1 ...6 7 8 10 11 12 ...38 La palabra clave de este tema es vigencia. Cuando hablamos de vigencia hablamos de actualidad, de valor y uso presentes, de relevancia contemporánea, de aplicabilidad presente, de una cosmovisión que está en vigor; que viene a propósito para la Iglesia y el mundo de hoy.
Habiendo definido nuestro tema lo haremos proposición diciendo que la cosmovisión calvinista tiene vigencia para la iglesia y el mundo de hoy, aún más, es urgente que nosotros que nos llamamos calvinistas, presbiterianos o reformados la redescubramos y en muchos casos, me temo apenas la conozcamos. Es mi convicción que las serias demandas y desafíos que nos ha tocado vivir en esta generación sólo podrán ser enfrentados responsablemente si estamos armados de esta cosmovisión y la aplicamos firmemente a nuestro diario vivir. Que Dios nos conceda la gracia de asimilarla y de llevarla también a sus últimas consecuencias prácticas; que estemos dispuestos a pagar el costo del discipulado cristiano que surge de tal cosmovisión.
Podemos resumir la cosmovisión calvinista en tres aspectos fundamentales. Nuestra relación con Dios, con el hombre y con el mundo. La forma en que el calvinista, enseñado por la Palabra de Dios, concibe su relación con estas tres realidades.
I
En la cosmovisión calvinista, Dios está en el centro de todo. “Porque de él, por él y para él son a todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Rom. 11.36). Por ello nuestro fin principal es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre ( Catecismo Menor de Westminster , Preg. 1).
El Señor Dios es reconocido como Creador del Universo. Él es el principio, origen y fuente de la vida y la existencia. A Él le pertenecemos, de El dependemos. “En Él vivimos, nos movemos y somos” (Hch. 17.28).
También es Él el sustentador supremo de todo. Es el Dios de la providencia quien sostiene, preserva y gobierna a todas sus criaturas. Como tal es Señor del mundo y de la historia. Todo lo dirige para su gloria.
Es, además, nuestro Redentor, quien en Jesucristo nos ha dado vida. El Padre nos eligió desde la eternidad; el Hijo pagó nuestro rescate en la cruz y el Espíritu Santo nos comunica esa redención transformándonos de gloria a gloria en la imagen del Señor. En el centro de nuestra confesión está el hecho de que hemos sido salvados por la sola gracia de Dios.
Las implicaciones de todo esto se hallan resumidas en las bellas palabras del Catecismo de Heidelberg que en respuesta a su primera pregunta: ¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?, responde:
Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo, que me liberó de todo el poder del diablo satisfaciendo enteramente con su preciosa sangre por todos mis pecados, y me preserva de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer, antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación. Por eso también me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna y me hace pronto y aparejado para vivir en adelante según su santa voluntad.
De ahí, que el calvinista se sabe deudor y vive su vida ante los ojos y presencia de Dios. Conoce su miseria, conoce a su Redentor y vive para la gloria de Dios. Si come o bebe o hace cualquier cosa, lo hace para la gloria de Dios. Sabiéndose salvado por la gracia de Dios le ama mucho, por que “al que mucho se le perdona, mucho arma”. Se une de corazón al salmista que decía: “¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen, más la roca de mi corazón y mi porción de Dios para siempre” (Sal. 73.25-26). La Sola Gratia engendra el estilo de vida resumido en las palabras: Soli Deo gloria .
La vida del verdadero calvinista está profundamente arraigada en la fidelidad, misericordia y gracia de Dios y por ello se caracteriza por una profunda seguridad de la salvación que, lejos de inducirle a la indolencia y negligencia, lo hace diligente y consagrado a su Señor.
El cántico jubiloso de Pablo en Rom. 8.28-39 resume nuestra fe reformada, revelada por Dios en su Palabra y confirmada en nuestra experiencia cotidiana por su santa providencia.
Esta profunda certeza se manifiesta en una entrega total y continua a Dios. No existe, para el calvinista, aspecto alguno de su vida que no consagre a su Señor. En este contexto, la esquizofrenia religiosa, tan común en nuestras iglesias, que divide la vida en departamentos, unos religiosos y otros “seculares”, resulta una horrible aberración. Aquella que encierra a Dios en el templo y limita su adoración al culto dominical, y por el otro lado, excluye a Dios de su práctica profesional, estudiantil, comercial, doméstica, etcétera, durante el resto de la semana, puesto que considera tales actividades “seculares”, no ha comprendido la fe cristiana y es una contradicción viviente de la misma. El cultivo y servicio del creyente son un estilo de vida que se manifiesta en todos los lugares y en todas las áreas de la vida y no sólo en actos esporádicos de culto en un templo unas horas el domingo.
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (I Cor. 10.31).
II
¿Cómo ve el calvinista al hombre? El calvinista aprende su concepción del hombre en la Palabra de Dios, se conoce en la Palabra y a la luz de ella reconoce su dignidad, valor y honra como Imagen de Dios.
En virtud de su creación a la imagen de Dios, y de su exaltada y singular posición de señorío sobre la creación, el hombre es causa de admiración, asombro y reverencia al calvinista, como lo fue al salmista que pregunta, no por su ignorancia sino por el conocimiento que tiene: “¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? Pues lo has hecho poco menor que los ángeles, lo coronaste de gloria y de honra, todo lo pusiste debajo de sus pues” (Sal. 8.4-6).
Esto se ve afectado por el pecado. El hombre no dejó de ser hombre, más bien se constituyó en rebelde, y al hacerlo se deshumanizó. Pecando contra Dios, pecó contra sí mismo. Se sumió en una existencia infrahumana. La imagen de Dios se distorsionó pero no se perdió (Veánse Gén. 6 y Santiago 3.9).
La redención en Cristo nos humaniza y restaura. Nos reconcilia con Dios, con nuestro prójimo y con nosotros mismos. El valor, honra y dignidad humanos se ven ensalzados en su máxima expresión por el altísimo costo pagado para nuestra salvación, la sangre de Cristo.
El calvinismo ha derivado de su relación fundamental con Dios una peculiar interpretación de la relación del hombre con el hombre, y es esta única y verdadera relación, la que desde el siglo XVI ha ennoblecido la vida social. Si el calvinismo coloca la totalidad de nuestra vida humana inmediatamente delante de Dios, entonces se sigue que todos los hombres o mujeres, ricos o pobres, débiles o fuertes, tontos o talentosos, como criaturas de Dios, y como pecadores perdidos, no tienen ningún derecho de dominar unos sobre otros, ya que ante Dios estamos como iguales, y consecuentemente en igualdad los unos con los otros, de ahí que no podamos reconocer ninguna distinción entre los hombres, salvo aquellas que han sido impuestas por Dios mismo, al dar autoridad al uno sobre otro, o al enriquecer con más talento a uno que a otro, a fin de que el hombre que tenga más talentos sirva el hombre que tiene menos, y en él sirva a su Dios. Por ello el calvinismo no condena meramente toda esclavitud abierta y los sistemas de castas, sino toda esclavitud encubierta de la mujer y del pobre; se opone a toda jerarquía entre hombres; no tolera la aristocracia, salvo aquella que es capaz, sea personalmente o como familia, por la gracia de Dios, de exhibir una superioridad no para su auto-engrandecimiento u orgullo ambicioso, sino para usarla en el servicio de Dios.
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