Clive Barker - Medianoche absoluta

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La hora más oscura está cada vez más cerca… Candy Quackenbush continúa su viaje por el mundo fantástico y feroz de Abarat: un archipiélago donde en cada isla es una hora distinta del día, el eterno teatro de una lucha sin tregua entre luz y oscuridad. Antiguos presagios empujan a Candy a surcar las aguas del mar de Izabella: todo indica que se acerca una tormenta. Mater Motley está obsesionada con convertirse en la emperatriz de las Islas y, para alcanzar su objetivo, urde un plan simple y diabólico: oscurece los cielos, cubriendo soles, lunas y estrellas, y despierta de los rincones más remotos del archipiélago a unos monstruosos aliados dispuestos a luchar a su lado en la batalla. Tinieblas implacables se ciernen sobre Abarat: la Medianoche Absoluta acaba de empezar y solo Candy tiene el poder para detenerla. «He visto el futuro del terror y su nombre es Clive Barker.» Stephen King"Abarat es una creación intrigante y merece ser comparado con Oz. Barker utiliza el poder de lo fantasmagórico, en un mundo regido por la lógica de los sueños." Kirkus Reviews"Clive Barker es la gran mente creativa de nuestro tiempo." Quentin Tarantino"Te mantiene fácilmente enganchado a sus páginas." The New York Times Magazine

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—Bueno, si lo hay —dijo Malingo con una ligereza fingida—, espero que sepa que hemos venido aquí a causar problemas.

Su actuación obtuvo una respuesta.

—Dices que habéis venido a causar problemas, geshrat —dijo una voz joven—, pero decirlo no lo convierte en verdad.

—¿Por qué estáis aquí? —preguntó una segunda voz.

—Los hijos —le murmuró Malingo a Candy, aunque sus palabras apenas eran audibles para la muchacha, que estaba a un solo escalón de él.

—Sí —contestó la primera voz—. Somos los hijos.

—Y os oímos —se mofó la segunda—, por muy bajo que susurréis. Así que no perdáis el tiempo.

—¿Dónde estáis? —les preguntó Candy a medida que subía despacio otro escalón y escrutaba las sombras de la derecha, dirección desde la que parecían llegar las voces.

Conjuró rápidamente en su mano una pequeña bola de luz tenue: una llama fría que había aprendido a conjurar de Boa. Había sido, pensó vagamente Candy, una de las primeras muestras de magia que Candy había birlado del repertorio de la princesa. La apretó con fuerza.

Llegaría el momento en el que tendría a uno de los hijos de Laguna Munn lo suficientemente cerca para…

¡Ahí! Una sombra se movió frente a su campo de visión. Candy no titubeó. Levantó el brazo y lanzó la bola. Soltó un resplandor blanco, amarillento y azul, y su luz se esparció solamente sobre la figura a la que Candy le había ordenado iluminar. La luz tenue hizo su trabajo y Candy vio al primero de los hijos de Laguna Munn. Tenía el aspecto de un pequeño demonio, pensó Candy, con sus cuernos raquíticos y su cuerpo achaparrado hecho de sombras y fragmentos de colores, como si hubiera estado en medio de la explosión de una vidriera policromada que no le había llegado a herir porque su cuerpo estaba hecho del Lado Oscuro de la Luna Gelatinosa.

Cuando habló, como ahora hacía, su voz no pegaba en absoluto con su apariencia. Tenía la voz precisa y bien cultivada de un niño que ha ido a una buena escuela.

—Soy el Niño Malo de mamá —dijo.

—Oh, ¿en serio? ¿Y cómo te llamas?

Suspiró como si la pregunta supusiera una gran dificultad.

—¿Qué ocurre? —dijo Candy—. Solo te he preguntado tu nombre.

Había algo en su alma sencilla y humilde de Minnesota que no conectaba con el autoproclamado Niño Malo de Laguna Munn.

—Oh, no lo sé… —contestó mientras se mordisqueaba la uña del pulgar—. Es difícil elegir cuando tienes tantos. ¿Te gustaría saber cuántos nombres tengo?

No quería saberlo.

—Está bien, te escucho. ¿Cuántos?

—Setecientos diecinueve —dijo con bastante orgullo.

—Vaya —dijo Candy de manera inexpresiva.

