—¡La calma es un bien escaso en los tiempos que corren, señor Klauss! ¡Solo le pido que no nos falle!
—No me falle usted, señor Hesse, preocúpese de eso. No me falle usted.
Klauss miró fijamente el tembloroso holograma de su interlocutor. Las interferencias causadas por el Sol permitían a duras penas distinguir un rostro. Pero por un segundo Klauss lo vio. Vio con nitidez el miedo en él. Y sonrió satisfecho sabiendo que el detalle no había pasado desapercibido para el resto del consejo.
Roy cierra de forma brusca la puerta de su apartamento sin entender nada de lo que está ocurriendo. El chico y la chica que le han acompañado apresuradamente hasta allí se mueven frenéticos y colocan extraños dispositivos en habitaciones y ventanas. Ella se pone a escanear palmo a palmo el salón principal. Pasa por alto el dormitorio, repleto de paneles que simulan relajantes entornos naturales, y el inútil cuarto de baño, en el que lo único que puedes hacer es contemplar en el espejo el rostro eternamente joven de tu avatar. A los pocos segundos, el salón de tamaño medio y abarrotado de chismes del siglo pasado, desde un tocadiscos a una máquina original de Pong , queda registrado en el dispositivo.
—¿Qué…? ¿Qué haces?
—Una copia. No necesitas saber más.
La chica realiza una serie de operaciones y cierra seguidamente el menú de opciones de su brazo. Su voluminoso compañero vuelve de revisar el resto de habitaciones.
—Parece que todo está bien, Alice. Venga, chequéalo de una vez para ver si es la persona que estamos buscando y acabemos con esto.
—Si es él no será el final sino el comienzo, Risco.
El chico fornido la mira descreído y, tras dudar un momento, asiente no demasiado convencido rascándose con fuerza la cabeza en un acto mecánico de nerviosismo.
—Intenta tranquilizarte. Toma el duplicado del salón y envíalo a Tris para que lo active. —Risco obedece y se muestra claramente la jerarquía que existe entre los dos.
Siguen vistiendo los gorros ceñidos de nadador bajo las capuchas de sus largos abrigos, como si quisieran ocultar en lo posible cualquier reconocimiento de su identidad. Roy sabe que esa indumentaria es inútil ante los miles de datos que recopilan los ojos de K-Corp colocados casi en cada calle por la que han pasado corriendo. La chica, tras el minucioso escrutinio, parece sentirse segura y se quita el gorro. Un chisporroteo recorre su lisa pero alborotada melena, que se desparrama generosa por su espalda. Pequeños puntos de luz caen brillando sobre su bello rostro durante un par de segundos antes de desvanecerse. Roy se da cuenta. Se trata de algún tipo de inhibidor de campo. Está claro que nadie los ha visto, que son invisibles en un mundo dominado por el Gran Hermano. Su confusión se transforma entonces en miedo. Esos dos desconocidos podrían esparcir su código allí mismo sin que nadie pudiera impedirlo.
Alice descubre su vestimenta al desabrochar el abrigo para coger un escáner corporal. Roy se percata del diseño del uniforme, de sus motivos y colores.
—¡Sois soldados digitales! ¿Pero qué? ¡Yo no he hecho nada! Además, ¿no huíais de la armada? ¡Sois renegados, furtivos del SEO, traidores, eso es!
Ella parece no escuchar. Concentrada, recorre lentamente con el escáner el cuerpo de Roy. Su atenta mirada anhela la luz verde que justifique el riesgo que están corriendo. Mientras, Risco no deja de moverse nervioso de un lado a otro del salón a la vez que mantiene su mirada clavada en la escena.
¡Bep!
El escáner suelta una señal que ilumina en tonos verdosos el hasta ese momento serio semblante de Alice. La chica se gira y sonríe con los ojos bien abiertos a su compañero, que ha parado en seco su frenético bucle.
—Es él, Risco, lloraría ahora mismo si pudiera.
