Clive Barker - Días de magia, noches de guerra

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Días de magia, noches de guerra: краткое содержание, описание и аннотация

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Los sueños pueden convertirse en pesadillas.Candy está en el archipiélago de Abarat, huyendo de isla en isla para que no la atrapen los asesinos enviados por Carrion, el Señor de la Medianoche, que conspira para que caiga sobre Abarat la oscuridad más absoluta.Por suerte, Candy ha comenzado a desarrollar asombrosos poderes mágicos y, junto a sus compañeros, la joven emprende una aventura donde tendrá que tomar decisiones que alterarán la vida de todos los que la rodean, justo cuando la batalla entre luz y oscuridad está a punto de comenzar."Te mantiene enganchado a sus páginas con mucha facilidad." The New York Times Magazine"Una segunda entrega impresionante que revela su verdadera identidad en el asombroso clímax de la novela." Jennifer Hubert

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—Ellos… esto… te da la bienvenida. Después ha dicho: «Nos estamos impacientando».

—¿De verdad? —dijo Carroña—. Entonces dile por mí: pronto, muy pronto.

Vol contestó a la bestia, quien siguió hablando inmediatamente con una voz gruesa y ondulante.

—Dice que han oído que hay intrusos en las islas.

—Hay uno o dos —dijo Carroña. Las tres bocas de Vol proporcionaron una traducción—. Pero nadie se interpondrá entre nosotros y nuestro Gran Plan.

La bestia habló de nuevo. De nuevo, Vol tradujo.

—Dice: «¿Lo prometes?»

—Sí —dijo Carroña, claramente irritado porque su honestidad fuera cuestionada por ese monstruo—. Lo juro. —Miró a la criatura desafiante—. Lo que hemos planeado sucederá —dijo—. No hay duda de ello.

En ese momento la bestia reveló que sabía más del arte de la comunicación de lo que había demostrado, ya que volvió a hablar, pero esta vez de un modo reconocible.

Habló despacio, como si juntara las palabras penetrándolas como fragmentos de una sierra; pero no había duda de qué había dicho.

—No… nos… engañarás… Car-ro-ña —dijo.

—¿Engañaros? ¡Por supuesto que no!

—Hemos… esperado… muchos… años… en… las… penumbras.

—Sí, yo…

—¡Hambre!

—Sí.

—¡Hambre! ¡Hambre!

El coro se alzó desde todos los rincones de la Pirámide, y de los túneles y los enjambres que había a miles de metros por debajo de ellos, y hasta de las otras Pirámides de las seis en que el sacbrood también se había extendido a lo largo de los años, y esperaban su momento.

—Entiendo —dijo Carroña, alzando su voz por encima del estruendo—. Estáis cansados de esperar. Y tenéis hambre. Creedme, os entiendo.

Sus palabras no lograron aplacarlos, sin embargo. Avanzaron hacia la puerta desde todas las direcciones, haciendo más evidentes sus horribles detalles a cada momento. Carroña no era ajeno a lo monstruoso —las canteras y los bosques y los campos de bichos de Gorgossium alardeaban de las innumerables formas de los abominables y los bastardos—, pero no había nada, ni siquiera allí, que fuera igual de nauseabundo que ese repugnante clan, con sus grupos de ojos gordos y húmedos y sus inacabables filas de extremidades arañando el aire espesado con putrefacción.

—Señor, deberíamos ir con cuidado —murmuró Vol a Carroña—. Se están acercando.

Vol tenía razón. Los sacbrood se estaban acercando demasiado para estar cómodos.

Los que estaban en el techo eran los que se movían con mayor celeridad, se escabullían por encima de los cuerpos de los otros con su tremenda velocidad y mudaban fragmentos vivos de sus cuerpos mientras lo hacían, y estos se retorcían sobre el suelo en el que caían.

—Sí que parecen muy hambrientos —observó Mendelson.

—¿Qué supones que deberíamos hacer con esto, señor Shape? —preguntó Carroña.

Shape se encogió de hombros.

—¡Alimentarlos! —dijo.

Carroña alargó el brazo de repente y agarró a Shape por el cogote.

—Si estás tan preocupado por su bienestar, señor Shape, quizá deberías sacrificar tu propia y apenada carne por su apetito, ¿no? ¿Qué dices?

