Él la sonrió mientras le daba un bocado a un rollo de primavera. “Por favor, sigue adelante. Lo estás haciendo perfectamente.”
Era un extraño toma y daca entre ellos que ella esperaba que no fuera demasiado obvio para los demás en la sala. Había intentado mostrar respeto—mostrarle que no estaba intentando liderar el caso. Pero él, por su parte, lo había ignorado. Por el momento, parecía que casi agradecía que ella estuviera tomando las riendas.
“En primer lugar,” dijo ella, haciendo todo lo que podía por no perder el hilo, “el sospechoso es casi con certeza un habitante local. Su capacidad para estudiar las pautas de tráfico de esas carreteras secundarias muestra una clase rigurosa de paciencia que nos facilita en cierto modo la creación de un perfil. Si el sospechoso se ha tomado tantas molestias para secuestrar a esas mujeres, entonces los casos antiguos de secuestro y rapto sugieren que no se lleva a esas mujeres para matarlas. Como he dicho, parece que es precavido. Todo lo que sabemos sobre él—que las ataca cuando son vulnerables y están a oscuras, y aparentemente planeando sus actos—señalan a un hombre que no tiene tendencias violentas. Después de todo, ¿qué sentido tiene tramar un rapto al detalle para acabar matando a la víctima unos minutos después? Esto indica que colecciona estas mujeres, por falta de un término más apropiado.”
“Sí,” dijo Roberts, la mujer policía. “¿Pero coleccionándolas para qué, exactamente?”
“¿Es terrible asumir que se trata de algo sexual?” preguntó el Ayudante Wickline.
“En absoluto,” dijo Mackenzie. “De hecho, si nuestro sospechoso es tímido, esa es una caja más que marcamos en el perfil. Por lo general, los hombres tímidos que atacan a las mujeres de esa manera son demasiado retraídos o socialmente ansiosos como para conquistar a las mujeres. Suele ser el caso con los violadores que hacen todo lo que pueden para no hacer daño a las mujeres.”
Recibió unas cuantas miradas más de admiración por toda la sala. Claro que teniendo en cuenta el tema que estaban tratando, no lo pudo agradecer.
“¿Pero no podemos saberlo con certeza?” preguntó Bateman.
“No,” dijo Mackenzie. “Y ahí está la presión que tenemos encima. Este no es solo un asesino que esperamos que no ataque de nuevo. Este hombre es psicótico y peligroso. Cuanto más tardemos en encontrarle, más tiempo tendrá para hacer lo que le venga en gana con esas mujeres.”
Saciados con la comida china y la plétora de información sobre las tres mujeres raptadas, Mackenzie y Ellington se marcharon del departamento de policía de Bent Creek a las 9:15. El único motel en el pueblo—un Motel 6 que parecía que no habían pintado, redecorado o contemplado dos veces desde los años 80—estaba a cinco minutos. No les sorprendió encontrar dos habitaciones libres, que reservaron para pasar la noche.
Cuando salieron de comisaría y se adentraron de nuevo en la oscuridad de la noche, Mackenzie echó una ojeada al aparcamiento. Bent Creek era un pueblo pequeño de verdad. Esto se hacía evidente en el hecho de que hubiera un pequeño bar al otro lado del aparcamiento del Motel 6. Tenía sentido, pensó Mackenzie. Era probable que cualquiera que tuviera que quedarse en un motel en Bent Creek quisiera tomar un trago.
Sin duda, ella podría tomarse algo.
Ellington le dio una palmada en la espalda y empezó a caminar en esa dirección. “Yo invito,” dijo.
A ella le estaba empezando a hacer gracia el humor negro y bastante básico que había entre ellos. Ambos sabían que había una incomodidad cambiante entre ellos, pero la habían enterrado. Para superarla, habían creado una amistad tentativa basada en sus trabajos—que insistían en que pensaran con lógica y enfocaran los asuntos con una actitud sensata. Hasta el momento, estaba funcionando bastante bien.
