II. Hacia el Evangelio
La búsqueda de la salvación personal emprendida por Calvino nunca estuvo separada de su interés por los asuntos públicos. Después de todo, él se había mezclado lo suficiente con las clases sociales altas, en las que la riqueza y la influencia política y cultural alimentaron las ambiciones para reformar la Iglesia y el Estado. Los filósofos antiguos como Platón y Aristóteles, y especialmente los estoicos como Cicerón y Séneca, de quienes el joven abogado humanista había adquirido rápidamente un buen conocimiento, le hicieron recordar lo que cuesta el mantenimiento del bien común, de un modo similar a Agustín con La ciudad de Dios , que citó frecuentemente en su primer trabajo, un comentario a De clementia (Sobre la clemencia), de Séneca, que sirvió para recordarle a Nerón la necesidad de una ética política. Este primer libro de Calvino muestra lo que sentía acerca de la sociedad en todas sus formas, ya que allí coloca el orden social en la escala de valores de la misericordia y la equidad, apoyado por la fuerza, lo cual los estoicos enseñaban respecto del soberano. Pero el orden en cuestión se convierte en desorden si es impuesto por medio de la tiranía. El sentido cívico del futuro reformador, quien tenía en ese entonces 23 años, es admirable porque lleva a cabo su crítica a partir de todos los regímenes intolerantes; hizo lo mismo tres años más tarde en su epístola a Francisco I, como prefacio de la primera edición de la Institución de la Religión Cristiana , y que adquiere la forma de una apología de los protestantes franceses luego del lamentable caso de los Panfletos. No, aquéllos no eran enemigos del orden establecido, sino más bien los anabaptistas, cuya doctrina del sueño de las almas después de la muerte es duramente criticada por Calvino en su libro Psychopannychia , redactado en 1534, aproximadamente. Estos sectarios no solamente estaban rompiendo la unidad de la Iglesia con su doctrina fantástica en un punto esencial del dogma, sino que además se presentaban como transgresores de la ley cívil. Calvino trata de demostrar esto con el auxilio de argumentos escriturales y patrísticos. Más aún, este pequeño tratado no alude polémicamente a las deformaciones de “la Iglesia bajo el Papado”, como se estilaba en los inicios de la Reforma.
Un asunto digno de notarse es el hecho de que el acento anti-romanista no aparece tampoco en el sermón académico de Nicolás Cop, en cuya elaboración probablemente participó Calvino, y que desató las iras inquisitoriales de La Sorbona en noviembre de 1533. En ese sermón, el tema erasmiano de la “filosofía cristiana” es enunciado junto con varios temas luteranos: solus Christus, sola gratia, la oposición Ley-Evangelio, el amor incondicional de Dios y la justificación por la fe. Fuera de este contexto teológico, con la bienaventuranza para los pacificadores, se expresó una vibrante apelación a los que se hallaban en preeminencia política para argumentar contra el partido del Evangelio con la palabra y no con la espada. Mientras se esperaba ese diálogo de paz, se recordó también la bienaventuranza de los perseguidos por causa de la justicia.
¿Fue esto el principio de la ruptura decisiva? O al reunir el Evangelio, la justificación por la fe y la defensa de los perseguidos (luteranos, obviamente), ¿se estaba tomando partido por Lutero en su lucha contra Roma, aun cuando se estuviera expresando de una manera indirecta? La hipótesis no debe ser desechada tan fácilmente; algunos investigadores la han considerado seriamente. Pero una comprensión profunda de la situación aclara un poco más las cosas: quien predicó fue Cop, uno de los seguidores de Erasmo que leían a Lutero a pesar de la prohibición papal a través de la bula Exsurge Domine de 1520 y de la Sorbona, en 1521, pero que no sentían la necesidad de romper los lazos con la Iglesia establecida. Estas vacilaciones se explicaban por su propósito: ellos deseaban reformar la Iglesia, no fundar una nueva. Cop, elegido recientemente rector de la Universidad de París, estaba defendiendo a la reina de Navarra del ataque de La Sorbona contra su reformismo y no al monje de Wittenberg procesado por su radicalidad teológica. Ciertamente las tesis de dicho sermón habían sido tomadas probablemente de las Kirchenpostillen de Lutero en la versión latina de Bucero, pero el contexto y el tono de las palabras de Cop se hallaban más cercanos al reformismo humanista. El apoyo de Calvino a una persona como Cop en el otoño de 1533 no implicaba que estuviera considerando romper con la Iglesia. Pero no obstante eso, los inquisidores de París sospecharon que pertenecía a “la maldita secta luterana”, y tuvo que huir de la capital. El defensor de los perseguidos experimentaba la persecución por primera vez.
