Los pensamientos acerca de la religión y de la muerte, ya están expresados; él, por decirlo así, no declara su mente sobre el asunto, salvo la invocación a Marte, en que expresa su admiración por la paciencia de éste, ante los males de Roma (125-8).
Sigo el orden –o el desorden– de la exposición de Juvenal. Peligros de la ciudad (6-9); recitación poética vitanda (9); quejas de los impuestos (15); alusiones a los judíos (13-14); suntuosidad (20); negocios ilícitos (29-33); promoción del vulgo (34-38); culpa de la Fortuna que juega con los hombres (39-40); adulación (40-41); astrología y agüeros, que sirven para prometer herencias a los hijos, anunciando la muerte paterna (41-43); alcahueterías y adulterio (44); complicidad en el robo (46); sólo es amigo el que posee secretos vergonzosos (49-58); afectación grecizante (58-64): defectos de tales personas: traer postitutas - pinturas: “inteligencia vivaz, audacia desvergonzada, palabra fácil y más precipitada que las aguas del Iseo”. Sabe de todo, tiene todos los oficios: capacidad de adulación, de fingir interés por los demás; representan en el teatro papeles femeninos, de mujeres desnudas, y efectivamente, hembras parecen; “toda Grecia es comediante”. El antigrecismo de Juvenal es notabilísimo, ancho y enardecido (65-106); son lúbricos, y nada escapa de su lascivia, la virgen, la esposa, el esposo joven, el hijo mozo, la madre de familia, y a falta de cosa mejor, perseguirán a la abuela. Un estoico delator mató a su amigo y, ya viejo, sacrificó a su discípulo (109-118). No admiten que romano alguno comparta sus ventajas, ni sus placeres, soplones, siembran rencillas, y te apartan del patrono. Y ellos pagan grandes sumas por gozar, una o dos veces, a Calvina o Catiena, mientras tú vacilas para pedir a Quione que descienda de su sitial (107-136). Valoración del dinero en Roma: lo primero de todo se investiga la renta, el dinero poseído; y lo último la moralidad, y se piensa que el pobre no puede creer en los dioses, y que ni a ellos mismos les importa esto (137-146). La pobreza es objeto de burla; la toga gastada, el zapato remendado y abierto, mueven a risa. El pobre es expulsado de los banquetes, patentes a los plebeyos enriquecidos. Esta es la ley establecida por el necio Otón. Ningún pobre es bien acogido por yerno, o tomado como heredero, o admitido como consejero por los ediles (147-161). En todas partes las virtudes han de combatir las dificultades económicas; pero en Roma este esfuerzo es aún más duro. Resulta costosa una morada miserable, un criado, una cena frugal. En otros lugares de Italia se vive modestamente, y lo que en Roma parece indispensable, es allí lujo de días de fiesta (161-179). En Roma se vive con lujo superior a los propios posibles, y a veces se toma del arca ajena. Y esto es vicio común:
Commune id vitium est: hic vivimus ambitiosa
paupertate omnes, quid te moror? omnia Romae
cum pretio (182-4)39.
Hasta el saludo del amigo hay que pagarlo. Los clientes ven la casa llena, pueden tomar los pasteles, pero han de pagarlos, y contribuir al salario de refinados esclavos (185-89).
Vuelve el tema de la inseguridad: en Roma –lo que en provincias no acaece– puede suceder en cualquier momento la ruina de tu casa: un derrumbamiento, un incendio, que comienza por arriba y llega hasta el primer piso, o al contrario. Cuando el administrador ha tapado, de cualquier manera, una antigua resquebrajadura, ya dice que puedes dormir tranquilo (190-202). Y si la ruina ocurre a un pobre, que nada tenía, pero tenía esa nada, nadie le ayuda a reponerlo; si, en cambio, por ventura le acontece un incendio al rico, todos se apresuran a ofrecerle regalos, de modo que a la postre posee más que perdió, y ya podrían entrar sospechas, si no fue él mismo el autor de la quema (203-222). En algunas provincias se puede poseer una casa, por lo que cuesta en Roma alquilar un agujero durante un año. Vive en el trabajo del campo, regando las plantas, amante de la azada, y obteniendo frutos para abundantes cenas; en cualquier lugar es gran cosa ser dueño de algo:
Est aliquid, quocumque loco, quocumque recessu,
unius sese dominum fecisse lacertae (230-231)40.
