Marie Estripeaut-Bourjac - Hagamos las paces

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Gozar de una Colombia en paz es, tal vez, uno de los pocos, acaso el único proyecto en común de los colombianos. El Acuerdo de paz firmado en 2016 inaugura un nuevo relato nacional en el que la paz es denuncia, propuesta e imaginación de vida que crea, inventa, controvierte e incomoda. En este libro, las artes documentan el hacer las paces en la Colombia del siglo xxi. Las diversas experiencias evocadas vislumbran vías inéditas de restauración de unos espíritus libres del odio y de la venganza mediante la desmovilización cultural de los imaginarios. En lo simbólico, las artes y las imagenes demuestran que hay miles de formas de hacer las paces.

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Tenemos un mejor país. Hacemos más el amor que la guerra, bailamos mucho más que disparar, reímos mejor, porque hay menos violencia estructural. Aunque no lo queramos ver, este es un país que avanza en derechos sociales y humanos; nuestra economía se mantiene en promedios mundiales; las ideas abundan por toda parte en empresarios jóvenes y creadores de alternativas de paz. Somos un mejor país. Nace un nuevo relato de nación. Pero, justo cuando deja de estar la guerra y ha llegado el momento civilizado de “disentir” y “disputar” sentidos conversando, reconociendo verdad en la voz de los otros, construyendo en medianías y no en lógica de guerra (“usted o yo”), justo ahí, cuando nos hemos dejado de matar y claudicamos de venganzas para ser un país de verdad, las élites nos han quedado mal. Y nos quieren sumir en una desazón nacional de que todo anda peor que siempre.

Entonces, es cuando tiene que aparecer la potencia disruptiva de la creación artística para imaginar narrativas diversas que nos lleven a transformar el estado emocional y político del país. Este libro nos va a contar los modos como el arte se planta en tiempos de paz para intentar otros modos de pensarnos, sentirnos e imaginarnos. Se trata del símbolo, el relato, la disrupción como potencia para imaginar de otras maneras. Pero no es un arte higiénico, ya que el arte es un campo de disputa sobre las estéticas dominantes o insubordinadas, reproducción social o apertura inconclusa, como lo observa Nelly Richard en “Las fracturas de la memoria” (2007). Y es más problemático aún cuando el arte en Colombia se ha convertido en acción pública de “caridad” para el statuo quo, que invita a “donar” dineros vía el arte que se impone en forma de caballos, árboles y mariposas. Allí, el arte no importa, sirve como “mecanismo” para tener caridad con los lisiados de la guerra. En contraposición, este libro se localiza en el arte que incomoda, molesta, pregunta, busca ese nuevo país que surge con la firma de paz: un arte no higiénico, sino político.

Desde el arte y los diversos modos de lo narrativo, la disrupción propone la radicalidad de desmovilizar la paz como palabra/discurso zombie (un concepto vivo-muerto). Desmovilizar la palabra/realidad paz significa pluralizarla, hacerla más cotidiana, convertirla en experiencia de cada colombiano: sacar a la paz del arte y la mediática de Bogotá para habitar los territorios que buscan ir del dolor a la alegría de la esperanza.

La propuesta es pasar de la paz del gobierno y los políticos, al hacer las paces entre todos. Cada uno tiene que hacer las paces con su memoria y su futuro, con su comodidad y sobrevivencia. Debemos comenzar por nosotros mismos, nuestro lugar en esta historia de guerra y el futuro de paz que nos tocó en destino. Y ahí aparece una frase muy nuestra, muy de los amigos y de la familia, esa de cuando dos o más se “enemistan”, se “pelean”, se “molestan”. Los demás les decimos “ ¿ y por qué no hacen las paces?”. Uno va y con cariño le dice al otro hagamos las paces” y se pone a conversar, vuelve la alegría y la sonrisa; el afecto renace y nos sentimos alivianados en cuerpo y alma.

