Emilio Salgari - La reina de los caribes

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El Corsario Negro sigue con su cruzada de venganza. Busca al duque de Wan Guld para cobrar la muerte de sus tres hermanos. Su nave, 
El Rayo , al mando de Morgan, lo lleva de puerto en puerto y está siempre dispuesta a socorrerlo. Encontrará al duque en Veracruz, quien derrotado por la espada del Corsario, escapará por un pasaje secreto.La batalla seguira en el mar. las persecuciones, naves destrozandose unas a otras y abordajes se suceden sin cesar. Ya naufragos, el Corsario y sus hombres irán a caer en manos de antropófagos.Ante una muerte que parece inminente, el Corsario tendrá una última revelación que transtornará su castigado corazón.

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Su propietario, ante la aparición de los filibusteros, la había hecho desocupar por temor a que su cargamento cayese en manos de los rapaces corsarios; pero a bordo había quedado aún una notable cantidad de troncos de árbol de campeche, madera usada para fabricar cierto tinte muy apreciado entonces.

—Estos leños nos servirán a las mil maravillas —había dicho Morgan cuando saltó a bordo de la carabela.

Llamó a Carmaux y al contramaestre, y les dio algunas órdenes, añadiendo:

—Sobre todo, háganlo pronto y bien. La ilusión ha de ser completa.

—Déjanos hacer —había contestado Carmaux—. No faltarán ni los cañones.

Un momento después, treinta hombres bajaban al puente de la carabela, ya amarrada a estribor del Rayo . Bajo la dirección de Carmaux y del contramaestre se pusieron rápidamente a la obra para transformar aquel viejo armatoste en un gran brulote .

Ante todo, con troncos de campeche alzaron junto al timón una fuerte barricada para cubrir al piloto; luego, con otros aserrados convenientemente, improvisaron unos fantoches que colocaron a lo largo de las bordas como hombres prontos a lanzarse al abordaje, y cañones que colocaron en el castillo de proa y en el casco. Se comprende que aquellas piezas de artillería solo debían servir para asustar, puesto que eran troncos apoyados en el suelo.

Hecho esto, los marineros amontonaron en las escotillas algunos barriles de pólvora, pez, alquitrán, esparto y una cincuentena de granadas esparcidas por popa y proa, bañando además con resina y alcohol los sitios fáciles de prender fuego rápidamente.

—¡Por Baco! —exclamó Carmaux frotándose las manos—. ¡Este brulote va a arder como un tronco de pino seco!

—¡Es un polvorín flotante! —dijo Wan Stiller, que no se separaba de su amigo ni un instante.

—Ahora plantemos antorchas en las bordas y encendamos los faroles de señales.

—¡Y despleguemos a popa el estandarte de los señores de Valpenta y Ventimiglia! ¿Crees tú que las fragatas caerán en el lazo?

—Estoy seguro —repuso Carmaux—. Verás cómo tratan de abordarlo.

—¿Quién gobernará el brulote?

—Nosotros, con tres o cuatro camaradas.

—Es un buen peligro, Carmaux. Las dos fragatas nos cubrirán de fuego y de hierro.

—Estaremos ocultos tras la barricada. Bastará que dejen una antorcha para prender fuego a este amasijo de materias inflamables.

—¿Han terminado? —preguntó en aquel momento Morgan desde el Rayo .

—Todo está dispuesto —repuso Carmaux.

—Y son las tres.

—Haz embarcar a nuestros hombres, lugarteniente.

—¿Y tú?

—Reclamo el honor de dirigir el brulote. Déjame a Wan Stiller, Moko y otros cuatro hombres.

—Estén prontos a izar las velas; el viento sopla de tierra, y los llevará sobre las dos fragatas.

—No espero más que tus órdenes para cortar las amarras.

Cuando Morgan subió al puente del Rayo , el Corsario Negro se había acostado ya sobre dos cojines de seda extendidos sobre un tapiz persa. Yara, no obstante el deseo del Corsario, había querido desafiar la muerte al lado de su señor, y con él abandonó el camarote.

—Todo está dispuesto, capitán —dijo Morgan.

