José María Villalobos - Te regalo el fin del mundo

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Tras el colapso climático, lo que queda de la civilización sobrevive en un universo virtual. Los cuerpos yacen latentes en cápsulas de desconexión mientras sus mentes vuelan libres en un espacio ilimitado repleto de estrellas. Una aparente sensación de libertad que esconde una pesadilla distópica. Las grandes corporaciones mantienen con vida la población de avatares a cambio de su total sumisión.En lucha contra el alto orden, Roy, Alice y Risco emprenderán la peligrosa misión de devolverlos a todos a un planeta Tierra que se intuye fértil de nuevo tras más de 20 años sin nuestra presencia.Un viaje solo de ida en el que pelearán por la amistad, el amor y la solidaridad en un mundo de identidades secuestradas. Un trayecto vital que pondrá a prueba el sentido de la propia naturaleza humana en el plano digital.Te regalo el fin del mundo es una apasionante novela de aventuras y VR Sci-Fi en la que los barcos veleros navegan vientos solares, los astros se generan delante de nuestros ojos, las ballenas son de luz y las guerras las libran jugadores profesionales de eSports. El contexto de la realidad virtual permite a la ciencia ficción dinamitar los límites tecnológicos apoyándose en el género fantástico.El relato principal se enriquece de forma poliédrica con la inclusión de
Más allá del fin del mundo, una expansión en forma de 14 relatos que ahonda en personajes y trama desde múltiples puntos de vista. Toma asiento y contén la respiración. Despegamos.

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Klauss, henchido de satisfacción, lo miró a los ojos con desasosegante seguridad. Sus labios articularon las dos palabras que ya flotaban en el ambiente y que lo iban a cambiar todo

—Muerte permanente.

LA BATALLA DE ALEJANDRÍA

Cientos de naves de la eArmy cruzaban continentes y océanos rumbo a Alejandría en un flujo incesante. Los eSoldiers que habían custodiado la ciudad a lo largo del último año ya se estaban teletransportando y fueron los primeros en llegar. Como Alice y Klauss, que esperaban a las afueras a bordo del temible Destructor Capital.

Fundada por Alejandro Magno al oeste del delta del Nilo en el año 331 antes de la Era Común, Alejandría fue, además del eje central del mayor imperio conocido hasta entonces, la capital cultural e intelectual del mundo. Alice había paseado innumerables veces por aquellas calles milenarias. Le gustaba admirar los atardeceres desde lo alto del faro soñando que aquella recreación era real, que de verdad se encontraba en otra época. Sus incontables horas en la biblioteca buceando entre miles de documentos digitalizados solo eran forzosamente interrumpidos por alertas puntuales que la requerían con urgencia. Dejaba entonces con pesar aquel templo de sabiduría para condenar las vidas de quienes gritaban enojados por la libertad en algún remoto lugar. Ese tipo de contradicciones, entre lo que era y lo que estaba obligada a ser, la minaba lentamente por dentro.

El caso de Klauss era distinto. También se había podido teletransportar hasta Alejandría porque la tenía registrada en su mapa personal, pero su interés tenía que ver más con los logros expansionistas de Alejandro Magno que con el deseo de este de convertir la ciudad en el receptáculo de todo el saber humano. Klauss se veía a sí mismo como digno sucesor del célebre macedonio, y le gustaba comparar el vasto imperio que forjó en el siglo IV a.E.C. con su férreo control sobre todo un universo virtual en los estertores del siglo XXI. Que la sede del Imperio digital, la Torre K-Corp, se encontrara en mitad del océano Pacífico en lugar de en Alejandría, respondía a esa misma conexión espiritual. Klauss vivía el día a día aislado de otros avatares humanos, de cualquier abarrotada población, incluso de sus propios generales. Buscaba eludir así la posibilidad de ser traicionado de cualquier forma posible. El gran error de Alejandro no sería el suyo.

—Ax está preparando la estrategia de ataque, llegará al destructor en unos minutos y en ese momento comenzaremos a desplegar las tropas —dijo dirigiéndose a Alice.

—No hace falta esperar —le respondió ella—. La información de la que disponemos sitúa un alto mando de los rebeldes en la biblioteca, y conozco cada rincón de ese lugar. Puedo solicitar una reunión para averiguar qué intenciones tienen y a la vez ubicar en el mapa cada efectivo rebelde para luego optimizar el ataque.

—Bien, bien, adelante. Aguardaré aquí, a las afueras de la ciudad. Pero lleve consigo un destacamento por si algo se tuerce. No esté sola en ningún momento. Es una orden.

Desde el acorazado se inició la comunicación solicitando el encuentro. Mientras, Alice subía a una pequeña nave acompañada de unos pocos efectivos.

—¿Ax, me escuchas?

La general intentaba comunicarse con su compañero, que estaba a punto de llegar al acorazado mientras ella viajaba en dirección a Alejandría.

