De exiliado, de propagandista y de reformador. Bien es verdad que el humanista de 1532 se ha convertido paulatinamente, en 1533, no digamos en un reformador, en un luterano, pero sí al menos en persona poco segura en materia de fe, como dirían los tribunales de la época. No se ha convertido en un jefe. Es, en el fondo, un tímido. Un hombre que ha de pensárselo mucho antes de avanzar un paso. Un hombre que hay que forzar, agarrar por los hombros y empujar, echar al agua a pesar de su resistencia. Entonces, nada. Y tanto mejor cuanto que ha ido acumulando un tesoro de energía. Pero, si dependiera de él, se hubiera quedado en la orilla.
El hombre que lo arrojó al agua y, en este sentido, hizo a Calvino, fue Guillaume Farel. 10
Farel, ese hombrecillo delgado, todo nervio, ese montañés de Gap dotado de una resistencia física portentosa y cuya vida constituye una novela de aventuras portentosa: una vida que se mueve de Gap a París y a Meaux, de Meaux a Gap, a Basilea, a Estrasburgo, a Metz, de donde huye disfrazado de leproso en una carreta llena de leprosos auténticos, para reanudar su propaganda en Montbéliard, en Neuchâtel, en Lausana, en Ginebra, allí donde hubiera golpes que recibir y golpes que dar, allí donde se enfrentarán defensores de la vieja Iglesia e innovadores… Ese hombrecillo pelirrojo de ojos llameantes, de obstinada frente montañesa, de nariz seca y cortante, de boca hendida como por un sablazo, de barba estrecha y larga, curva como hierro de alabarda: también él, en verdad, es un hermoso tipo de francés. De cazador alpino, si se prefiere: en su cabeza echamos de menos la boina grande, en el lugar del bonete pastoral. Farel: sobre “el protestante francés” anterior a Calvino, es decir, anterior al protestantismo, el más curioso documento humano.
Pues bien, a fines de 1536, Calvino, tras haber viajado por Francia durante un semestre, renunciado a sus beneficios de Noyon, atravesado primero París y después Estrasburgo, concluido en Basilea un grueso volumen latino, la Institutio christiana , había marchado a Ferrara para ver a Renata de Francia. A su regreso, decidió establecerse en Basilea. Se hallaba entonces en París. Podía escoger entre dos caminos: uno por Ginebra, otro por Estrasburgo. Este último le tentaba, pero era poco seguro; ciertas partidas a caballo lo hacían peligroso para los viajeros aislados. Decidió por tanto pasar por Ginebra. Casualidad, pura casualidad. Y así lo tenemos en la ciudad de Lemán…
Allí estaba Farel. El 21 de mayo de 1536 había hecho que el pueblo prestara juramento de fidelidad al Evangelio. Fue un éxito. Pero se le imponía una tarea enorme: la de organizar la nueva vida religiosa de la ciudad y, por intrépido que fuera, Farel conocía sus limitaciones. No era un gran teólogo. Ni un gran organizador. Titubeaba, se encontraba solo —y él, el audaz, no se atrevía… De pronto se enteró de la llegada de Calvino. Un desconocido, o poco menos. Farel, sin embargo, sabía quién era. Quizá hubiera leído el libro en latín del que hablábamos hace poco, el libro que el picardo errante llevaba en la mente por los caminos del exilio y que finalmente había publicado en Estrasburgo en 1535: se llamaba Institutio Christiana . 11En todo caso, Farel había leído los dos prefacios que Calvino había escrito para el Nuevo Testamento traducido al francés, en Neuchâtel, por su primo Olivetan. 12Por tanto, no lo duda. Corre a la posada y conmina a Calvino. “Quédate. Ayúdame. Debes hacerlo. La obra de Dios te requiere, necesita obreros”. Calvino vacila, rehúsa, invoca su flaqueza, su inexperiencia. Farel truena, trae a colación la cólera divina, atemoriza a su interlocutor. Finalmente, le arranca el consentimiento. Calvino se queda.