Al dejar París le fue otorgada una parroquia por su amigo Louis du Tillet, párroco de Claix in Saintonge, miembro del cabildo de Angulema. Por algunos meses proveyó a Calvino con un ambiente de tranquilidad, favorable para el estudio teológico, además de que pudo utilizar su biblioteca, rica en obras bíblicas y patrísticas. Gracias a su prodigiosa memoria, el futuro reformador asimiló rápidamente los textos de la tradición católica. Este bagaje de conocimientos requería un principio de interpretación y Calvino lo encontró en los escritos de Lutero, que pudo leer en Basilea, adonde llegó con Du Tillet en enero de 1535, con lo que inició su exilio.
III. La Institución de la Religión Cristiana
Basilea era un centro humanista que había sido ganado para la Reforma y allí Calvino dio rienda suelta a la expresión escrita de sus ideas, luego de sus vastas lecturas. Estudiante y escritor, se empapó en la obra de Lutero, en lo que podría considerarse su primera instrucción teológica formal. La Institutio Religionis Christianae , publicada en 1536, le debe muchísimo al Parvus catechismus (Pequeño catecismo), a De captivitate Babylonica (La cautividad babilónica de la Iglesia) y a De libertate Christiana (Sobre la libertad cristiana). El material se encuentra distribuido en el mismo orden que el breve catecismo de Wittenberg: ley, fe, oración, sacramentos, esto es, un comentario sobre el Decálogo, el Credo Apostólico, el Padrenuestro, el bautismo y la Santa Cena. Como en los mencionados escritos de Lutero, Calvino coloca sus ideas llevándolas hacia una conclusión: De falsis sacramentis (Sobre los sacramentos falsos) y De libertate Christiana (Sobre la libertad cristiana).
¿Se trató únicamente de una reproducción sin ninguna originalidad? ¿Se contentó el discípulo con formular el pensamiento del maestro en un mejor latín? No, ciertamente. La Institución, para empezar, amplía el material bíblico, apoyándolo con una buena exégesis y una argumentación más sólida, cargada de matices. Esta relectura tan personal de la teología de Lutero le debe también mucho a otras fuentes y a otros teólogos: a los Loci communes (Puntos de común acuerdo) de Melanchton (1521), a los Commentarius de vera et falsa religione (Comentarios sobre la verdadera y falsa religión), de Zwinglio (1525) y a las Enarrationes sobre los cuatro evangelios, segunda edición, de Martín Bucero (1520). Con esto se puede concluir que Calvino siguió a estos teólogos influidos por el humanismo, con el fin de reformular las ideas de Lutero.
¿Y la teología escolástica? Las altas especulaciones técnicas sobre Dios y el hombre en las que los maestros de La Sorbona eran tan duchos, como era el caso del famoso Escoto, o el de Juan Major, no dejaron huella en la primera edición de la summa calviniana, y únicamente se van a percibir en la eclesiología de la edición definitiva, de 1559. Lo cierto es que el joven estudioso de Noyon sólo había tomado cursos de filosofía en Montaigu. Resultaba sorprendente que Calvino se hubiera familiarizado al mismo tiempo con la dogmática escolástica, delineada básicamente en las Sentencias de Pedro Lombardo. De hecho, la primera edición de la Institución refleja un conocimiento muy incompleto de dicho manual, especialmente en el libro cuarto. Además, Calvino no tenía ningún respeto por esa clase de teología. Su método consistía en tomar textos y manejarlos con el fin de hacer más fáciles las refutaciones. Su reacción es comprensible: la abstracción y aridez escolásticas no sobrevivirían al descubrimiento de la teología bíblica, profética, vital, de Lutero, especialmente para alguien que ya era capaz de moverse con facilidad a partir de las fuentes bíblicas y patrísticas.
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