EL GRAN APAGÓN DE LA REALIDAD
El doctor Nolan comprobó por última vez el sellado de puertas y ventanas. Las luces de neón, que respondieron tímidas a la oscuridad iluminando de forma tenue la estancia, fueron ya el único y último enlace con la realidad palpable. «Una triste despedida para toda una vida de investigación y sacrificio» pensó. Fuera, en las calles, los gritos y la muerte martilleaban casi inaudibles los muros blindados del edificio. A pesar de su edad, él había gozado de privilegio. Su capital importancia en la gestación de Nueva Génesis le había asegurado una plaza en el viaje que estaba por venir. En un proyecto que prometía una vida inédita en un universo expansivo con un tiempo indeterminado por delante, no cabía introducir ancianos entre sus filas. Las pruebas, además, habían demostrado la incapacidad de adaptación de las personas de avanzada edad a la RVP, la Realidad Virtual Permanente. Aunque la capacidad de procesamiento de Madre aseguraba, gracias a las potentes CPU individuales que suponía cada cerebro humano conectado, que la representación digital sería prácticamente idéntica a la palpable, en los experimentos previos a la desconexión general muchos sujetos habían entrado en coma a los pocos días. Era el sutil pero determinante problema de vivir en un mundo donde los rostros eran una copia sintética solo casi exacta a la real. Tampoco iniciarían el viaje los niños. Hacía ya una década que no se daban nacimientos. El ser humano quedó estéril bajo el desmedido bombardeo solar y, aunque no hubiera sido así, quién querría traer inocentes criaturas a este mundo en ruinas condenado a muerte.
No existían dudas sobre la capacidad de adaptación del resto de la población. Hacía décadas que se vivía con naturalidad en el entorno digital. La red era el lugar en el que quedar con los amigos para charlar, comer, ver películas o escuchar música, todo ello sin salir del salón de casa, vistiendo las blancas paredes con entornos de realidad aumentada que simulaban bares, restaurantes, salas de cine y de conciertos. En el exterior, los transeúntes veían el mundo a través de lentes de contacto RA y de pantallas que miraban sin descanso. Gran idea aquella de aplicar a los celulares externos e inSkin la tecnología anticolisión de los coches autónomos.
Estaba claro que, una vez inservible nuestro planeta, se vendería el Éxodo hacia Nueva Génesis como un salto evolutivo además de como una necesidad para la supervivencia. El Homo digitalis al encuentro de su nuevo hogar en una tierra prometida virtual diseñada a medida. No había discusión posible desde una maquinaria transmedia que se dedicó a bombardear durante años las nuevas consignas sin descanso. El proceso de cambio se aceptó con claridad… hasta que se supo que no había otra vía para mantener la vida en la Tierra, que los ancianos quedarían fuera, que los países más subdesarrollados serían excluidos, que los habitantes de esa realidad virtual deberían ceder más de la mitad de su existencia diaria para mantener en funcionamiento el nuevo universo, el nuevo orden. Para entonces ya no había vuelta atrás.
Todos estos pensamientos desbordaban con fuerza la cabeza de un doctor Nolan ya embutido en su traje de animación virtual. La cápsula para la desconexión frente a él, el pequeño frasco con biobots en su mano… Y la mirada perdida en el doloroso pasado inmediato.
El eco de una explosión lo hizo por fin reaccionar. Fuera, el caos seguía rugiendo. Nolan miró a su alrededor por última vez. El hogar que ya no era hogar se había tornado insoportable desde que, de formas muy diferentes, perdió a su mujer y a su hija. En una casa vacía de amor y llena de soledad irrespirable, la fragmentada foto familiar le empujaba en su tristeza a seguir adelante con el viaje. «Todavía existe una leve ilusión de recuperar esperanzas y lazos perdidos» se dijo a sí mismo mientras se llevaba a la boca el frasco e ingería el líquido hiTech. Seguidamente, se introdujo en la cápsula y dejó que esta automáticamente desplegara sus sensores. Pequeños filamentos se introdujeron por todos los orificios de su cuerpo. Nolan cerró los ojos, y dejó su mente dispuesta para atravesar el actual escenario rumbo a la que sería una nueva e incierta vida. La suya. La de todos los elegidos.
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