Robert Maier
Muerte en el NIDDA
Traducido al español con sangre, sudor y lágrimas por María José Merino.
eISBN 978-3-947612-74-1
Copyright ©2020 Editorial mainbook
Reservados todos los derechos
Editor: Gerd Fischer
Diseño de cubierta: Lukas Hüttner
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Sobre el autor El Autor: Robert Maier, nacido en 1961 en Frankfurt am Main, escribe desde el 2010 novelas de entretenimiento y relatos cortos. Igualmente se siente muy cómodo tanto con el género policíaco como con relatos de ciencia ficción o artículos de crítica social. Su titulación como Físico se nota en sus textos, así como su pasión por la novela policíaca, la astronomía y los viajes. En el 2016 publicó su primera novela “Pankfurt”. Robert Maier está casado y tiene dos hijos. Trabaja para una importante compañía aérea en el Departamento de Informática. “Virus-Cop – Muerte en el Nidda” es su primera publicación con la editorial mainbook.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Agradecimientos
El Autor:
Robert Maier, nacido en 1961 en Frankfurt am Main, escribe desde el 2010 novelas de entretenimiento y relatos cortos. Igualmente se siente muy cómodo tanto con el género policíaco como con relatos de ciencia ficción o artículos de crítica social. Su titulación como Físico se nota en sus textos, así como su pasión por la novela policíaca, la astronomía y los viajes.
En el 2016 publicó su primera novela “Pankfurt”.
Robert Maier está casado y tiene dos hijos. Trabaja para una importante compañía aérea en el Departamento de Informática.
“Virus-Cop – Muerte en el Nidda” es su primera publicación con la editorial mainbook.
Definitivamente ha sido mucho trabajo. Pero ha sido divertido. Ahora se trataba de probar si funcionaba. La solución es la meta; el camino, muy a menudo, laborioso. En cualquier caso la cosa funcionaba.
Emocionado, Olaf hizo clic en la pantalla, eligió “opciones”, miró expectante el resultado. Casi era un milagro.
Se quitó las gafas y se frotó los ojos que le ardían. Se había hecho tarde. A través de la ventana del despacho de casa veía las casas del otro lado de la calle. Con algunas excepciones, todas las ventanas estaban a oscuras. La gente estaba durmiendo. Él también debería estar en la cama a esas horas. El desarrollo del programa se acabó. Como siempre en estos casos, disfrutó del placer de haber acabado un trabajo complicado con éxito.
La mayoría de las veces perdía el interés en los programas, tan pronto como los acababa de desarrollar. La app del Sudoku para IPhone, que creó hace unos meses, seguro que se habría vendido bien, pero eso no le interesaba. Como no le interesaba el juego del Sudoku. Se trataba de probar si él era capaz de hacer funcionar algo nuevo.
Dejó su móvil encima del escritorio y se sentó con el portátil en una butaca del salón. Estaba seguro de que funcionaría también a distancia. Pero él lo quería ver con sus propios ojos, quería convencerse de que los dos aparatos podían realmente comunicarse con paredes y puertas de por medio.
Escribió el número de teléfono del buzón y escuchó el último mensaje.
“Hola, Olaf” sonó la voz de su amigo Gottfried “ya he vuelto de Boston. ¿Quedamos mañana?”
Sonrió. Pues claro que quería quedar con él. Hacía semanas que no se veían. Hizo doble clic sobre el archivo de sonido, donde se supone que se debería haber copiado el mensaje del buzón.
“Hola, Olaf…”
De nuevo volvió a oír la voz de Gottfried. La copia salió bien. El muchacho parecía estar ronco. ¿Se habría echado un trago en la clase business?
Olaf probó otras funciones, abrió la agenda, accedió a los correos, abrió una app de noticias. Lo cual no resultaría sorprendente, si no fuera porque lo estaba haciendo desde su portátil. Mientras que el móvil donde estaba todo, se encontraba en otra habitación.
“Funciona.” Se fue a la cocina. Hacía poco había visto una botella de vino en el armario. Todavía seguía ahí. Un Merlot. Con ella daría por finalizado su nuevo proyecto. Y lo hizo, sentado en el sofá con una copa llena de vino en la mano. Tras el segundo trago sintió como el Merlot se extendía agradablemente por todo su cuerpo.
El programa era como un mando a distancia. Lo controlaba todo desde su ordenador. Podría hacerlo con cualquier móvil, sin que el dueño del teléfono ni remotamente se diera cuenta de algo. Una propuesta inquietante. ¿Cuántos criminales y espías querrían tener este virus con el fin de usarlo para sus objetivos? Jamás instalaría el programa en otro móvil que no fuera el suyo.
Olaf dio otro trago a su `vino fin de proyecto´. De repente se puso a sonreír maliciosamente. Le gustó la idea que se le había ocurrido de golpe. ¡Claro que usaría el virus!, pero no como lo utilizarían los criminales, sino para gastar una broma pesada.
Tobías dejaba casi siempre su móvil encima de la mesa de la cocina, cuando venía a casa. Antes de irse a dormir no lo apagó, como de costumbre, cosa que le parecía a Olaf un puro desperdicio de energía; pero esto le permitiría poner su plan en práctica y gastarle la broma en aquel momento. Solo tenía que hacer una pequeña manipulación de la agenda del móvil con el virus y cuando Tobías quisiera llamar a sus compañeros de trabajo, su teléfono marcaría un número diferente al esperado.
Olaf se frotó las manos entusiasmado. Por las mañanas llamaría al Sex-Shop, por las tardes al Eroscenter y por las noches al bar de striptease. Estaba deseando ver la cara de perplejidad de Tobías.
Se asustó imaginándose lo que podría hacer si quisiera. Podría ver la cara de Tobías, ya que el virus controlaba también la cámara del móvil y grabaría todo lo que le dijeran. Tenía un programa de vigilancia perfecto.
Olaf tomó otro trago de vino y se puso a observar pensativamente el móvil que estaba encima de la mesa de la cocina. No quería vigilar a nadie y tampoco quería espiar a Tobías. Solo le quería tomar un poco el pelo.
A Olaf le sorprendió no ver sentado en ninguna mesa del Krummer Hund 1 a Gottfried. Normalmente el viejo siempre era el primero en llegar cuando se trataba de una cita culinaria.
“Un Sauergespritzter 2, por favor.”
Casi sin dejarle acabar la frase, Karin ya había dejado el vaso con la bebida encima de la mesa. Karin conocía bien a la parroquia.
Olaf hizo un gesto saludando a Günther, que estaba sentado delante de su vaso en otra mesa. Günther siempre estaba allí. Era parte del decorado como la barra de madera, las jarras de sidra y la cornamenta de ciervo que estaba en el techo. Como siempre, llevaba una camisa planchada y tirante sobre una barriga que difícilmente podía pasar desapercibida. Olaf, en cambio, siempre llevaba polos o sudaderas desde que Carola, que es la que se encargaba de planchar, ya no estaba. Aunque metieran barriga, con 58 años ya no tenían edad para ser presumidos.
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