Estaba trabajando.
“¿Ha encontrado lo que estaba buscando?”
¡Mierda! Ümüt había vuelto. Justo cuando se estaba poniendo de pie, Ümüt estaba entrando. Al levantarse tan repentinamente se le nubló la vista por un momento.
“¿Se encuentra bien?” Estaba conmovedoramente preocupado por el viejo que estaba sentado en la cama tambaleándose.
Hizo un gesto de rechazo. “Ya estoy bien.”
“Le voy a traer un vaso de agua” decidió Ümüt, que probablemente pensó que lo que había ocurrido tenía que ver con su senilidad. Olaf le siguió a la cocina, alejándole del portátil y de la lucecita que parpadeaba sospechosamente. Se dejó caer pesadamente en una silla, como si no pudiera levantarse nunca más.
Olaf se puso cómodo delante de su portátil con una taza de café en la mano. Se puso a revisar los ficheros que su programa de hackeo le había transferido. Parecía que le había copiado en el servidor una gran parte del disco duro del portátil de Benjamin. Ahora Olaf podía acceder a un montón de ficheros y claves. Además también tenía fragmentos de archivos borrados que después de borrados, habían seguido almacenados en el disco duro. Con las herramientas adecuadas y un poco de suerte podría recuperar algunos ficheros.
¡Lo que se puede hacer con un pincho USB y una conexión a Internet!
El programa estuvo más de dos horas transfiriendo datos, hasta que se paró, seguramente porque se quedó sin batería el portátil. A veces hasta a él mismo le resultaba inquietante su “taller de alquimista”, nombre que le gustaba dar a su colección de herramientas de espionaje.
Después se puso manos a la obra con el virus. Si cambiaba constantemente la configuración, eso es que había algún error. Se puso a trabajar minuciosamente en el código fuente y a testear diferentes casos de prueba en el portátil, pero no encontró ni la más mínima incongruencia. Cuando le empezaron a picar los ojos lo dejó. Ya seguiría más tarde. Ahora tenía que hacer la cena.
Antes, cuando cocinaba, siempre era para cuatro personas. En la mesa había cuatro platos, cuatro vasos y cubiertos para cuatro. La mayoría de las veces era Carola la encargada de hacer la comida, pero Olaf se había labrado una reputación a los ojos de sus hijos como chef gourmet gracias a sus comidas de los domingos: pollo con bola de patatas, tortitas de patata con puré de manzana, estofado de ternera con esa pasta de huevo típica de Suabia y del sur de Alemania – el plato preferido de los niños- Olaf se sabía todas las recetas.
Que hoy cocinaría para dos, era algo que Olaf ya tenía previsto, pero con lo que no contaba es que esas dos personas fueran él y su hijo. ¿Por qué se había tomado la molestia de pelar patatas? Tobías no había ido a comer y metería una pizza congelada al horno para cenar. Tras la segunda patata dejó el cuchillo a un lado. Mientras la carne se estaba guisando, cogió el periódico. Tampoco era como antes. Tenía que cancelar la suscripción. Antes de sentarse a la mesa, encendió la radio. Estuvo cambiando de canal varias veces, volvió a apagar la radio cuando empezó la publicidad. Con el periódico extendido, al lado del plato, leyó, masticando, las noticias locales. Era el mismo periódico donde apareció la noticia del accidente. Hace apenas dos años. Hasta entonces solo había leído algo sobre kamikazes y alguna vez se había preguntado cómo hay que ser de imbécil para ponerse a conducir en dirección contraria por una autopista. Carola volvía de estar con una amiga. La A3 estuvo cortada cuatro horas para limpiar la zona del accidente, meter los cadáveres en las cajas y transportarlos.
Metió los cacharros en el lavavajillas. Olía a basura. No logró abrir el envase de las pastillas del lavavajillas y a base de escarbar sacó el taco en polvo. Los platos entrechocaron cuando cerró de golpe la puerta del lavavajillas.
