“Creo que tengo que hacerlo. Creo que me lo debo a mí misma.”
Bryers suspiró y miró a través del parabrisas. Delante suyo, había un amplio aparcamiento iluminado durante la noche por unas farolas decrépitas que estaban dispuestas a lo largo de su perímetro y su zona central. Además, había tres coches y Mackenzie podía divisar las siluetas de tres hombres, caminando ansiosamente de un lado para otro.
Mackenzie extendió la mano y abrió la puerta lateral del coche.
“No va a pasar nada,” dijo.
“Lo sé,” dijo Bryers. “Solo que… ten cuidado, te lo ruego. Si te pasa algo esta noche y se enteran las malas lenguas de que estaba aquí contigo—”
Ella no se entretuvo. Salió del coche y cerró la puerta. Sostenía el Glock bajo en la mano, caminando casualmente hacia el aparcamiento donde estaban parados los tres hombres junto a sus coches. Aunque sabía que no había razón para ponerse nerviosa, lo cierto es que lo estaba de todos modos. Hasta cuando vio el rostro de Harry Dougan entre ellos, todavía tenía los nervios de punta.
“¿Tenías que hacer que te trajera Bryers?” preguntó uno de los hombres.
“Está cuidando de mí,” dijo ella. “No siente un aprecio especial por ninguno de vosotros tres.”
Los tres hombres se echaron a reír y después miraron al coche del que Mackenzie acababa de bajarse. Saludaron a Bryers con las manos en perfecta sincronía. Como respuesta, Bryers les lanzó una sonrisa falsa y les mostró su dedo anular.
“Todavía no le caigo nada bien, ¿verdad?” preguntó Harry.
“No. Lo siento.”
Los otros dos hombres miraron a Harry y a Mackenzie con la misma resignación a la que se habían acostumbrado las últimas semanas. Aunque no eran una pareja de hecho, estaban juntos lo suficiente como para causar una mínima tensión entre sus compañeros. El más bajito de los tres era un chico llamado Shawn Roberts y el otro, un hombre gigantesco que medía más de dos metros, era Trent Cousins.
Cousins lanzó un gesto afirmativo al Glock en la mano de Mackenzie y después desenfundó el suyo de su cintura.
“¿Entonces vamos a hacer esto?”
“Claro, seguro que no tenemos tanto tiempo,” dijo Harry.
Entonces, todos otearon el aparcamiento con un aire de complicidad. Una ráfaga de excitación empezó a llenar el aire entre ellos y al hacerlo, Mackenzie se dio cuenta de algo de repente: lo cierto es que se estaba divirtiendo. Por primera vez desde su etapa infantil, estaba emocionada con razón por algo.
“A la de tres,” dijo Shawn Roberts.
Todos ellos empezaron a balancearse y saltar de un lado a otro mientras Harry daba comienzo a la cuenta atrás.
“Uno… dos… ¡tres!”
En un instante, los cuatro salieron disparados. Mackenzie tiró hacia la izquierda, hacia uno de los tres coches. Detrás suyo, ya podía escuchar el suave sonido de los disparos que salían de las armas de los demás. Claro que estas armas eran de broma… armas que disparaban pintura creadas para parecerse lo más posible a las de verdad. Esta no era la primera vez que Mackenzie había operado en un entorno de munición simulada, pero era la primera vez que había pasado por uno sin un instructor —o almohadillas de ninguna clase.
A su derecha, explotó en el suelo un chorro de pintura roja, a menos de quince centímetros de su pie. Se agachó detrás del coche y se deslizó rápidamente hasta la parte delantera del mismo. Se puso a cuatro patas y vio dos pares distintos de pies separándose por delante de ella, uno de ellos metiéndose detrás de otro coche.
