1 ...7 8 9 11 12 13 ...26 Argentian, la gran ciudad capital de los montañeses era magnifica en todo su esplendor. Se encontraba a los pies de las Montañas Plateadas, que según contaba la historia, en el interior de sus minas, poseían toneladas y toneladas de plata pura.
El señor de todo Goldanag y de esta ciudad era Pulerg, quien había peleado al lado del rey Alkardas, durante la época de la gran oscuridad y el alzamiento de Golbón Lenger. Este ya no era quien antes había sido, ahora su pelo y barba se habían vuelto bastante canosos por los años, pero su espíritu seguía intacto, algo que sus lores y súbditos respetaban mucho. Él no iba a dejar que un hombre de los bosques le diga lo que debía hacer con sus hornos, o qué debía utilizar para prenderlos.
El rey de Lodriner ya estaba harto de que los goldarianos entraran sin su permiso a su magnífico reino y talaran los bellos árboles que le habían sido regalados por su padre creador. Miles y miles de ellos habían sido volteados con el único fin de calentar los grandes hornos.
Ya todos en la ciudad capital, se habían preparado para el combate que se avecinaba. Los centinelas apostados en los muros, vigilaban las lejanías. En el caso de que ellos vieran a los enemigos acercarse, debían dar la alarma, para que todo hombre que supiera usar un arma, se dirigiera hacia los muros y puertas de la ciudad.
Pulerg se encontraba en lo alto del torreón principal del castillo de Argentian donde junto a sus más renombrados capitanes, decidían la defensa y como podrían escapar de la ciudad en caso de que los bosquerinos lograran penetrar los muros de la ciudad fortaleza.
—Mi señor –dijo el más alto y fortachón de los capitanes –deberíamos de advertir a nuestros aliados sobre nuestra situación, seguramente Hignar ya avanza contra este sitio y no tenemos un ejército para enfrentarlo.
—Ya es demasiado tarde, capitán Giotarniz –Pulerg se apoyaba sobre una de las ventanas de la habitación de planes y juntas –nadie llegará tan rápido en nuestra ayuda. Ni siquiera Lord Lactalion, señor del castillo Culprión, el más leal de mis señores vasallos.¡Capitán Mandorlak, necesito que de la alarma! Todo hombre, ya sea niño o adulto, debe prepararse para pelear.
—¿No sería conveniente, que enviemos a los niños y mujeres lejos de la ciudad, señor? –dijo Mandorlak.
Giotarniz tenía el cabello y los ojos color miel, mientras que Mandorlak era calvo, pero poseía una barba la cual daba a conocer que su cabello había sido alguna vez color plata, al igual que sus ojos. Pero no solo ellos dos se encontraban en ese lugar con el rey de Goldanag. También presente estaba la única capitana del ejército de Argentian. Su nombre era Kira. Su cabello era largo y ondulado. Lo tenía castaño oscuro, y sus ojos era marrón claro.
Según los hombres que servían en la ciudad, Pulerg la había elegido, por ser una de las más leales y aguerridas guerreras de todo el Valle del Alpinista. Lo único que la diferenciaba de los demás capitanes, es que era una persona alegre y no fría como Giotarniz y Mandorlak.
—No es una buena idea, capitán Mandorlak. –dijo Kira acercándose a una mesa, donde los consejeros de guerra, habían colocado un mapa de Naraligian. –Los caminos están infestados de bandidos y violadores. Enviarlos requeriría darles una protección o un escuadrón de caballeros, algo de lo que no disponemos en este momento.
—No hay alternativa, debemos defendernos como podamos. –el rey tomó asiento en la mesa –Ya envié un halcón a mi aliado y amigo, el rey Alkardas. Seguramente vendrá con un ejército a la batalla. Ruego a los dioses que haya recibido el mensaje de ayuda.
—Los lobos de Fallstore, no responderán a nuestro pedido –Giotarniz miró la lejanía por la ventana –Deben estar riéndose de nuestra mala fortuna. A ellos no les importa el dilema de los otros.
