El viejo se levantaba del suelo, furioso y alterado, lanzando amenazas, advertencias y extraños juramentos, como si fuese animado por una espantosa ansiedad que estremecía a más de una mente drogada en aquella habitación llena de personas. Pero al cabo de un rato, su mente debilitada por el alcohol comenzaba a divagar y con una perturbada risa retornaba nuevamente a la fregona o a los trapos. No creo que ninguno de los clientes del Sheehan olvide nunca el día en que llegó el joven Alfred Trever. Este joven era, sobre todo, un curioso —un joven rico y educado que quería rozar el límite en cualquiera de sus áreas—, al fin y al cabo ese era el estilo de Pete Schultz, el gancho del Sheehan, que sedujo al chico en Wisconsin, en el Lawrence College situado en la pequeña ciudad de Appleton. Trever era hijo de unas personas importantes de la ciudad. Su padre, Karl Trever, era abogado y un ciudadano de renombre, mientras que su madre con su nombre de soltera, Eleanor Wing, había ganado una envidiable reputación como poetisa. El propio Alfred era un poeta de talla y un erudito, aunque lucía desacreditado por su infantil irresponsabilidad. Esta conducta lo hacía una fácil victima para el gancho del Sheehan. El joven era rubio, agraciado y consentido; vivaz y ávido de probar todas las formas de libertinaje que había conocido de oídas y en sus lecturas. En el Lawrence College había sido un miembro destacado de la burlesca fraternidad de Tappa Tappa Keg, donde se destacó por ser el más salvaje y el más alegre de los salvajes y alegres jóvenes transgresores, pero no llegó a sentirse satisfecho con esa inmadura y colegial frivolidad.
Gracias a los libros se enteró de que existían vicios más profundos y quería conocerlos en carne propia. Es posible que su tendencia a ir en contra de las normas fuera estimulada de cierta forma por la represión a la que lo habían sometido en su núcleo familiar, ya que la señora Trever tenía razones personales para aplicar una estricta severidad en la educación de su único hijo. Ella misma se había visto profunda y permanentemente afectada en su juventud a causa del libertinaje de uno con quien estuvo comprometida un tiempo. El joven Galpin, el prometido en cuestión, había sido uno de los hijos más ilustres de Appleton. Habiendo ganado distinción desde niño, gracias a su brillante intelecto, obtuvo fama en la Universidad de Wisconsin. A la edad de veintitrés años volvió a la ciudad para convertirse en profesor del Lawrence College y poner un diamante en el dedo de la hija más bella y admirable de Appleton. Durante tres meses todo fue muy bien hasta que la tormenta estalló sin avisar. Algunos hábitos perniciosos, que tenían su origen en una primera ingesta de licor hecha años antes durante un retiro en los bosques, se manifestaron en el joven profesor y solo una rápida renuncia hizo que se librase de cumplir la condena por ofender los hábitos y la moral de los alumnos bajo su responsabilidad. El compromiso fue roto y Galpin se fue al Este en busca de una nueva vida, pero poco tiempo después, la gente de Appleton supo que había caído en desgracia en la Universidad de Nueva York donde había logrado un puesto como profesor de inglés. El joven Galpin dedicaba su tiempo a la biblioteca y a la lectura, preparaba volúmenes y conferencias sobre múltiples temas relacionados con las belles lettres, mostrando siempre un genio tan destacable que parecía que el público olvidaría sus errores pasados. Sus apasionadas lecturas en defensa de Villon, Poe, Verlaine y Oscar Wilde podían ser aplicadas para él mismo y, durante su corto tiempo de gloria, se llegó a mencionar un nuevo compromiso con una joven de una ilustre familia de Park Avenue. Sin embargo, la tormenta volvió a estallar.