Ella se unió a él mientras cruzaban el aparcamiento y cuando entraron al bar—no muy originalmente nombrado Bar Bent Creek—la oscuridad de la noche fue sustituida por un crepúsculo humeante y húmedo que solamente existía en los bares de los pueblos y en los tugurios de mala muerte. Una antigua canción de Travis Tritt sonaba en una polvorienta gramola que había en un rincón mientras ellos tomaban asiento al final de la barra. Los dos pidieron cerveza y, como si esa rutina de la visita al bar hubiera sido su señal, Ellington volvió de inmediato a su postura profesional.
“Creo que merece la pena investigar esas carreteras que salen de la Ruta Estatal 14,” dijo.
“Lo mismo digo,” dijo ella. “Me parece extraño que no lo mencionaran en las abundantes notas que la policía puso en esa pizarra.”
“Quizá simplemente conozcan la geografía del lugar mejor que nosotros,” sugirió Ellington. “Por lo que sabemos, podría tratarse de simples pistas de tierra que no llevan a ninguna parte. ¿Hay alguna razón por la que no les preguntaste sobre ello cuando estabas dirigiendo la sala de conferencias?”
“Estuve a punto de hacerlo,” dijo ella. “Pero lo habían colocado todo tan bien… que no quería fastidiar a nadie. Todo este asunto de contar con un departamento de policía colaborativo que hace todo lo posible por nosotros es algo nuevo para mí. Lo haré mañana. Si fuera crucial o importante, ellos ya las hubieran investigado o al menos nos las hubieran mencionado.”
Ellington asintió y dio un buen trago a su cerveza. “Diablos, casi se me olvida,” dijo. “Lo sentí de veras cuando escuché lo de Bryers. Solo trabajé con él en unas cuantas ocasiones y no de manera muy íntima, pero parecía ser un buen hombre de verdad. Y un agente de primera, también, por lo que tengo oído.”
“Sí, era bastante increíble,” dijo Mackenzie.
“No sé si querrás saber esto o no,” dijo Ellington, “pero hubo algo de controversia sobre emparejarte con él cuando llegaste. Bryers era como un producto de lujo. Uno de los mejores. Pero cuando le dieron la idea, él se entusiasmó con ello. Creo que, en el fondo, siempre quiso ser un mentor. Y creo que consiguió hacerlo muy bien para ser su primera vez.”
“Gracias,” dijo ella. “Pero no me parece que todavía me haya probado a mí misma.”
“¿Por qué no?”
“En fin… no lo sé. Quizá me llegue cuando pueda solucionar un caso sin que McGrath acabe furioso conmigo por algún u otro detalle.”
“Solo lo hace porque espera mucho de ti. Cuando llegaste, era como si fueras un detonador en una barra de dinamita que ya han encendido.”
“¿Es por eso que me ha emparejado contigo ahora?”
“No. Creo que solo me quería en esto debido a mi conexión con la oficina de campo en Omaha. Y entre tú y yo y nadie más, quiere que triunfes en este caso. Quiere que lo saques adelante. Conmigo a bordo, no podrás recurrir a uno de esos finales en solitario típicos de ti a los que tienes tanta tendencia.”
Ella quería discutir ese punto, aunque sabía que él tenía toda la razón. En vez de ello, dio un trago a su cerveza. Desde la gramola sonaba una canción de Bryan Adams y de algún modo, se vio pidiendo una segunda cerveza.
“Así que dime,” dijo Mackenzie. “Si yo no estuviera contigo en esto, ¿cómo lo estarías manejando? ¿Con qué enfoques?”
“Los mismos que tú. Trabajar de cerca con el departamento de policía y tratar de hacer amigos. Tomando notas, diseñando teorías.”
“¿Y tienes alguna?” preguntó ella.
“Ninguna que tú no hayas explicado ya en esa sala de conferencias. Creo que tenemos algo… pensar en este tipo como en una especie de coleccionista. Un solitario vergonzoso. Creo estar bastante seguro de que no está llevándose a estas mujeres simplemente para matarlas. Creo que tienes toda la razón en todos esos puntos.”
Читать дальше