Clive Barker - Días de magia, noches de guerra

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Días de magia, noches de guerra: краткое содержание, описание и аннотация

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Los sueños pueden convertirse en pesadillas.Candy está en el archipiélago de Abarat, huyendo de isla en isla para que no la atrapen los asesinos enviados por Carrion, el Señor de la Medianoche, que conspira para que caiga sobre Abarat la oscuridad más absoluta.Por suerte, Candy ha comenzado a desarrollar asombrosos poderes mágicos y, junto a sus compañeros, la joven emprende una aventura donde tendrá que tomar decisiones que alterarán la vida de todos los que la rodean, justo cuando la batalla entre luz y oscuridad está a punto de comenzar."Te mantiene enganchado a sus páginas con mucha facilidad." The New York Times Magazine"Una segunda entrega impresionante que revela su verdadera identidad en el asombroso clímax de la novela." Jennifer Hubert

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—Vaya… mirad eso —dijo Vol.

Las seis Pirámides estaban apareciendo entre las sombras de la Hora Nocturna, la más grande de las cuales era tan alta que se formaban nubes alrededor de su cima. La Hora en ese punto era de hecho la Una en punto de la mañana, y el cielo estaba completamente desprovisto de toda luz. El Mar del Izabella no, sin embargo. A medida que la barcaza funeraria se acercaba a la Gran Pirámide, su presencia (más exactamente, la presencia de su pasajero más poderoso) convocó en el casco un vasto número de criaturas diminutas, manchas de vida rudimentaria y sin inteligencia, que de algún modo eran atraídos por una gran fuerza como la de Carroña. Cada uno de ellos titilaba con su propio y pequeño brote de luminosidad, y quizá era el hecho de que les hubiera convertido en portadores de luz —mientras Carroña era el Príncipe de las Tinieblas y asfixiaba la luz— lo que les hacía prestarle tanta atención. Fuera cual fuera la razón de esa asombrosa asamblea, habían ido a ver la barcaza un número tan grande de ellos que proyectaban su fulgor desde dentro del agua. Y por si esto no fuera lo bastante extraño, surgió un estruendo de dentro de las Pirámides, uno que habría podido producir una orquesta de demonios, calentando para una obertura monstruosa.

—¿Ese sonido proviene realmente de las Pirámides? —preguntó Shape.

Carroña asintió.

—Pero son tumbas —dijo Shape—. Las familias reales fueron enterradas allí para su descanso.

—Y también sus esclavos y sus eunucos y sus caballos y sus gatos y sus serpientes sagradas y sus basiliscos.

—Y están muertos —dijo Shape—. Las serpientes y los eunucos y… lo que sea. Están todos muertos.

—Todos muertos y momificados —contestó Carroña.

—Entonces… ¿qué está causando ese sonido?

—Es una buena pregunta —dijo Carroña—. Y dado que lo podrás comprobar por ti mismo en unos minutos, no hay razón por la que no vayas a saber la respuesta. Piensa que los muertos son como flores.

—¿Flores?

—Sí. Lo que oyes es el ruido que hacen los insectos, atraídos por esas flores.

—¿Insectos? Seguro que un sonido tan alto, Señor, no lo harían unos insectos. —Shape soltó una risa entrecortada, como si pensara que se trataba de una broma—. De todos modos —continuó—, ¿qué les inspiraría a hacer semejante sonido?

—Explícaselo, Vol.

Vol sonrió y sonrió y sonrió.

—Hacen ese ruido porque pueden olernos —dijo—. Especialmente a ti, Shape.

—¿Por qué a mí?

—Presienten que se acerca tu hora. Se lamen los labios con expectación.

Shape empezó a ponerse desdeñoso.

—Los insectos no tienen labios —dijo.

—Dudo… —dijo Vol, acercándose a Shape— … que alguna vez te hayas acercado lo suficiente para verlo.

Las tres sonrisas amarillentas de Vol eran demasiado para Shape. Empujó al hombre con tanta fuerza que muchos de los insectos que vivían en su cráneo cayeron y se golpearon contra el agua. Vol soltó un sollozo de aflicción bastante sincero, se giró y se asomó por el borde de la barcaza, se inclinó hasta tocar el agua más cercana a las escaleras, alzando su plaga con sus brazos.

