Una de las mujeres que trabajaba allí, le indicó a la joven en qué lugar del recinto se había dispuesto una litera para el herido capitán. Este se encontraba aún inconsciente; en su hombro un agujero de color rojo bermellón donde antes había estado una flecha incrustada. Los sanadores le colocaban una especie de pasta color verde la cual desprendía un olor nauseabundo.
—Las curanderas dicen que no es nada grave. –dijo Mandorlak sentado en una de las esquinas de la habitación. Su armadura estaba roja por toda la sangre de sus enemigos –Tuvimos suerte que haya dado en su hombro y no en otro lugar, ya que la flecha traspasó de lado a lado su cuerpo ¡Malditos bosquerinos! Si vuelven a penetrar nuestros muros, sus cabezas terminarán en picas a lo largo de nuestro reino ¡Malditos todos aquellos que se hacen llamar nuestros aliados! Ellos deberían estar aquí apoyándonos y ayudándonos a destruir al rey sabio y sus tropas. –Mandorlak trató de ponerse en pie, pero a causa de su embriaguez cayó al piso. –¡Los odio a todos! ¡Si no hubiera sido por nuestros amigos, Gio ya no se encontraría en este mundo! –el enfurecido capitán, hubiera tomado su espada de no ser porque Kira colocó la suya en su cuello.
—Culpa a cuantos quieras. A los dioses, nuestros amigos, familias, perros, al que nos vende pan. Pero después mírate a ti mismo y dime: ¿Has hecho algo más además de quejarte sobre nuestra situación actual? Estamos siendo asediados por un ejército que nos supera en número. Si nos derrotan, y es una posibilidad, armarán una montaña con nuestros cuerpos. Pero yo seguiré peleando sin importar el final. Moriré por mi tierra, por mis amigos a los que considero mi familia, pero más muero por Goldanag –Kira quitó el arma del cuello de Mandorlak y la volvió a envainar.
El consejero del rey se acercó a los dos capitanes y les dijo que su señor Pulerg había solicitado su presencia en el castillo Argelon. Había recibido la respuesta del señor de Fallstore. Después de escuchar la noticia, los dos corrieron a toda prisa hacia la fortaleza de la ciudad, donde su rey los esperaba.
En el salón del trono, sentado en este estaba Pulerg; los miró al entrar, su rostro parecía alegre por la noticia, por lo que Kira, al igual que Mandorlak, asumieron que el mensaje era bueno.
—¿Qué noticias han llegado de Fallstore, mi señor? –dijo Mandorlak hincándose sobre una pierna. Kira hizo lo mismo.
—Alkardas Greywolf, ha respondido a mi pedido de ayuda. –Pulerg se recostó contra el espaldar del gran asiento de piedra y oro –En este momento una fuerza de veinte mil hombres de tropas sureñas está cruzando el bosque de Alarbón.
—¿Hace cuánto envió el mensaje de ayuda? –preguntó interesada Kira.
—Lo envié hace apenas dos semanas junto con la espada que le he regalado al príncipe Ponizok Greywolf. –respondió el rey mientras bajaba de su asiento. Tomó de la mesa la respuesta a su mensaje y la entregó a Kira, quien con ansias esperaba verla.
—Esta fuerza de combate, es guiada por el mismo Ponizok –la joven miró a su rey. Ella sentía que el corazón se le saldría del pecho.
—Dicen que el muchacho es un gran espadachín. –Mandorlak tomó el papel –Según lo que se cuenta, su madre es una de las herederas de las tierras de Thoms. Por lo que, en su muerte, este joven será rey del más grande de los reinos. –se rascó la cabeza y le volvió a entregar el mensaje a su rey –Lo único que espero, es que no sea egocéntrico, y crea que aquí podrá mandarnos, como lo hace con su gente en el Sur.
—No es como tú piensas –Kira se apoyó contra la mesa, colocó sus manos sobre esta y siguió –Yo me lo imagino como alguien gentil, caballeroso y que ama a los suyos –la joven suspiró de tal forma que los dos que allí estaban la escucharon. En eso vio que Pulerg y Mandorlak intercambiaban miradas, algo que le dio a entender que se habían dado cuenta.
—¡Ay Kira! –dijo sorprendido el rey, acercándose a ella y colocándose a un costado de brazos cruzados –Dime que lo que estoy pensando, es solo una idea. –miró sonriente a la capitana mientras ella movía su cabeza de un lado a otro –¿No me digas que te gusta el príncipe de Fallstore?
