Kira miró a Mandorlak, quien combatía a más no poder contra todo aquel que lo enfrentara. En ese momento el capitán, mirando a un grupo de arqueros que se encontraban en la parte baja de los muros, les dio la orden de enviar lo acordado. Ellos dispararon una oleada de flechas incendiarias contra los campos repletos de enemigos. Los que manejaban los trebuchets, cargaron estos con proyectiles que poseían en su interior aceite, con el cual, prendieron fuego a varios bosquerinos, haciéndolos huir a causa del dolor y las heridas. Cada uno que formaba parte de la protección real del rey de Lodriner, trataba de hacer volver a los desertores, que escapaban ciegos de la batalla. Espadas contra cuellos, cuchillos en el pecho, ballestazos en los ojos. Esa fue la forma de terminar con la huida.
—¡No dejaré que unos simples montañeses me dejen en ridículo! –dijo enfadado con sus capitanes. Hignar desenfundó su sable y seguido por sus hombres se acercó al portón del enemigo donde el ariete seguía tratando de abrir la única entrada a la ciudad –¡Pero abran esa puerta de una vez! –les dijo a las cansadas tropas que sin más no poder movían el pesado tronco del arma de asalto.
—Es muy fuerte mi señor, –dijo cansado el que parecía ser el capitán de aquel contingente –llevamos horas golpeando y ni siquiera la hemos rajado.
—¡Túmbela de una vez por todas! –gritó más enojado su rey. Ya no podía contener más su ira –¡Si para mañana, ese paso no está abierto yo mismo me encargaré de que paguen por su ineficacia! –Hignar se retiró junto con los demás capitanes de su ejército hacia el campamento que habían levantado. Sus fuerzas hicieron lo mismo.
El humo que los cubría imposibilitó la visión de los goldarianos, quienes trataban de ver si sus enemigos preparaban algo más poderoso que un simple ataque. Kira se cubrió con su brazo la cara para que este, no se le metiera por la boca y la hiciera toser. Miraba en todas direcciones con el fin de encontrar algún alma que pudiera ayudarla a hallar el camino para descender de los muros. Mandorlak logró encontrarla, le indicó por donde debía ir y que debía hacer una vez que hubiera bajado.
—Debes ir y ver si Gio se encuentra bien. –le pidió el capitán a la joven quien aceptó con gusto.
Giotarniz fue quien le había enseñado a dirigir grandes masas de hombres en una batalla, también, cómo defenderse a sí misma. Kira lo quería como un amigo, alguien que nunca le había fallado en la vida. Por eso había aceptado en ir a verlo. Sabía que lo necesitaba.
Al llegar a la casa de sanación, varios de los curanderos y sanadores fueron a recibirla y le explicaron que el capitán, herido como estaba, se había levantado y colocado su armadura. Ellos le dijeron que todavía no estaba totalmente recuperado para irse, pero que él no les prestó atención y siguió vistiéndose. Habiendo escuchado esto, Kira entró en el recinto donde Gio se estaba colocando el gorjal.
—¿Qué haces? –le preguntó enojada la joven al robusto capitán allí presente –Los sanadores te dijeron que todavía no estabas listo para irte.
—Si les hiciera caso a ellos, Argentian sería destruida –le respondió con una mirada amenazante –Ya estoy bien, no siento nada, ni siquiera me sangra la herida. Debo hablar con el rey. Debe saber que ya estoy de vuelta.
—¡No irás a ningún lado! –la capitana tomó su espada y apuntó con ella a su compañero –Debes obedecer a los curanderos. Si ellos te dijeron que no estás bien, es porque así es. –se paró en posición de combate, tomando su espada con las dos manos –Si deseas irte, tendrás que pasar sobre mí.
Giotarniz sonriendo, se acercó hacia el arma, tomó el filoso acero y lo corrió de su camino. Kira desenfundó rápidamente su daga y la colocó en el cuello del capitán, quien se enfureció mucho más. A ella no le importó su enojo, ya que lo que le interesaba era que este respondiera a lo pedido por los sabios sanadores.