El Corsario Negro se sentó y miró hacia la salida de la bahía. La noche no era muy oscura y permitía distinguir a las dos fragatas. En los Trópicos y en el Ecuador las noches tienen una extraordinaria transparencia. La luz proyectada por los astros basta para distinguir un objeto, aun pequeño, a distancias notables, casi increíbles.

Las dos grandes naves no habían tocado sus anclas y su masa se destacaba en la línea del horizonte. El flujo las había aproximado algo, dejando a babor y estribor un espacio suficiente para que cada una pudiera maniobrar libremente.

—Pasaremos sin que nos dé mucho que sentir el fuego de los treinta y dos cañones —dijo el Corsario—. ¡Todos a su puesto de combate!

—Ya están, señor. Y un hombre de confianza al mando del brulote, Carmaux..

—¡Un valiente! Está bien —repuso el Corsario—. Le dirás que, apenas prendido el fuego a la carabela, embarque a sus hombres en la chalupa y venga a bordo con la mayor celeridad posible. Un retraso de pocos minutos puede ser fatal. ¡Ah!

—¿Qué tienes, señor?

—Veo luces cerca de la playa.

Morgan se volvió, frunciendo el entrecejo.

—¿Tratarán de sorprendernos? —dijo.

—Llegarán tarde —añadió el Corsario—. Manda levar anclas y orientar las velas.

Y volviéndose a la joven india, le dijo:

—Retírate al cuarto, Yara.

—No, señor.

—Dentro de poco lloverán aquí balas y granadas. Y silbará la metralla.

—Si tú desafías todo, quiero desafiarlo contigo.

—Puede sorprenderte la muerte.

—Moriré a tu lado, señor. La hija del cacique de Darién no ha temido nunca el fuego de los españoles.

—¿Has combatido alguna vez?

—Sí; al lado de mi padre y de mis hermanos.

—Ya que eres valiente, quédate a mi lado. Acaso rae traigas buena suerte.

Con un esfuerzo se puso de rodillas, y empuñando la espada que tenía junto a sí, gritó con voz de trueno:

—¡Hombres del mar, al puesto de combate! ¡Acuérdense del Corsario Rojo y del Corsario Verde!

—¡Al largo el brulote , Carmaux! —gritó Morgan.

La carabela estaba ya libre de sus amarras. Carmaux empuñaba el timón y la guiaba hacia las dos fragatas, mientras sus compañeros encendían los dos fanales y las antorchas de las bordas, para que los españoles pudiesen ver el estandarte de los señores de Ventimiglia que ondeaba en la popa. Un alarido terrible se alzó a bordo del brulote y del Rayo , perdiéndose sobre el mar.

—¡Viva la filibustería! ¡Hurra por el Corsario Negro!

Los tambores redoblaban fragorosamente, y las trompas que daban la señal del abordaje vibraban de un modo ensordecedor. El brulote , con una bordada , había doblado la punta extrema del islote y marchaba intrépidamente sobre las dos fragatas como si quisiese embestirlas y abordarlas. El Rayo le seguía a trescientos pasos de distancia. Todos sus hombres estaban en el puesto de combate; los artilleros, detrás de las piezas y con las mechas humeantes en la mano; los fusileros, en las bordas y en las cofas ; los gavieros, en los gallardetes 3 y crucetas 4 . De pronto, un relámpago, y dos y cuatro iluminaron la noche, y la potente voz de la artillería, se mezcló a los hurras de la tripulación y a los gritos de guerra de la guarnición del fortín, reunida en masa en la playa.

—¡Esa es la música! —gritó Carmaux—. ¡Cuidado con los confetti ! ¡Son algo duros, y podrían causar dolores de vientre!

1 Brulote barco cargado de materias combustibles e inflamables que se - фото 13

1. Brulote: barco cargado de materias combustibles e inflamables, que se dirigía sobre los buques enemigos para incendiarlos.

2. Esparto: sus hojas son empleadas para hacer soga y esteras.

3. Gallardete: tira o faja volante que va disminuyendo hasta rematar en punta, y se pone en lo alto de los mástiles de la embarcación.

4. Crucetas: meseta que en la cabeza de los masteleros sirve para los mismos fines que la cofa en los palos mayores, aunque más pequeña.

8 Un combate terrible Las dos fragatas viendo avanzar aquella nave con las - фото 14

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