En Roma la alimentación es mala, y el sueño difícil, por el estruendo de los carruajes y de las multitudes noctívagas. De ahí vienen muchas enfermedades (232-238). El rico es conducido en su litera, y dentro de ella, lee, escribe o duerme, y llega antes que el pobre peatón, que es oprimido, empujado, golpeado con la viga de uno, con el codo de otro, con el clavo del de más allá; ha de sufrir pisotones y llenarse de barro (239-249). Se produce un revuelo enorme con motivo de recibir la espórtula; los criados, dentro, se azacanean; fuera, los clientes van apresurados entre los apretones de las gentes; un carromato con un pino o abeto, amenaza, y si los bloques de mármol se derrumban sobre la multitud ¿qué quedará de los destrozados cuerpos? (250-267).
Otros peligros nocturnos: las tejas que caen de los techos, las vasijas rotas que arrojan desde las ventanas, muchas abiertas al acecho; ya puede uno desear que se contenten con verter agua sobre él. Se debe salir con el testamento hecho. Puede haber pésimos y peligrosos encuentros con algún rico que, al verte indigente, se cree con derecho a injuriarte y a golpearte incluso: y al pobre sólo le queda la libertad de aguantar y suplicar que le dejen volverse con los dientes que le quedan (268-301).
Y luego aún quedan los robos en las casas, el asesino que cae de súbito sobre tí puñal en mano. Toda Roma está fabricando instrumentos para sujetarlos, y la confección de cadenas hace temer que falten arados (302-15).
Esta es la marcha y estos son los temas de la sátira III; voy a pasar a realizar una labor pareja con la IV y con la V, y luego estudiaré, procurando una visión de conjunto, todo el libro primero.
Crispino es rico, muy rico, pero adúltero, afeminado y sacrílego, pues hace poco yació con una sacerdotisa de Vesta. Si otro fuera culpable deberían llevarle ante el juez de las costumbres; pero para Crispino todo esto es lo más natural (1-14). Compró un salmonete carísimo, no para obtener la herencia de un viejo sin hijos; ni para regalarlo a una encopetada amiga, sino por mero gusto propio (15-33).
Aquí cuenta la larga historia, que llena la sátira, del pez presentado al Emperador; voy recogiendo las alusiones más significativas a las costumbres.
Todo pertenece al fisco, todo lo que vale algo; los inspectores están alerta para descubrir cualquier hallazgo (45-56). Alusión a la adoración de Vesta (61). Poder de la adulación: palabras del pescador al sumo pontífice (Domiciano) al entregarle el rodaballo, y reacción de Domiciano: conclusión de Juvenal, de validez universal:
Nihil est quod credere de se
non possit cum laudatur dis aequa potestas (70-71)41.
Alusión al genio (66). Imposibilidad de prestar buen consejo al emperador (84-5). Absurdo de la reunión de los nobles, para estudiar el problema que plantea el rodaballo con su tamaño: no cabe en ninguna fuente de las sólitas. Crispo, anciano, es honrado y capaz de acertado consejo, pero no se atreve a desafíar a la muerte; igualmente Acilio, y el joven que le acompaña fue muerto por la crueldad del César. La pintura de los próceres es concisa y muy expresiva: Rubrio, culpable de una ofensa antigua, inconfesable, pero más desvergonzado que un pederasta que se mete a satírico. Sin embargo, entra intranquilo. Monta no tripudo; Crispino perfumado. Pompeyo, delator muy temible, Fusco, que vive en su quinta de mármol, ensayándose para la guerra; Catulo, el asesino, enardecido por el amor de una joven que desconoce, monstruo insensato, ciego y despiadado, digno de mendigar (75-129).
Читать дальше