Clive Barker - Días de magia, noches de guerra

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Días de magia, noches de guerra: краткое содержание, описание и аннотация

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Los sueños pueden convertirse en pesadillas.Candy está en el archipiélago de Abarat, huyendo de isla en isla para que no la atrapen los asesinos enviados por Carrion, el Señor de la Medianoche, que conspira para que caiga sobre Abarat la oscuridad más absoluta.Por suerte, Candy ha comenzado a desarrollar asombrosos poderes mágicos y, junto a sus compañeros, la joven emprende una aventura donde tendrá que tomar decisiones que alterarán la vida de todos los que la rodean, justo cuando la batalla entre luz y oscuridad está a punto de comenzar."Te mantiene enganchado a sus páginas con mucha facilidad." The New York Times Magazine"Una segunda entrega impresionante que revela su verdadera identidad en el asombroso clímax de la novela." Jennifer Hubert

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—Nauseabundo —se dijo a sí mismo mientras ascendía por las escaleras de la Pirámide—. No es nada. Nada.

Shape oyó los murmullos de su amo.

—¿Señor? —dijo—. ¿Se encuentra bien?

Carroña volvió la mirada hacia su sirviente.

—Tengo pesadillas, Shape —le contó Carroña—. Eso es todo. Pesadillas.

—Pero ¿por qué, mi Señor? —dijo Shape—. Usted es el hombre más poderoso de Abarat. ¿Qué hay en este mundo que pueda perturbarle? Como usted ha dicho: no es nadie.

—¿Cómo sabes de qué estaba hablando?

—Simplemente he supuesto que se trataba de la chica. ¿Estaba equivocado?

—No… —gruñó Carroña—. No te has equivocado.

—Mater Motley seguramente se podría encargar de ella en su lugar —continuó Shape—, si usted no quiere. Quizá podría compartir sus miedos con ella, ¿no?

—No tengo ningún deseo de compartir nada con esa mujer.

—Pero, sin duda, Señor, se trata de su abuela. Ella le quiere.

Carroña empezaba a sentirse irritado.

—Mi abuela no quiere a nada ni a nadie excepto a sí misma —dijo.

—Quizá si yo se lo explicara…

—¿Explicar?

—Sus sueños. Podría preparar algo que le ayudara a dormir.

Con esto, Carroña soltó un sonido ronco de rabia y agarró a Shape por la tráquea, y se le acercó tanto que su cara se aplastó contra la superficie sudorosa del collar de Carroña. Las pesadillas que se deslizaban por el fluido al otro lado posaron la vista en él y golpearon sus hocicos brillantes contra el cristal.

—Te lo advierto, Shape —dijo—. Si alguna vez le cuentas algo a mi abuela sobre mis pesadillas… tu vida se convertirá en una.

Mendelson se apresuró a liberarse del control de su amo, empujando a Carroña con su pierna buena, mientras su pierna de madera se sacudió en el aire rítmicamente.

—Yo le soy leal, Señor —sollozó Shape.

A la misma velocidad en la que Carroña había levantado a Shape, soltó al hombre aterrorizado. Shape se cayó de sus manos como un saco lleno de piedras y quedó tumbado con las piernas extendidas sobre las escaleras, mientras su terror producía un olor inconfundible.

—No te habría matado —comentó Carroña a la ligera.

—Gracias… gracias… Príncipe —dijo Shape, sin dejar de mirar a su señor por el rabillo del ojo como si en cualquier momento tuviera que caer el golpe de gracia y su vida llegara a su fin sumariamente.

—Ahora sigamos —dijo Carroña con una alegría quebradiza en su voz—. Deja que te muestre cuánta confianza tengo depositada en ti. ¡Levántate! ¡Levántate!

Shape se puso en pie.

—Voy a darte la Llave de las Pirámides —dijo Carroña—. Así tendrás el honor de abrir la puerta por mí.

—¿La puerta?

—La puerta.

—¿Yo?

—Tú.

Shape parecía intranquilo con todo esto. Después de todo, ¿quién podía saber qué les esperaba al otro lado de la puerta? Pero difícilmente podía rechazar una invitación de su Príncipe. Especialmente cuando la llave estaba justo delante de él, reluciente y seductora.