Hacer las paces , porque todos tuvimos existencia en la guerra y todos vamos a tener que participar de la fiesta de la paz, y porque no es una única paz, sino muchas formas de hacer las paces , muchas maneras de amistarnos y gozarnos con el otro y con nosotros mismos. Dejemos el orgullo y hagamos las paces , este es un sentimiento mejor que el odio, más liviano y gozoso que la venganza, y más cercano a lo que somos los colombianos en una tierra de alegría. Más que perdonar, hagamos las paces … comenzando por hacerla con el lenguaje, con uno mismo, con el país, con el amor, con la política, con la justicia, con el Estado. Hagamos las paces como lo sabe hacer el pueblo: narrando y poniendo el cuerpo, porque “quien no cuenta está muerto” y “pobre es quien no baila”. Si reconocemos que somos todos los que hacemos las paces , dejaremos de ser ese zombi en que nos hemos convertido y reviviremos, nos activaremos y nos convertiremos en parte de este nuevo relato y mito fundador de Colombia que nos exige imaginación simbólica, narrativa y emocional.

Hacer las paces significa pasar de las narrativas del pasado basadas en el odio y la venganza a las narrativas del futuro que se localizan en la alegría y el pasarla mejor. Se trata de diluir el moralismo maniqueo de buenos y malos para ingresar en la ambigüedad que es el otro, proveer mínimos de confianza y tejer colectivo, pasar de interpelar al ciudadano como espectador del destino de Colombia para activarlo por la paz y la convivencia entre diversos.

En el horizonte de la comunicación y la narración, la paz significa diversificar los reconocimientos sobre lo que hemos venido siendo y sobre cómo nos hemos venido contando, producir un relato que restituya los sentidos de vida de los “matables” y “los sobrevivientes”, disputar la enunciación pública desde los territorios. Necesitamos muchos relatos de ficción que nos hagan imaginables los futuros del hacer las paces. Y ahí es cuando el arte aparece como lo que siempre ha sido: una acción subversiva de figurarse de otros modos, en otros estilos, en nuevas lógicas, en otros destinos de ser sujeto y colectivo.

Este libro recoge esos diversos modos en que el arte llega, perturba, conmueve y propone ese país que no conocemos, ese donde hacemos las paces entre culturas, familias, regiones, historias y futuros. Este libro es una propuesta para hacer las paces en la Colombia de hoy.

Notas

1Periodista, académico, ensayista y editor colombiano en temas de periodismo, medios, cultura, entretenimiento y comunicación política. Profesor asociado de la Universidad de los Andes (Colombia). Analista de medios de El Tiempo . Ensayista de la revista digital 070. Consultor en comunicación para la Fundación Friedrich Ebert. orincon@uniandes.edu.co

Introducción

LA PAZ: EL COMPROMISO MAGNO DEL ARTE COLOMBIANO ACTUAL

Marie Estripeaut-Bourjac 1

Para dos loros del pueblo de Barú (Bolívar) que repetían “Guerra y Pa”, incapaces de completar la palabra ‘paz’2 .

Este libro se inscribe en la dinámica de una nueva línea en el campo de los Estudios latinoamericanos interesada en las relaciones entre prácticas estéticas y prácticas sociales, particularmente en casos de conflictos armados 3. Por esta razón, la experiencia de violencia política y social de la parte hispanohablante del continente americano se revela valiosísima para la construcción de una memoria común de la inhumanidad. Pensamos, por lo mismo, que, a partir de la experiencia colombiana, se pueden “aportar elementos de reflexión nuevos en vista de una renovación de la temática teórica general de las relaciones entre arte y política” (Gómez, 2010, p. 2). La presente publicación se inscribe, así, en esta nueva dinámica de estudios, contribuyendo a la temática de la relación de las prácticas artísticas con la sociedad y la política.

Debido a la continuidad y persistencia en el tiempo del fenómeno aquí abordado, este libro no pretende, ni mucho menos, agotar el tema. Así, si tomamos el caso de la literatura, es innegable que, en Colombia, dar cuenta de la violencia secular y endémica que la asola forma parte de su tradición literaria. Al respecto, hace ya unos años, Karl Kohut opinaba que, si hubiese que establecer una diferencia entre la literatura colombiana y la de los demás países del continente, muchos dirían que se trata de la presencia de la violencia (1994, p. 11).

No se trata tampoco de establecer una continuidad en la historia de la cultura de la violencia. Esto ya lo hizo el sonado catálogo de la exposición Arte y violencia en Colombia desde 1948 , realizada en 1999 en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, dando cuenta de cómo el arte colombiano ha retranscrito la violencia desde 1948 hasta 1999: “[…] toda esta exposición es un documento irrefutable de lo sucedido en nuestro país desde 1948” (Medina, 1999, p. 100). Allí se demuestra también cómo toda una generación de artistas y de intelectuales se dedicó a edificar una memoria contra la impunidad y la amnesia.

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