Una última caída, comparable a las anteriores, rompió las ilusiones de aquellos que habían creído en la redención de Galpin y el joven cambió de nombre para desaparecer de la vida pública. Algunos rumores lo asociaban con un tal Hasting, cuyo trabajo en el teatro y en el cine atraían cierta atención gracias a la amplitud y profundidad de su erudición, pero el tal Hasting también desapareció de escena y Galpin se convirtió en un nombre que los padres pronunciaban, únicamente, a modo de advertencia. La bella Eleanor Wing se casó pronto con Karl Trever, un joven y próspero abogado, y de su antiguo novio solo guardó el recuerdo suficiente como para poner su nombre a su único hijo, y para dedicarse a orientar a este agraciado y testarudo joven. Sin embargo, pese a toda esa orientación y cuidados, Alfred Trever estaba ahora en el Sheehan a punto de ingerir su primer trago.
—Jefe —gritó Schultz al entrar en aquel maloliente lugar junto a su joven víctima—. Traigo a mi amigo Al Trever, el mejor pupilo de Lawrence, el colegio que está en Appleton-Wisconsin como bien saben. Su padre es un gran abogado y su madre un genio de la literatura. Él quiere conocer la vida tal cuál es y quiere saber a qué sabe el verdadero matarratas… Algunos comienzan jóvenes, tan solo recuerde que es mi amigo y trátelo bien.
Cuando se pronunciaron los nombres Trever, Lawrence y Appleton, los ociosos presentes creyeron percibir algo diferente. Quizá no era más que algún sonido relacionado con el entrechocar de bolas en las mesas de billar o el choque de las botellas que se hallaban en los oscuros fondos del lugar. Tan solo eso o un raro movimiento de las cortinas sucias en alguna de las también sucias ventanas. Pero algunos creyeron que alguien en la habitación había hecho rechinar los dientes y había respirado muy hondo.
—Me alegra conocerlo, Sheehan —dijo Al Trever en un trono de voz tranquilo y cultivado—. Es la primera vez que vengo a un sitio como este, pero soy un estudioso de ciertos asuntos de la vida y no quiero perderme ninguna experiencia. Usted sabe, hay una cierta poesía en este tipo de experiencias … o quizá no lo sabe, pero es igual.
—Joven —contestó el propietario—. Ha venido usted al lugar ideal para conocer lo que es la vida. Aquí tenemos de todo… experiencias reales y placeres. El maldito gobierno puede domesticar a la gente si esta se lo permite, pero no puede detener a una persona si lo que quiere es esto. Amigo, ¿qué es lo que desea, alcohol, coca u otra cosa? Usted no podrá pedir nada que no tengamos aquí.
Los clientes habituales dicen que, en ese momento, se dieron cuenta de que los monótonos y regulares golpes de la fregona habían parado.
—Quiero whisky… ¡Whisky de centeno a la vieja usanza! —exclamó Trever lleno de entusiasmo—. Le digo que estoy muy cansado del agua después de leer sobre las alegres borracheras que se experimentaban en tiempos pasados. No puedo leer las Anacreónticas sin que mi boca se haga agua… ¡y ya me está pidiendo algo más fuerte que el agua!
—Anacreónticas… ¿y qué demonios es eso? —muchos de aquellos aduladores miraron al joven como si estuviera fuera de sí. Pero el estafador les explicó que Anacreonte era un poeta griego que había vivido muchos años atrás y que había escrito acerca de la alegría que podía sentirse cuando todo el mundo era como el Sheehan.
—Veamos, Trever —siguió el estafador—. ¿No dijo Schultz que su madre también es un genio de la literatura?
—Así es, maldita sea —replicó el joven Trever—. ¡Pero ella no es igual que el antiguo escritor de Tebas! Ella es una de esas personas conservadoras y moralistas que se empeña en quitarle a la vida todo su encanto. Una especie aburrida… ¿Nunca ha escuchado hablar de ella? Todo lo que escribe lo firma con su nombre de soltera: Eleanor Wing.
En ese momento el Viejo Bugs dejó caer la fregona.
—Bueno, aquí está lo que querías —anunció jovialmente Sheehan, entrando en la sala con una bandeja llena de botellas y vasos—. Viejo y buen centeno, tan fuerte como no lo encontrarás en todo Chicago.
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