—Porque puedo. Mamá me dijo que podía tener todo lo que quisiera, así que tengo muchos nombres. Pero puedes llamarme… ¿Mermelada Belicosa? ¡No, no! ¿Pastelero Hambadikin? ¡No! B’gog! ¡Sí! ¡Jollo B’gog está bien!

—Vale. Yo soy…

—Candy Quackenbush de Chicken coop.

—Chicken town .

Coop, town … qué más da. Y ese es tu amigo el geshrat, Malingo. Lo salvaste de seguir siendo el esclavo del mago Kaspar Wolfswinkel.

—Está claro que has hecho los deberes —dijo Candy.

—Deberes… deberes… —dijo Jollo B’gog dándole vueltas a la palabra—. Oh. Trabajo que le asignan los tutores a los estudiantes en tu mundo, que intentan no hacer de cualquier forma posible —sonrió.

—Eso es —dijo Candy—. ¡Has dado en el clavo!

—¡En el clavo! —dijo en tono triunfal Jollo B’gog—. ¡He dado en el clavo! ¡He dado en el clavo!

—Parece que te estás divirtiendo —dijo una mujer en alguna parte más allá del haz de luz que Candy le había arrojado a Jollo.

El buen humor del chico desapareció de inmediato, no por miedo, pensó Candy, sino por una especie de respeto por la que había hablado.

—¿Niño Malo? —dijo.

—Sí, mamá.

—¿Puedes buscarle a Malingo, nuestro invitado, algo para comer o beber, por favor?

—Por supuesto, mamá.

—Y mándame a la chica.

—Como desees, mamá.

Candy quería señalar que ella también estaba hambrienta y sedienta, pero sabía que no era el momento de decirlo.

—Vale, ya has oído a mamá —le dijo Jollo a Candy—. Quiere que vayas con ella, así que todo lo que tienes que hacer es seguir el ojo plateado. —Señaló un ojo de treinta centímetros de ancho, con una pupila negra y una lente plateada, que planeaba entre los árboles.

—¿Crees que debería ir contigo? —le dijo Malingo a Candy.

—Si te necesito, te juro que gritaré. Muy, muy alto.

—¿Satisfecho? —le preguntó Jollo a Malingo—. Si mamá intenta comérsela, gritará.

—Tu madre no se la…

—No, no lo haría, geshrat —respondió Jollo—. Era una broma. ¿Un chiste?

—Sé lo que es un chiste —dijo Malingo sin parecer estar muy seguro. Buscó a Candy, pero ya estaba fuera del camino, siguiendo el ojo plateado para adentrarse en la oscuridad de entre los árboles.

—Venga, geshrat. Vamos a darte de comer —dijo Jollo—. Si oyes que Candy grita, puedes irte directo a por ella. Ni siquiera intentaré detenerte, te lo prometo.

Capítulo 8

Laguna Munn

La isla de Laguna Munn parecía pequeña desde el barco de Ruthus, pero ahora que Candy recorría las pendientes oscuras parecía muchísimo más grande de lo que había esperado. Había dejado la luz tenue a sus espaldas, pero el ojo plateado desprendía su propio resplandor mientras la guiaba a través de los densos matorrales. Se alegró de contar con su guía. El terreno bajo sus pies era cada vez más escarpado y los árboles entre los que se movía (a veces tenía que abrir a la fuerza un hueco para atravesarlos) se volvían más nudosos y viejos a cada paso.

El viento soplaba en las elevaciones más altas; hacía que los viejos árboles crujieran y que sus ramas dejaran caer una lluvia de hojas y frutos maduros. Candy no dejó que nada de aquello la distrajera de su guía. Lo siguió tan de cerca como el trayecto repleto de maleza le permitía, hasta que la llevó hasta un lugar en el que las ramas más bajas de los árboles habían entrelazado sus ramitas con los arbustos de debajo, con lo que formaban un muro de madera entretejida. Candy se quedó delante de él un instante mientras el ojo arrojaba su luz sobre las ramitas entrelazadas. Pasaron unos segundos y entonces un movimiento resplandeciente traspasó el muro, y donde el ojo había iluminado el muro con su luz, este se desató y se abrió una estrecha puerta. Los árboles y arbustos aún estaban separados cuando la voz que le había hablado a Jollo dijo:

—O entras o te vas, muchacha. Pero no te quedes ahí parada.

—Gracias —dijo Candy, y dio un paso entre las ramas retorcidas.

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