, Hasbrook ya se había largado. Se dirigió con rapidez hacia los ascensores, como si le alegrara haber dado por concluida la minúscula tarea del día.

Cuando él ya se había ido y ella se quedó a solas en su cubículo, encendió el ordenador y se preguntó por qué parecía estar tan nerviosa.

Es porque esto es lo que hay, pensó. Trabajé duro para llegar hasta aquí y finalmente lo conseguí. Ahora todas las miradas están posadas en mí así que no puedo hacer nada equivocado—aunque solo sea un trabajo cualquiera de escritorio.

Comprobó su email y envió deprisa las respuestas necesarias para empezar con su tarea. En una hora, tenía todos los documentos y recursos necesarios. Estaba decidida a hacerlo lo mejor que pudiera, a darle a McGrath todas las razones para que viera que estaba desperdiciando su talento al ponerla detrás de un escritorio.

Examinó mapas, registros de teléfonos móviles, y datos de GPS, trabajando para señalar la ubicación de dos potenciales sospechosos implicados en una mafia que traficaba con personas para su explotación sexual. Una hora después de sumergirse de lleno en el asunto, se sintió motivada al respecto. El hecho de que no estuviera en las calles trabajando para atrapar a hombres como estos no le molestaba en ese momento. Estaba concentrada y tenía una meta en mente; eso es todo lo que le hacía falta.

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