Clive Barker - Medianoche absoluta

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La hora más oscura está cada vez más cerca… Candy Quackenbush continúa su viaje por el mundo fantástico y feroz de Abarat: un archipiélago donde en cada isla es una hora distinta del día, el eterno teatro de una lucha sin tregua entre luz y oscuridad. Antiguos presagios empujan a Candy a surcar las aguas del mar de Izabella: todo indica que se acerca una tormenta. Mater Motley está obsesionada con convertirse en la emperatriz de las Islas y, para alcanzar su objetivo, urde un plan simple y diabólico: oscurece los cielos, cubriendo soles, lunas y estrellas, y despierta de los rincones más remotos del archipiélago a unos monstruosos aliados dispuestos a luchar a su lado en la batalla. Tinieblas implacables se ciernen sobre Abarat: la Medianoche Absoluta acaba de empezar y solo Candy tiene el poder para detenerla. «He visto el futuro del terror y su nombre es Clive Barker.» Stephen King"Abarat es una creación intrigante y merece ser comparado con Oz. Barker utiliza el poder de lo fantasmagórico, en un mundo regido por la lógica de los sueños." Kirkus Reviews"Clive Barker es la gran mente creativa de nuestro tiempo." Quentin Tarantino"Te mantiene fácilmente enganchado a sus páginas." The New York Times Magazine

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Había llegado al punto más alto de la isla. Allí el viento susurraba en círculos, haciendo que la carga de hojas que llevaba subiera y bajara en torno a Candy. Sin embargo, no todo eran hojas en las ráfagas circulares. También había animales, criaturas de todos los tamaños y formas que se movían a su alrededor, con los costados a veces tan pálidos como la luna, a veces tan rojos como el sol al atardecer; sus ojos lanzaban destellos verdes y dorados y todos dejaban un rastro de movimiento en el aire sombrío.

No podía estar segura de si estaba presenciando una alegre carrera o una persecución a vida o muerte. Fuera lo que fuera, de repente giró en su dirección y tuvo que tirarse al suelo, donde se protegió la cabeza con las dos manos mientras sentía que la estampida de seres vivos pasaba por encima de ella. Ahora había mucho ruido. No era solo la ráfaga de viento, sino el estruendo de pezuñas y patas y los chillidos, rugidos y aullidos de quizás miles de especies, o tal vez el doble de eso.

—¿Todavía no sabes diferenciar entre una cosa soñada y una viva? —dijo Laguna Munn, cuya voz sonaba más cerca para Candy que el sonido del paso de los animales.

—¿Soñada…? —preguntó Candy.

—Sí, niña —respondió Laguna—. Soñada. Imaginada. Conjurada. Inventada.

Candy se atrevió a lanzar una mirada prudente hacia arriba. Dijese lo que dijese la hechicera, las pezuñas y las patas que seguían corriendo por encima de la cabeza de Candy parecían reales y extremadamente peligrosas.

—Es una ilusión —dijo Laguna Munn—. Levántate. Continúa. Si no confías en mí, ¿cómo va a funcionar nada de lo que intente hacer por ti?

Candy vio que tenía sentido. Levantó la cabeza un poco más. La violencia del torrente de vida galopaba sobre la cúpula que protegía sus pensamientos. Le dolía. No solamente en el cráneo, que crujía bajo el ataque de las pezuñas, sino en los huesos de la cara y en los delicados tejidos que protegía.

Si no sobrevivía al ataque, no encontraría a nadie más que pudiera decirle lo que Laguna Munn podía.

Se levantó.

¡Por el amor de Lou, cómo dolía! Aunque fuera una ilusión, seguía siendo lo suficientemente convincente como para hacer que le sangrara la nariz. Se la limpió con la palma de la mano, pero le siguió de inmediato otro chorro. Y aun así los animales seguían rugiendo, la violencia de su paso la golpeaba mientras continuaban.

—Sé que estás ahí, Laguna Munn —dijo—. No podrás esconderte para siempre. Sal. Muéstrate.

Sin embargo, las criaturas siguieron llegando; su paso sobre ella era más potente que nunca. La sangre le bajaba de la nariz a la boca. La probó: cobre y sal. ¿Durante cuánto tiempo más podría aguantar su cuerpo esta arremetida incesante? La hechicera no la dejaría morir si fracasaba, ¿verdad?

—No voy a morir —se dijo Candy a sí misma.