—¡Kira, necesito ver al rey! –Giotarniz apretó con su mano derecha el acero del filoso elemento en su cuello. Hilos rojos de sangre corrieron por su mano, la cual, ni por un segundo dejó de apretar el arma –¡Debo hablar con Pulerg, debe saber que estoy listo para la acción! –tomó un trozo de tela y se vendó la ensangrentada mano –¿Cómo fue la defensa del segundo ataque? –preguntó mientras salía junto a la capitana por la puerta.
—¡Otra gran victoria para los grandes defensores de Argentian! –dijo emocionada la capitana mientras caminaba hacia el castillo. –Yo creo que no volverán a atacarnos. Hemos quebrado la moral de sus filas. Los sureños se acercan, sus fuerzas son superiores a las de Lodriner. No tienen más oportunidad.
—Tienes mucha esperanza. Eso es bueno en tiempos así –Gio paró en uno de los puestos del mercado, compró un pan y ofreciéndole la mitad a la niña siguieron su camino. –Si no te conociera, diría que sientes algo hacia el príncipe de Fallstore.
Kira sintió que se le enfriaba la sangre. Su corazón disminuía sus latidos, con cada paso que daba. El rostro de su amigo le dio a entender que sabía lo que pensaba en ese momento, por lo que tuvo que disimular para que cambiara de idea. Simuló una sonrisa de alegría, provocando un cambio de pensamiento en el capitán, quien había apostado todo a la respuesta de la joven. Tenía su esperanza en que los sentimientos, la irían a traicionar y quedaría al descubierto todo lo que estaba oculto en las sombras.
Pulerg, tomando una copa de vino tinto, se recostó sobre las escalinatas que llevaban a su trono, esperando recibir noticias del resultado del combate. O su amada ciudad había sido tomada, o una posible victoria se avecinaba, no lo sabía. Sentía como la transpiración, a causa de los nervios, corría más y más rápido por su rostro y barba.
—¡Mi señor Pulerg, hemos alcanzado otra gran victoria! –gritó Giotarniz. El eco de su voz se dispersó por todo el salón hasta llegar a los oídos del cansado señor –Hignar retrocede otra vez, nuestras fuerzas festejan a lo largo y ancho de Argentian.
—¡Qué gran noticia! –el rey se puso rápido de pie y fue a darles la mano a los capitanes. Se las apretó con fuerza (símbolo de poder) –¿A caso el sabio señor de los bosques no pudo predecir esta victoria? Vale más la venganza que el perdón. Siempre lo he dicho y lo seguiré diciendo: no hay poder sobre esta tierra que pueda vencer al acero.
—En eso lo apoyo mi señor. La magia ya está desapareciendo, pero nuestras poderosas armas y las resistentes armaduras, son las que decidirán el destino de nuestros días –decía Giotarniz mientras se apoyaba contra la mesa del salón. Tomó una de las violáceas uvas y la colocó en su boca –¿O no lo crees así, Kira?
—Hay algo en todo esto que no encaja –dijo la capitana apoyándose a un costado de Gio quien le ofreció un racimo de uvas. Ella lo tomó y comió uno de los frutos muy lentamente, mientras trataba de recordar, lo que siempre le decían sobre los bosquerinos y las historias que había escuchado de Hignar, el señor de Casa de Árbol –Ya hemos detenido dos asaltos a esta ciudad y nuestro enemigo nos sigue atacando. ¿Cuál es el punto? ¿Acaso no valen las vidas de sus hombres? Si prosigue con esto todos han de morir.
—Conozco a ese rey desde hace años, –Pulerg les mostró una cicatriz en su brazo –esto fue durante la gran batalla de antaño. Yo defendí un ataque que iba hacia el sabio Hignar. Este se hallaba inconsciente sobre el húmedo suelo algiriano. Lo protegí de Golbón y su espada, la cual iba a darle muerte a mi amigo, si es que lo puedo llamar de esa manera en este momento. –Su cara reflejaba tristeza, pero no soltó una lágrima por temor a los comentarios de sus leales súbditos. –Si pudiera revertir aquello, no estaríamos en este embrollo.
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