¿Es todavía actual Calvino?
A este propósito es necesario plantear toda una serie de preguntas. ¿No es normal la situación que hemos evocado? ¿No es verdad que la historia y la doctrina de Calvino no poseen ya actualidad? ¿No es la herencia del reformador de Ginebra un obstáculo, más que una ayuda en el diálogo ecuménico? ¿No vale más ponerle entre paréntesis para concentrar todos nuestros esfuerzos en el estudio de los teólogos protestantes modernos?
En la medida en que personalidades notables e influyentes del protestantismo contemporáneo se creen obligados a descuidar a los reformadores en provecho de sus pensadores modernos; en la medida en que, por ejemplo, los partidarios de un “barthanismo” unilateral se desentienden de Calvino, a menos de interpretarlo enteramente a la luz de Barth, en esa medida responden afirmativamente a estas preguntas. Sin sostener que sea esa la actitud general entre nuestros reformados, hay que reconocer que es una actitud generar entre nuestros reformados, hay que reconocer que es una actitud bastante extendida. La consecuencia de esta actividad entre los católicos es simple. Los que siguen con atención “la actualidad protestante” se dejan con frecuencia impresionar por lo que encuentran en ella de más “moderno”. Algunos de estos estudios católicos llegan incluso a contentarse con los conocimientos de segunda mano que esa actitud supone y no sienten la menor necesidad de estudiar a los reformadores del siglo XVI y menos aún a Calvino.
Aquí aparece una de las lagunas del ecumenismo católico; con demasiada frecuencia no se va al fondo de las cosas ni en el plano histórico, ni en el plano teológico, ni, sobre todo, en el terreno tan importante de la historia de los dogmas. Esto explica, a nuestro entender, que en la inmensa literatura ecu-ménica católica haya tan pocos escritos de valor sobre Calvino y su doctrina.
Por nuestra parte estamos persuadidos de la actualidad de los estudios calvinianos y de la necesidad de que los católicos se remonten directamente a las fuentes de la Reforma, sin lo cual no comprenderán nunca el protestantismo de hoy.
Cuando se han estudiado seriamente las obras teológicas de Calvino, cuando se han descubierto sus fuentes y destacado sus ideas maestras, cuando se ha medido su solidez bíblica y patrística y se ha constatado su estructura, kerigmática y sistemática a la vez, es imposible no reconocer en ellas una obra capital sin la que serían imposibles la mayor parte de los teólogos protestantes modernos, no sólo reformados, sino también evangélicos. El pensamiento de K. Barth tiene, como él mismo reconoce, sus raíces más profundas en el de Calvino. Rudolf Bultmann, por todo el carácter escriturísticamente dialéctico de su teología “existencial”, esta tan cerca de Calvino como de Lutero. Existe, sin duda alguna, una continuidad esencial entre los grandes iniciadores de la Reforma del siglo XVI y los pensadores del protestantismo moderno, continuidad que sólo una visión superficial de las cosas permite ignorar. Ahora bien, donde se da continuidad viva no es posible considerar una sola etapa aislada, aunque sea la más actual.
Para los católicos preocupados por la unidad de la Iglesia de Cristo, el estudio directo de Calvino tiene tanto interés al menos como el de Lutero, Zwinglio, Melanchton y Bucero. El pensamiento eminente y sistemáticamente “eclesial” del reformador de Ginebra es ciertamente afín a la eclesiología católica actual. Varios puntos esenciales de la colegialidad promulgada en el Concilio Vaticano II, por ejemplo, parecen estar contenidos en la doctrina calvinista de la Iglesia. 1
Otro factor de convergencia está constituido por el hecho de que Calvino ha dado más importancia que cualquier otro teólogo de la Reforma al estudio de los Padres de la Iglesia. 2De una manera general, puede decirse que Calvino ocupa una de las posiciones centrales en toda la historia de los dogmas; él es, en efecto, quien ha logrado, gracias desde luego a sus predecesores Melanchton y Bucero, dar una expresión clara y sistemática del pensamiento teológico de Lutero, salvaguardando, gracias a su formación de jurista y humanista, un número considerable de elementos doctrinales e institucionales de la tradición católica.