Mackenzie había estado figurándose las reglas del terreno mientras estaban todos juntos. Sabía que el mejor lugar donde estar en el aparcamiento iba a ser en la base del pilar de piedra que sostenía la farola en el centro del aparcamiento. Como el resto del Callejón de Hogan, este aparcamiento había sido dispuesto tan arbitrariamente como había sido posible, pero con la intención de educar a los estudiantes de la academia. Teniendo esto en consideración, Mackenzie sabía que siempre había un lugar óptimo para salir victoriosa en cada escenario. En este aparcamiento, era esa columna de la farola. No había podido llegar a ella de inmediato porque dos de ellos ya estaban de pie delante de ella cuando Harry terminó la cuenta atrás. Sin embargo, ahora se le tenía que ocurrir la manera de correr hasta ella sin que le dieran.
Perdería el juego cuando le dieran un tiro. Y había quinientos dólares en juego. Se preguntó cuánto tiempo hacía que se llevaba a cabo este pequeño ritual previo a la graduación entre los estudiantes y cómo se había convertido en una leyenda oculta entre los mejores de cada promoción.
Mientras le recorrían la mente estos pensamientos, notó que Harry y Cousins se habían enzarzado en un pequeño tiroteo al otro lado del aparcamiento. Cousins estaba detrás de uno de los coches y Harry estaba pegado al lateral de un contenedor de basuras.
Con una sonrisa, Mackenzie apuntó a Cousins. Estaba bien escondido y no podía dispararle desde donde se encontraba, pero podía asustarle. Apuntó a la esquina superior del coche y disparó. Un chorro de pintura azul explotó cuando su disparo aterrizó en la diana. Vio como Cousins se tambaleaba un poco, distraído de Harry. Mientras tanto, Harry se aprovechó de la situación y disparó dos veces.
Ella esperó que él estuviera llevando la cuenta. El objetivo de su pequeño ejercicio nocturno no autorizado era salir de allí siendo el único que no hubiera recibido un disparo. Todos los participantes tenían la misma arma—un arma que disparaba perdigones de pintura—y solo tenían permitido el número reglamentario de balas que venían en el tipo de Glock imitado por sus pistolas de pintura. Eso quería decir que cada uno tenía solamente quince tiros. A Mackenzie le quedaban catorce ahora y estaba bastante segura de que los tres hombres habían disparado al menos tres o cuatro por cabeza.
Con Harry y Cousins ocupados, solo quedaba lidiar con Shawn, pero no tenía ni idea de donde estaba. Para ser tan malditamente grande, se las arreglaba muy bien para ser sigiloso. Se puso cuidadosamente de rodillas y levantó la cabeza asomando por el lateral del coche, buscando a Shawn. No le vio, pero escuchó el pequeño sonido apagado de un arma que se disparaba cerca de allí. Se echó hacia atrás en el mismo instante que un perdigón de pintura golpeó el extremo del parachoques. Algo de la pintura verde se esparció por su mano mientras se echaba hacia atrás pero eso no contaba como un disparo.
Para que te eliminaran, te tenían que disparar en el brazo, la pierna, la espalda o el pecho. Lo único que se salía de las reglas eran los disparos a la cabeza. A pesar de que los perdigones eran pequeños y hechos de plástico fino, había habido casos de traumatismo cerebral. Y si uno te daba en un ojo, te podía dejar ciego para siempre. Esa era una de las principales razones por las que el Bureau no veía este pequeño ejercicio con buenos ojos. Sabían que tenía lugar todos los años pero por lo general dejaban que sus graduados tuvieran su diversión en secreto, haciendo la vista gorda.
No obstante, el disparo le dio a Mackenzie una idea bastante clara de donde se estaba escondiendo Shawn. Estaba agachado detrás del poste de hormigón. Y, de la misma manera que ella lo había planeado para sí misma, él tenía prácticamente a todos a tiro. Le dio la espalda a Mackenzie y le lanzó un disparo rápido a Harry. El tiro no acertó, dándole a la parte superior del contenedor de basura a pocas pulgadas de la cabeza de Harry. Se tiró al suelo cuando tanto Cousins como Shawn empezaron a dispararle.
Mackenzie intentó darle a Shawn y casi le dio en el hombro. Él se agachó justo cuando ella disparaba, y el tiro salió por la tangente. Al mismo tiempo, ella escuchó a Cousins gritar de frustración y de dolor.
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