—¡Oh, no os ahoguéis, pequeñines! ¿Dónde estáis? Por favor, por favor, por favor, por favor, no os ahoguéis. —Soltó un gemido sordo, que se inició en sus entrañas y escaló por su penoso cuerpo hasta que escapó de su garganta en forma de aullido de rabia y tristeza—. ¡Se han ido! —gritó. Se giró hacia el asesino—. ¡Lo has hecho tú!

—¿Y? —dijo Shape—. ¿Qué pasa si lo he hecho? Eran piojos y gusanos.

—¡Eran mis niños! —gruñó Vol—. Mis niños.

Carroña levantó las manos.

—Silencio, caballeros. Podréis proseguir con vuestro debate cuando hayamos terminado nuestros asuntos aquí. ¿Me has oído, Vol? ¡Deja de enfurruñarte! Habrá otros piojos igual de adorables allí.

Dejando a los dos hombres mirándose el uno al otro, Carroña se adelantó hasta la proa de la barcaza. Durante su discusión, el estruendo nada melodioso de las Pirámides había cesado.

Las «abejas» —o lo que fuera que hubiera estado provocando ese sonido— se había callado para poder escuchar el intercambio de palabras entre Vol y Shape.

Ahora que los ocupantes de las Pirámides y sus visitantes guardaban silencio, todos ellos esperaban oír un sonido delator, todos ellos sabían que era solo cuestión de tiempo que se encontraran.

La barcaza pasó por el lado del tramo de escaleras de piedra que conducían a la Gran Pirámide. La embarcación chocó contra la roca y, sin esperar a que los stitchlings la aseguraran, Carroña bajó de cubierta y comenzó a ascender por las escaleras, dejando a Mendelson Shape y a Leeman Vol atrás, quienes tuvieron que apresurarse para seguirlo.

Capítulo 3

El sacbrood

Había supuesto mucha organización —y más de un pequeño soborno— organizar la visita de Carroña a las grandes Pirámides de Xuxux. Después de todo, eran lugares sagrados: las tumbas de Reyes y Reinas, Príncipes y Princesas; y en sus cámaras humildes, los sirvientes y animales que pertenecían a los poderosos. Los miembros fallecidos de la realeza habían dejado de ser enterrados allí hacía ya varias generaciones, puesto que las seis Pirámides estaban llenas de muertos y sus pertenencias.

Pero las Pirámides seguían custodiadas meticulosamente por soldados que trabajaban en la Iglesia de Xuxux. Daban vueltas alrededor de las Pirámides en una flota de navíos decorados minuciosamente con insignias religiosas, y estaban armados con armas de fuego imponentes.

Además tenían total libertad para usar su armamento para defender las Pirámides y los restos reales que contenían en su interior. Pero Carroña había ordenado que se interrumpiera la patrulla durante un tiempo para que su barcaza funeraria pudiera colarse, sin ser vista, por las escaleras que conducían a la Gran Pirámide.

A medida que se acercaba a su destino, sin embargo, sus pensamientos no se centraban en las dificultades de la organización del viaje, ni tampoco en lo que había dentro de las Pirámides que abría la llave por la que se había tomado tantas molestias en recuperar. Se centraban en la chica cuya presencia en Abarat había acontecido porque había interrumpido accidentalmente al ladrón de la Llave y a su perseguidor. En otras palabras, en Candy Quackenbush.

¡Candy Quackenbush!

«Incluso el nombre es ridículo», dijo para sí. ¿Por qué se obsesionaba con ella de ese modo? Ella estaba allí por una sucesión de casualidades, nada más. ¿Entonces por qué no podía sacarse su maldito nombre de la cabeza? Era una chica que venía de alguna ciudad perdida en el Más Allá, nada más. ¿Entonces por qué se le aparecía en sus pensamientos de ese modo? Y ¿por qué —cuando surgían pensamientos sobre ella— había otras imágenes que seguían a la suya? Imágenes que le molestaban profundamente; que le ponían enfermo y le avergonzaban. Imágenes de una Tarde luminosa en el Presente, y campanas sonando llenas de júbilo, y todas las flores, como por causa de algún acuerdo tácito entre la flora de la Hora, volviéndose blancas para una celebración de matrimonio…

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