Kira miró hacia el suelo. Unas lágrimas cayeron sobre este dejando pequeños charcos. El rey le ordenó a Mandorlak que los dejara solos, y que si quería podía ir a cenar. Mandorlak, despidiéndose muy cortes mente, se alejó de la sala. Lo único que se escuchó antes de que saliera por la puerta principal, fue el choque de su bota contra el suelo de piedra de la fortaleza. Cuando hubo salido, Pulerg prosiguió con la charla.
–Te conozco de hace casi tres años Kiri y sé que cuando quieres algo, haces todo lo posible para obtenerlo – Pulerg secó con uno de sus dedos, las lágrimas en las mejillas de la niña – Cuando llegue el momento, tendrás que decidir entre tu vida aquí, sirviendo como capitana o tu futura vida, con alguien que te proteja y te de tanto amor como lo deseas...
–¡Siento como si lo conociera! – dijo fregándose los ojos con los nudillos – He escuchado sobre él, en las aldeas cercanas a Alarbón, donde se cuenta que es la persona más bella de su reino. También traté varias veces, durante mis horas de patrullaje de ir hacia allí y conocerlo. Creí que tal vez, y solo tal vez, podría llegar a enamorarse de alguien como yo.
–¿Qué te dice tu corazón? – le preguntó el rey a Kira.
–Me dice, que no lo imagine más – respondió con tristeza, mientras volvía a tomar el mensaje de la mesa – Él es el hijo de un rey, y yo soy una simple capitana del ejército de Goldanag. Nunca se fijaría en mí. Seguramente ya está comprometido con alguna lady de Fallstore.. Pulerg abrazó a la joven con toda su fuerza. Ella se dejó abrazar, pero con eso dejo salir otras lágrimas, las cuales esta vez, fueron a parar al traje de terciopelo de su señor, quien al ver esto, le dijo que no se preocupara y que debía ir a descansar, porque la guerra proseguiría, y ella estaba muy tensa por la batalla. La joven capitana despidiéndose se dirigió a su humilde hogar, el cual quedaba en la zona Norte de la ciudad, sobre la Calle de la Esperanza. Era una casa de piedra gris mapache, un techo de madera de pino y un par de ventanas. Cuando ella entró, en la mesa aún había pan del desayuno y una jarra de agua a un costado de este. Tomó un vaso y se sirvió un poco para poder hidratarse. Su mente estaba corrompida por la duda de su futuro. ¿Podría ella ser amada por la persona que deseaba? En ese momento le pareció primordial la idea de acostarse sobre su lecho con un colchón de plumas, y sentir como la noche pasaba y el día se alzaba luego de la oscuridad total. A la mañana siguiente el ruido de un cuerno la hizo saltar de su cama. Se colocó su armadura lo más rápido que pudo y cogiendo un trozo de pan duro se dirigió devuelta a los muros, donde ya Mandorlak la esperaba junto a los hombres restantes de la defensa. Este, cuando la vio llegar, le explicó que los bosquerinos, habían decidido atacar en la madrugada, pensando que todos en la ciudad estarían durmiendo. Pero Pulerg había solicitado que a lo largo de los muros hubiera centinelas, que avisaran en caso de ataques imprevistos. Del lado opuesto de las murallas, ya formados, las tropas de Hignar se disponían a atacar Argentian, la cual en ese momento, se encontraba con muy poca seguridad. Una sonrisa de satisfacción recorrió el rostro del rey de Lodriner al ver que del otro bando, no recibía señal alguna de resistencia como bombardeos, o lluvias de flechas. .
–Si reorganizamos las defensas, Argentian caerá –le dijo Kira al capitán Mandorlak, quien en ese momento desenvainaba su espada.
–La defensa está preparada, lo único que hay que hacer, es dejar que ellos crean que no – respondió a lo dicho por la capitana. –El rey me pidió que les hiciera un regalo a los bosquerinos y eso es lo que haré ¡Soldado! – dijo a uno de los allí presentes – Pueden iniciar ¡Libérenlos! –Los hombres dispararon con todo lo que tenían. Piedras y flechas volaban sin rumbo fijo por los aires, hasta que daban contra algún enemigo que estuviera desprevenido. Pero eso no impidió que la infantería de Lodriner, volviera a colocar sus escaleras y arietes donde correspondían. Ya no eran cientos. Ahora eran miles de bosquerinos los que lograban penetrar los muros de Argentian.
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