Intentó forzar la vista a través del conjuro una vez más… y de nuevo el conjuro la aplastó con su autenticidad.

«Nunca lo conseguirás sin mí», dijo Boa.

—Entonces ayúdame.

«¿Por qué debería hacerlo?»

Una ola de rabia se sublevó dentro de Candy. Estaba harta de Boa; harta de todas las mujeres egocéntricas con más poder que compasión con las que se había encontrado, empezando por la señorita Schwartz y terminando con Mater Motley. Ya estaba harta de ellas, de todas ellas.

Y por fin sus ojos empezaron a agujerear la ilusión que la estaba golpeando y consiguió ver a la misteriosa Laguna Munn. Era lo que la madre de Candy, Melissa, habría llamado una «mujer de huesos grandes», con lo que habría querido decir gorda.

—Te… veo… —dijo Candy.

—Bien —respondió Laguna Munn—. Entonces podemos empezar.

Laguna levantó la mano y cerró el puño. La marea de cosas vivas se detuvo de golpe y dejó a Candy con los huesos doloridos, un zumbido en la cabeza y la nariz sangrando. Laguna habló; su voz era dulce.

—No esperaba conocerte, aunque sentía curiosidad, lo reconozco. Pensaba que el Fantomaya gozaba de tu cariño.

—El Fantomaya es la razón por la que estoy aquí —dijo Candy.

—Ah, así que alguien te ha estado contado historias.

—¡No es solo una historia! —le espetó Candy.

La ira seguía borboteando dentro de ella.

—Cálmate —le dijo Laguna Munn. Dio la impresión de que se levantaba de su asiento y se acercaba a Candy sin haber dado un solo paso—. ¿Qué he visto en tu cabeza, muchacha?

—Algo que no soy solo yo —dijo Candy—. A otra persona.

Los ojos de Laguna, que ya de por sí eran grandes, se abrieron y brillaron aún más.

—¿Conoces el nombre de esta otra persona que está en tu cabeza?

—Sí. Es la princesa Boa. Las mujeres del Fantomaya le arrebataron el alma a su cuerpo.

—Estupideces, estupideces —se murmuró a sí misma Laguna Munn.

—¿Por mi parte? —preguntó Candy.

—No, no por tu parte —respondió Laguna—. Por la suya. Jugaron con cosas que nada tenían que ver con ellas.

—Vale, lo hicieron. Y yo ahora quiero deshacerlo.

—¿Por qué no has acudido a ellas?

—Porque no saben que lo sé. Si hubieran querido que nos separásemos con el tiempo, me habrían dicho que ella estaba ahí, ¿no crees?

—Supongo que es lo razonable, sí.

—Además, ya han asesinado a una de ellas por mi presencia en Abarat…

—De manera que, si alguna otra bruja tiene que morir, prefieres que sea yo.

—No era eso lo que quería decir.

—Es a lo que ha sonado.

—¿Qué pasa en este sitio? ¡Todo el mundo juega a tonterías! Me pone enferma. —Volvió a limpiarse la sangre de la nariz—. Si no vas a ayudarme, entonces lo haré yo sola.

Laguna Munn no intentó ocultar su asombro o el torrente de admiración que lo acompañó.

—¡Por el amor de Lou! Sí que lo harías, ¿verdad?

—Si no tengo más remedio… No podré descubrir quién soy hasta que me la saque de la cabeza.

—¿Y qué pasará con ella?

—No lo sé. Hay muchas cosas que no sé. Por eso he venido a verte.

—Dime la verdad, ¿quiere la princesa tener una vida separada de ti?

—Sí —dijo Candy con confianza. Laguna se la quedó mirando con una intensidad intimidante—. El problema es que no sé dónde termino yo y empieza ella. Ya debía estar en mi cabeza cuando nací y siempre hemos vivido juntas, las dos.

—Debería advertirte que, si ella realmente no quiere irse, entonces tendrás una pelea entre manos. Una pelea que podría ser fatal.

—Asumiré el riesgo.

—¿Entiendes lo que…?

—Sí, que podría matarme.

—Sí. Y asumo que también has considerado que pueda haber partes de ti que no sean tuyas en absoluto.

—¿Que sean de ella? Sí, también he pensado en eso. Y las perdería. Pero si desde el principio nunca fueron mías, nunca fui yo, entonces no estoy perdiendo nada en realidad, ¿no?

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