Después puso la televisión y empezó a zapear por los canales, pero solo había tonterías. Volvió a apagar la televisión.
Agarró la chaqueta del perchero.
Necesitaba mezclarse con gente.
Gottfried agitó la copa de vino y comprobó con una profunda inhalación el bouquet de su Pinot noir.
“ Cheers ” sonó un agradable gong cuando brindó con Phil. Siguió brindando con el resto de la mesa, antes de dar el primer sorbo.
“ A good recommendation ” dijo, dirigiéndose a Phil. De verdad que era una buena recomendación. No solo el vino, sino también el restaurante en Little Italy habían sido ambos una buena elección: ambiente tranquilo y elegante, servicio atento, una carta espectacular.
Solo se había comido la mitad del filete argentino y también dejó algunos camarones fritos del entrante. Hacía semanas que ya no le entraba la comida.
Sabía que ya podía tirar por la borda los planes para los próximos días. Estos juristas americanos y sus suspicacias. Estuvo bien que Ron descubriera los fallos en las cláusulas del borrador del contrato. En cualquier caso, parece ser que tendría que quedarse para esa reunión hasta el miércoles o incluso el jueves, para aclarar todos los temas y llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes.
Estaba sentado en la reunión cuando recibió noticias de Olaf sobre sus investigaciones acerca del asesinato. ¡Vaya, había averiguado un montón de cosas! No solo el nombre y dirección de su novia, sino también el nombre y dirección de su director de tesis, un tal Falkenstein. Como Olaf siguiera así, aunque no llegara a esclarecer el caso, seguro que acababa en la cárcel por delitos informáticos.
“¿Falkenstein?” con el acento americano de Phil sonaba como Frankenstein
“ Sounds familiar .”
Gottfried conocía muy bien los fabulosos contactos que tenía Phil en las universidades. Seguro que él podía sacar información del profesor, que le ayudaría en la investigación. Acercó a Phil su plato de crema catalana “ Mi postre a cambio de información sobre Falkenstein .”
Phil se rió y entró en el juego, a pesar de que sabía que a Gottfried no le entraba ni una cucharada más en su demacrado cuerpo. “¿Profesor de Física?” pensó un momento. “Seguro que Leon Chang lo conoce.”
Gottfried asintió. Seguro que Phil conocía a algún profesor en Princeton, Berkeley o Harvard que le contara algo sobre Falkenstein. Daba la impresión de que el viejo tejano no se encontraba muy a gusto en esos círculos. Siempre llevaba su corbata de cordón, una corbata tejana hecha de cuero trenzado. Combinada con su barba gris, Phil parecía el coronel sureño que aparecía en la publicidad de la cadena KFC, mucho más que un doctor en económicas, lo que él era realmente.
“Quiero saber todavía algo más sobre ti” Gottfried se inclinó hacía él. Nadie tenía que oír lo que le iba a decir. “Va de luchas de poder entre doctorandos.”
Phil hizo una mueca de drama: “ No politics! ”
Por supuesto que no aspiraba a mantener una discusión política con Phil. Nada más conocerse ya supieron que para mantener su amistad no tendrían que hablar nunca, lo que se dice nunca, sobre política. Ya fuera sobre ley de armas o presidentes presuntuosos, Phil siempre parecía tener ese punto de vista que a Gottfried le hubiera sacado de quicio en cualquier otra persona. Si se olvidaba de esa faceta de Phil, por lo demás era un tío estupendo y también un buen amigo desde hacía años.
“Me interesa tu valoración: ¿Crees que los doctorandos de Física son, políticamente hablando, de izquierdas?”
Phil le miró perplejo “Habrá algunos que sí y otros que no” dijo, antes de romper en una sonora carcajada.
Olaf se había decidido a hacer determinadas cosas demasiado tarde: cuatro sidras en Krummer Hund y después un concierto de rock. Lo necesitaba y se había dejado persuadir por Günther, encantado de la vida. Menos mal que tenía aspirinas en casa. Después de dos cafés se sintió listo para la siguiente fase de su misión.
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