—¡Alkardas es un fiel aliado de Goldanag! –Kira se paró erguida, con la mirada seria en Giotarniz –¿Cómo puedes llegar a dudar de su honor? Ellos fueron quienes pelearon de nuestro lado cuando Golbón, se colocó su corona de hierro y volcó todas sus fuerzas contra Naraligian. Su rey fue quien evitó que asesinaran al nuestro.
—¿Por qué hablas como si hubieras estado allí? –Mandorlak, con una de sus manos en la empuñadura de su espada se acercó a la joven y pasando su mano por el cabello de esta le dijo –Eres joven, todavía no sabes lo que es estar en un campo de batalla, donde tus amigos mueren a manos de tus enemigos, donde los dioses no toman partido. Yo estuve en los campos cercanos a Fuerte Caos, donde tuvo lugar la gran batalla del bien y el mal. Recuerdo el grito de miles de compatriotas, los cuales eran heridos o mutilados por los algirianos. Si no hubiera sido por los Greywolf, hubiéramos perdido la guerra y la casa Lenger dominaría toda la tierra.
—Necesito que los guardias de la ciudad vayan a los muros, preparen los trebuchets, para bombardear al gran ejército de Casa del Árbol. –Pulerg sirvió en una copa sidra, la bebió, e inclinándose sobre uno de los apoyabrazos les dijo a los dos capitanes –Ustedes encárguense de esto. Kira y yo debemos hablar a solas.
Los bravíos capitanes saludando a su rey, salieron de la habitación. Pulerg le pidió a la capitana que tomara asiento junto a él. Este le convidó una copa donde le sirvió del néctar de la manzana.
—Lo siento mi señor, si he hecho algo mal, –dijo apenada la joven –es solo que no puedo permitir que hablen así de nuestros amigos del Sur.
—¿Cuántos años tienes Kira? –preguntó el rey a la capitana.
—Tengo dieciséis años, mi señor. –ella se sentó derecha contra el respaldo de la silla –Sé que es raro que alguien como yo pertenezca a la guardia. Cuando camino por la ciudad, escucho a las personas que dicen entre ellas:
»Mira lo joven y bella que es, no entiendo cómo puede pertenecer a un ejército, cuando debería estar comprometida con alguien y con niños sobre sus piernas».
Si usted piensa eso mi señor, con gusto renunciaré a la guardia. –Kira tenía los ojos rojos, como si fuera a llorar.
—Si eso es lo que tú quieres, aceptaré tu renuncia. –Pulerg colocó su mano en el hombro de la niña –Recuerdo cuando viniste a mi hace años, pidiéndome que te nombrara capitana de mi guardia. En ese momento, yo pensé lo mismo que piensan todos sobre ti. Pero cuando me dijiste porque lo deseabas, escuché tu juramento y acepté que fueras de mi guardia.
—¿Cuáles son mis órdenes?, gran rey del reino –Kira se puso en pie.
El rey se paró para hablar, y en ese momento, la campana de la ciudad sonó con toda su furia. Kira miró por la ventana y vio como una gran masa de color marrón se acercaba hacia Argentian. La capitana volvió sus ojos hacia Pulerg quien ajustando el cinturón del cual colgaba su espada, le pidió que reuniera a la guardia real para ir a la batalla. Kira corrió lo más rápido que pudo con su armadura puesta hacia el salón del trono, donde los cien hombres que componían la guardia del rey aguardaban de pie mirando hacia el gran sillón.
Ella les ordenó que se prepararan para marchar con su rey a los muros, donde la gran batalla los esperaba. En ese momento Pulerg apareció en el salón. Llevaba puesto sobre su cabeza un yelmo de hierro rojo con detalles en dorado. Todos, incluyendo la capitana, lo siguieron por toda la ciudad, hasta que subieron a las altas murallas. Pulerg, a diferencia de Kira, estaba relajado, ya que él sabía que sus muros eran casi tan altos como los de Filardin. Los bosquerinos tendrían que subir y ellos solo tenían que repelerlos.
—El sabio Hignar, va a la cabeza de sus fuerzas. –decía Giotarniz a su rey mientras tensaba su arco –¿Quiere que lo acabe?
—No sería tan valiente que digamos, si disparara una flecha contra él. –el rey miró al capitán quien estaba a la espera de órdenes –Deja que se acerquen, que confíen. En ese momento comenzaremos la ofensiva.
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