Primera y prodigiosa casualidad. Durante dos años, el de Noyon se agota, al lado de Farel, luchando contra la alegre indiferencia de los que no quieren soportar el yugo de los ministros. Durante dos años resiste a los disidentes, a los anarquistas, que intentan levantar la ciudad contra unos amos duros, torpes, extranjeros, cuya legitimidad no reconocen. Durante dos años, hace frente a tránsfugas del catolicismo como Carol, doctor de la Sorbona, que pujan, denigran, atacan y buscan apoyos en el exterior, que tratan de obtener contra Calvino y contra las libertades ginebrinas el socorro de las pesadas patas y de las uñas afiladas del oso de Berna. Finalmente, el 23 de abril de 1538, los dos estorbos, Farel y su Calvino, son expulsados. Calvino se instala a orillas del Rhin, en la ciudad donde acaba de morir Erasmo. Será un humanista, pero militante… Se consagrará, según su deseo de siempre, a la filosofía cristiana. 13
No. De nuevo se alza el destino. Se llama esta vez Martín Bucero. Reside en Estrasburgo.
Estrasburgo, ciudad poderosa y rica. Su política pesaba entonces en el mundo de Occidente. Ciudad de tolerancia y de refugio, acogía con generosidad a los perseguidos y a los inconformistas. Aun cuando se llamaran Miguel Servet. Y, aunque sus burgueses no hablasen francés, no por eso dejaba de ser, si no la ciudad santa de la Reforma francesa, al menos una de ellas. Hubo alguien que no se equivocó al respecto —un enemigo de la Reforma tanto más vehemente cuanto que había empezado siendo reformado: me refiero a aquel Florimond de Raemond que fue sucesor de Montaigne en el parlamento de Burdeos y que nos ha dejado, bajo el título de Histoire de la naissance et progrès de l´hérésie de ce siécle , un libro pintoresco, vivo, deformado por la pasión pero todavía hoy curioso. Allí se encuentra el famoso pasaje donde apostrofa al Rhin.
De manera que en Estrasburgo mismo había innumerables refugiados. Franceses sobre todo, que se sentían muy aislados: ignoraban el dialecto que se hablaba en la ciudad. Convenía organizarlos, encuadrarlos, tenerlos sujetos con fuerza. Un pastor alsaciano o renano no lo hubiera logrado. Bucero, sabiendo que Calvino está disponible, lo aborda: él es quien puede, y por consiguiente debe, ser el pastor de este rebaño sin guía. Adivinamos la respuesta de Calvino: “He fracasado en Ginebra, ya lo sabes. No estoy hecho para estos menesteres de autoridad. Déjame dedicarme a mis estudios y serviré a Dios con la pluma”… Bucero no era de los que sueltan la presa. Volvió a la carga. Él, Capitón y sin duda también otros. Y, por segunda vez, Calvino cede.
Podemos imaginarlo, una tarde de principios de septiembre, desembarcando vacilante e indeciso de uno de aquellos grandes barcos improvisados que descendían a toda velocidad el curso impetuoso del Rhin y que iban a amarrarse al Quai des Bateliers. Bucero le asignó por templo la pequeña capilla de Saint-Nicolas-des-Ondes. 14Allí se fundó en realidad, de septiembre de 1538 a septiembre de 1541, la Reforma calviniana.
Pues sin duda no hay que forzar las cosas, pero hay mucho de cierto en la tesis de Pannier 15según la cual el auténtico calvinismo no vio la luz en Ginebra en 1536, junto a Farel, ni en Ginebra en 1542, sino en Estrasburgo, entre 1538 y 1541.
No se trata, desde luego, de quitar importancia a las tentativas de 1536 ni a las realizaciones de 1542. Pero ¿no es acaso en Estrasburgo donde comienza el trabajo, el largo y paciente trabajo de Calvino empeñado en organizar una iglesia suya, una iglesia que llevara su sello? En cuanto a la doctrina, partió de la Confesión oficial de Estrasburgo, la Tetrapolitana: poco a poco, la irá precisando, ampliando, irá desarrollando sus formulaciones. Sin embargo, al principio no se aparta de ella en nada… Eso sí, quiere que su iglesia cante. Claro que en Estrasburgo se cantaba, pero los franceses no comprendían la letra de la pequeña recopilación de los Psalmen de 1530. Entonces Calvino se muestra poeta improvisado y, para empezar, traduce en verso el salmo 46, ese mismo salmo del que ya en 1529 había sacado Lutero su cántico:
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