—Cógela —dijo Carroña.

Shape miró por encima del hombro de Carroña a Leeman Vol, quien observaba la llave. La quería desesperadamente, según podía ver Shape. Si se hubiera atrevido, se la habría arrebatado a Carroña de la mano, habría ido corriendo hasta la puerta y la habría abierto, simplemente para decir que él había sido el primero en ver lo que les esperaba dentro.

—Buena suerte —dijo Vol con amargura.

Shape intentó esbozar una sonrisa —aunque fracasó— y después se dirigió hacia la puerta, inspiró profundamente y deslizó la llave dentro de la cerradura.

—¿Ya? —le preguntó a Carroña.

—La llave está en tu mano —contestó él—. Elige el momento que te vaya bien.

Shape inspiró profundamente por segunda vez y giró la Llave, o al menos lo intentó. Pero no se movió. Se apoyó contra la puerta, refunfuñando mientras intentaba forzar la llave para que girara.

—¡No! ¡No! ¡No! —le ordenó Carroña—. Magullarás la llave, imbécil. ¡Apártate de la puerta! ¡Ahora!

Mendelson le obedeció al instante.

—Ahora cálmate —le instruyó Carroña—. Deja que la llave haga el trabajo.

Shape afirmó y volvió cojeando hacia la puerta. Volvió a colocar la mano sobre la llave, y esta vez —aunque apenas la presionó— giró sola dentro de la cerradura. Asombrado, y bastante asustado, Shape se retiró de delante de la puerta con el trabajo hecho.

La llave no solamente giraba dentro de la cerradura, se iba escurriendo dentro de la puerta al mismo tiempo, como si les prohibiera cambiar de opinión. En respuesta a sus giros, una zona de la puerta entera alrededor de la cerradura —quizá treinta centímetros cuadrados— empezó a chirriar y a moverse. No se trataba de un mecanismo corriente: a medida que su efecto se extendía, salían olas de energía de la Pirámide como el calor de una olla hirviendo. La puerta se estaba abriendo, y su forma se hacía eco de la forma del mismo edificio: un triángulo inmenso.

De la oscuridad del otro lado surgió un hedor. No era el olor a los muertos fallecidos hace tiempo ni a las especias en las que les habían conservado. Ni tampoco era el olor de la antigüedad; la fragancia seca y apagada de un tiempo que había pasado y que no volvería. Era el hedor de algo mucho más vivo. Pero fuera quien fuera la forma de vida que estuviera desprendiendo ese olor de su sudor, babas o lágrimas, no era nada que ninguno de los tres se hubiera encontrado nunca. Ni siquiera Carroña, que estaba hartamente familiarizado con el mundo en toda su corrupción, nunca había olido nada parecido antes. Observó la oscuridad más allá de la puerta con una leve sonrisa extraña en su rostro. Mendelson, por otro lado, decidió que ya había tenido bastante.

—Esperaré en la embarcación —dijo apresuradamente.

—No, no lo harás —dijo Carroña, agarrándole por el cuello—. Quiero que te conozcan.

—¿Conozcan? —dijo Leeman Vol—. ¿Son… son muchos?

—Esto es una de las cosas que hemos venido a averiguar —contestó el Señor de la Medianoche—. Sabes contar, ¿no, Shape?

—Sí.

—¡Entonces entra y vuelve con un número! —dijo Carroña, y arrastrando a Shape en dirección a la puerta, le dio a su sirviente un empujón.

—¡Espera! —protestó Shape, con su voz temblorosa por el miedo—. ¡No quiero ir solo!

Pero era demasiado tarde. Ya había atravesado el umbral. Se produjo una respuesta inmediata en el interior; el estruendo de un número infinito de cosas con caparazones se alzó de sueños cobardes, frotando sus duras y espinosas piernas, desplegando sus ojos acechantes…

—¿Qué tienes aquí? —quiso saber Vol—. ¿Escorpiones hobarookianos? ¿Un grandioso nido de moscas aguja?

—¡Lo descubrirá él! —dijo Carroña, señalando con la cabeza en dirección a Shape.

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