–Si cerráramos –continúo–, ¿alguien podría demandarnos por publicidad engañosa? ¿Por perpetuar un fraude público?
–Por arrojar basura en la vía pública –dice Gerard y señala el body color lavanda.
–Por Dios –dice Eleanor indiferente–, odio cuando alguien viene y revisa una caja con ropa que tú considerabas bastante linda, y ellos simplemente mueven las prendas y las huelen y luego siguen. Es decir, yo ni siquiera estaba segura de deshacerme de la falda Liz Claiborne, pero ahora que ha sido manoseada, olvídalo. No hay manera de que regrese a mi clóset.
Entro a la casa y Magdalena me sigue, se queda conmigo y se echa en el linóleo del piso de la cocina donde está fresco. Tomo el paquete de seis latas de cerveza que queda en la heladera y lo llevo al patio. El ruido de las latas de cerveza abriéndose me reconforta, la amargura almidonada burbujeando debajo de mi lengua. Gerard pasea por el patio con su lata de cerveza. Finge ser un cliente. Camina pavoneándose delante de las mesas, delante de los abedules, gira y, con un acento de chico malo de Brooklyn que sacó de las películas, dice:
–Oye, ¿cuánto me pagarías tú a mí para que me lleve estas cosas? –Nos reímos, molestas con su carisma y su belleza. Bebo la cerveza demasiado rápido y la efervescencia me quema y me corta la garganta.
Eleanor decide que ahora le toca a ella. Toma el aislante de fibra de vidrio y lo modela como si fuera un chal. Va y viene por la pasarela silbando y meneándose como una modelo drogada.
–Querrriduuu, no te preocupes por unas astillitas –dice–, ¿cuál es el problema con unas astillitas?
Gerard y yo aplaudimos.
Es posible que mi nuevo departamento esté en un lugar donde haya muchos niños. Quizás se junten cerca de mi puerta a jugar, y cuando salga a hacer las compras me dirán: “Hola, ¿tienes hijos?”, y después: “¿Por qué no?, ¿no te gustan los niños?”.
“Sí me gustan”, explicaré, “me gustan mucho”. Y cuando esté a punto de atropellarlos con mi auto en la entrada del garaje, sentiré muchas cosas distintas.
–Tu turno, Benna –dicen Eleanor y Gerard–. Sé alguien –dicen–. Actúa algún personaje. Alguna historia de venta de garaje. Estamos aburridos. No viene nadie.
El cielo tiene ese aspecto de alfombra de baño vieja de cuando está por llover.
–¿Algún personaje entrañable? –La verdad no me siento con ganas.
–Tres personajes en un garaje –dice Gerard sonriendo y Eleanor gruñe y le golpea el brazo con una revista People .
Pongo mi lata de cerveza sobre el suelo cuidadosamente. Me paro.
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