—¿Alice? Si me llamas por un canal protegido me puedo imaginar lo que vas a decirme. Pero antes escucha, me acabo de enterar de tus planes. ¿Por qué no has esperado a que llegara? No puedo asegurar tu integridad desde aquí.

—Eso es una falacia, Ax, sabes que si soy abatida reapareceré en el Destructor Capital, mi último punto de salvado. Es este grupo rebelde el que puede desaparecer hoy para siempre.

—Mira, Alice, sé que todo ha ocurrido muy rápido y que no hemos podido hablar a solas, pero si Klauss se ve forzado a realizar ante ellos la misma prueba de muerte permanente que nos ha mostrado, será porque hay resistencia a la rendición por parte de los insurgentes. Se tratará solo de un pequeño sacrificio en pos de un bien mayor.

—Ax, escúchame, esto no me gusta nada. Conoces a Klauss. No creo que estando en posesión de la maldita bomba atómica se conforme con mirarla en una vitrina. Tengo que hacerles entrar en razón antes de que veamos una matanza ante nuestros ojos.

—No creo que Klauss llegue a esos extremos, pero de ser así, ¡razón de más para que no te encuentres en esos momentos en el mismo centro del conflicto! Alice, no sentiré pesar por ellos, pero por favor, no me hagas sentirlo por ti. Te quie…

De repente, fuertes interferencias cortaron la conversación. La nave había traspasado el muro invisible que rodeaba la ciudad y, tras él, cualquier información no oficial quedaba filtrada. El intercomunicador quedó en silencio.

—¡Alice, Alice! ¡Maldita sea!

Ax golpeó furioso el panel de mandos de su nave. En el horizonte ya se dejaba ver una interminable y abarrotada línea de naves y buques de combate flotando a pocos metros sobre el nivel del mar. Sobre todos ellos, sobresalía el acorazado donde debía reunirse con Klauss.

****

El caza militar aterrizó en el puerto, en un pequeño aeródromo que rompía con sus líneas modernas la arquitectura clásica perfectamente recreada de la mítica ciudad. Para evitar tensiones, Alice ordenó al grueso de los soldados que esperaran junto a la nave mientras ella, acompañada de un escolta, se reunía a las puertas de la biblioteca con el líder rebelde. Y allí estaba él, con una larga capa anudada bajo una espesa barba gris, igualmente custodiado por un fornido guardia personal. Ella adivinó bajo la gabardina del guardaespaldas un uniforme oficial de la eArmy. Un traidor, pensó. Se alegró de que Ax no estuviera allí con ella. Él odiaba a los soldados renegados. Dada su impulsividad, aquella cita en la cumbre habría durado justo hasta ese momento. Por su envergadura, el soldado era de tipo tanque, de los que aguantan disparos sin pestañear. Perfecto para reinventarse como guardián de alguien importante.

—Habíamos quedado en que seríamos solo usted y yo, señor…

—Llámeme Alexander. Por lo que veo, usted ha sido igualmente prudente. Y yo sí que la conozco, Alice, a pesar de que no porte hoy en su cara las habituales pinturas de guerra. Como podrá suponer, es temida y odiada entre los míos. Con respecto a Risco, mi fiel protector, le aseguro que no debe temer nada si nada oculta. Con el historial que nos precede a uno y otro bando, sabe que soy yo el que debe tomar una mínima cautela.

Alice vio algunas de sus vías de actuación boicoteadas, como la de capturar directamente al alto mandatario si las negociaciones llegaban a un callejón sin salida. Con un ex eSoldier tipo tanque de por medio, el forcejeo, por breve que fuera, daría tiempo suficiente para que su objetivo principal se teletransportara a una nave oculta con la que huir rápidamente. Pero debía transmitir confianza, así que aceptó las condiciones poniendo su mejor cara. Eso sí, planteó también las suyas, que eran las de Klauss.

—Por supuesto, Alexander. Aunque ya le digo que no tiene nada que temer… si nada de lo que hablemos nos supone una amenaza. Aun así, como comprenderá, debo solicitar que mi soldado me acompañe. No creo que deban existir claras desigualdades en esta reunión, aunque sean por mi parte meramente formales.

Mientras Alice hacía un gesto al eSoldier para que la acompañara, su mirada se cruzó con la de Risco. Ambos sabían que el soldado de la corporación era mero atrezo. Si algo daba al traste con todo, serían ellos dos los que chocarían sus armas sin insignificantes intermediarios, aunque también ambos sabían quién saldría victorioso de la contienda. Risco era consciente de que simplemente se concentraría en mantener a raya el mayor tiempo posible al mejor luchador de eSports de todos los tiempos, a la guerrera digital más temida. Lo suficiente para permitir que su protegido pudiera escapar hacia un lugar seguro.

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