Pero, si nos limitásemos a ver en Calvino lo que le acerca al catolicismo romano, mostraríamos un interés puramente egocéntrico y nos haríamos sospechosos de intenciones “integracionistas”. Es preciso ir más lejos y, sin dejar de señalar con franqueza el límite de las convergencias y las divergencias, atreverse a escuchar sus enseñanzas. Es muy posible que su teología del Espíritu Santo, lo que podría llamarse su “cristo-pneumatocentrismo”, su concepción dinámica del ministerio y de los sacramentos —para no citar más que algunos ejemplos— puedan ejercer una influencia felizmente estimulante sobre la reflexión teológica católica. En cuanto a la historia de Calvino, podría muy bien servir de ejemplo que mostrase a la autoridad eclesiástica de todos los tiempos por qué medios se lleva a espíritus generosos a la rebeldía y qué métodos pueden evitar hacer “herejes”… Si lo que afirmamos aquí es exacto, ¿cabe dudar aún de la actualidad de Calvino y de la utilidad de su estudio?
Calvino desfigurado
Supongamos ahora que unos católicos, y especialmente estudiantes de teología, sensibles a argumentos de este tipo quieran entrar en contacto con el reformador francés. ¿Qué otras católicas tienen a su disposición?
Los límites necesariamente estrechos de este artículo nos obligan a contentarnos con indicar a modo de respuesta los resultados de un “test” practicado en algunas bibliotecas de seminarios y escolasticados de Francia, país de origen de Calvino y centro activo de ecumenismo. (Probablemente la situación será al menos análoga en los demás países. Como única excepción citemos a los Países Bajos, donde autores como Smits, Lescrauwaet y Alting von Geusau han contribuido considerablemente a formar un juicio objeto sobre Calvino).
Una primera constatación se ha impuesto a nosotros; ningún manual de teología dogmática de los conservadores en nuestras bibliotecas puede ser considerado objetivo en su exposición de la doctrina calviniana. La doctrina de Calvino, como la de los demás reformadores, llamados adversarii , es presentada en ella por “piezas sueltas” y casi exclusivamente a través de las condenaciones del Concilio de Trento.
¿Qué hemos encontrado en la sección de historia religiosa? Nada que se pueda considerar equivalente a las monografías dedicadas a Lutero de Denifle, Grisar ni, sobre todo, Lortz. Sólo los cuatro volúmenes de Les origines de la Réforme del ponderado Imbart de la Tour, que datan de antes de la primera guerra mundial, dan testimonio del gran esfuerzo solitario llevado a cabo por un historiador católico laico para salir de los cauces trillados de la historiografía polémica. Actualmente, esta obra, a pesar de sus muchos méritos, está ampliamente superada tanto en su tendencia general como en cuanto a muchas de sus afirmaciones de detalle. Entre los manuales propiamente dichos de historia de la Iglesia de los más importantes son con mucho los del sulpiciano F. Mourret y el benedictino Ch. Poulet. El primero, de 1921, presenta a Calvino como “el hijo amargado del jurista excomulgado de Noyon”; 3da a entender que rompió con la Iglesia por haber sido privado de una canonjía, 4hace suya la acusación de racionalismo que F. Brunetière 5lanzo contra Calvino; indica abusivamente la predestinación como el corazón de la teología calvinista y atribuye al reformador “un horror instintivo a toda Iglesia organizada y a todo dogma tradicional”. 6En cuanto a Dom Poulet —cuya historia de la Iglesia conoció en 1953 su vigésimoctava edición corregida y aumentada—, después de desarrollar, complaciéndose en ello con gran número de citas separadas de su contexto, el predestinacionismo de Calvino, concluye con énfasis: “No hay término medio: dilatar la esperanza hasta la certeza y oír la voz del Espíritu o derrumbarse al borde del abismo terrible de la predestinación fatal”. 7Subrayando la “bibliocracia”, el “despotismo” y la “irritabilidad enfermiza” del reformador 8lo estigmatiza de esta forma: “Calvino es un fanático: el orgullo teológico encarnado, tan persuadido de su investidura que cree que su palabra es siempre, en las cosas grandes y en las pequeñas, divina”. 9
Читать дальше