—¡No! —dijo Shape, intentando liberarse mientras se retorcía.

—¿Dices que no?

—Sí, Señor, por favor, Señor. Le seré más útil vivo, lo juro.

—En realidad, Shape, no puedo imaginarte en ningún caso en el que me seas de utilidad.

Carroña alejó a Shape de un empujón. El hombre se tambaleó sobre su muñón y cayó sobre sus rodillas en la sombra de la bestia que había estado hablando con Carroña. Durante un momento fugaz, la cosa miró hacia abajo con algo parecido a lástima en su rostro deforme. Shape le dio la espalda y, después de levantarse, corrió por el suelo iluminado sin importarle estar adentrándose en la Pirámide, decidido a evitar tanto a Carroña como a la criatura.

Mientras se marchaba cojeando, oyó un ruido sobre él. Se quedó congelado en ese lugar y, en ese instante, una forma con púas e irregular —húmeda y vigorosa, y unida al techo por algún alargado material lleno de nudos— cayó sobre él. Shape gritó mientras este lo eclipsaba; después la cuerda viviente con la que la cosa estaba unida al techo arrastró su carga, y la criatura volvió a las sombras, con Shape en sus garras. Él llamó a su amo una última vez, pero su voz fue enmudecida por la bestia en cuyas garras había caído. Se produjo una serie final de pequeñas patadas lastimeras. Después tanto los quejidos como las patadas se detuvieron, y la vida de Shape llegó a su fin.

—Tienen instintos homicidas —le dijo Leeman Vol a Carroña—. Creo que deberíamos irnos.

—Quizá sí.

—¿Hay algo más de lo que quieras hablar con ellos?

—Ya he dicho y visto todo lo que quería —contestó Carroña—. Además, ya habrá otras ocasiones. —Se dirigió hasta la puerta, llamando a Vol mientras lo hacía—. Sal.

Incuso en ese momento Vol observaba las criaturas con una fascinación verdaderamente obsesiva, y su cabeza se movía a derecha y a izquierda, arriba y abajo, en su ansia por ver hasta el último detalle.

—¡Fuera, Vol, fuera! —le instó Carroña.

Finalmente Vol se apresuró hacia la puerta, pero incluso entonces se detuvo para echar la vista atrás.

—¡Vamos! —le gritó Carroña, tirando de la puerta para cerrarla—. ¡Rápido, antes de que salgan!

Varios de los sacbrood que se encontraban a pocos metros del umbral hicieron un último intento desesperado por llegar a la puerta y atascarla antes de que se cerrara, pero Carroña era demasiado rápido. La puerta de la Pirámide se cerró del mismo extraño modo en que se había abierto, y él volvió a girar rápidamente la llave en la cerradura y selló a los sacbrood en su prisión en forma de enjambre. Estos hicieron sacudirse las piedras de las paredes de la Pirámide en su frustración y causaron tal estruendo con su ira que las escaleras de piedra sobre las que se encontraban Carroña y Leeman Vol vibraron bajo sus pies.

Aun así, lo había hecho. Carroña retiró la llave de la cerradura con reverencia y la deslizó en el recoveco más profundo de sus ropas.

—Estás temblando —le dijo a Vol con una ligera sonrisa.

—Nnnunca había visto nada igual —admitió Vol.

—Nadie lo ha hecho —contestó el Señor de la Medianoche—. Y es por esto que cuando elija el momento y les libere, el terror y el caos se extenderán por todos los rincones de Abarat.

—Será como el fin del mundo —dijo Leeman, retirándose por las escaleras hacia la barcaza funeraria.

—No —dijo Carroña mientras le seguía—. En eso te equivocas. Será el inicio.

Capítulo 4

Lamento (El cuento del Munkee)

Candy no perdió el tiempo temblando en la orilla. Había visto claramente, incluso cuando estaba a cierta distancia de la isla, dónde podía encontrar un lugar relativamente cómodo: en el bosque envuelto de niebla que se extendía a medio kilómetro de distancia de la playa. Provenía una brisa suave y cálida de los árboles, con un bálsamo que daba la bienvenida y tranquilizaba al mismo tiempo.

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