Está dicho en los Evangelios: “Estad atentos, porque el Diablo, como un león rugiente, está presto para devoraros...” Está claro que no veréis ni al león, ni al Diablo en el plano físico, porque es en el plano interior donde estáis amenazados. Es ahí donde hay deseos, proyectos, pasiones y codicias que quieren anularos. Y si vosotros no estáis iluminados y atentos, atraeréis las desgracias.
No es suficiente evitar el caer, herirse o romper algo; hay que evitar el transgredir las leyes del mundo invisible. En el plano psíquico hay una serie de mecanismos que ponemos en marcha sin saberlo, entidades a las que molestamos y leyes que transgredimos, y después sufrimos las consecuencias, somos castigados.
Lo más importante para el discípulo es, por lo tanto, comprender que debe vigilarse, estar atento, despierto, para conocer en cada instante lo que pasa en él: las corrientes, los deseos, los pensamientos que le atraviesan, las influencias, los impulsos que siente. Trabajando así conscientemente, alimentando un ideal muy elevado, se une a Entidades e Inteligencias supremas que vienen un día a instalarse en él y le permiten asumir pesadas tareas y triunfar en numerosas dificultades.
Saber orientar las energías
En el gran libro de la naturaleza viviente podéis leer que es absolutamente importante para la evolución de cada ser que sepa cómo gasta sus energías, en qué campo o en qué actividad las emplea. Estas energías han sido contadas, pesadas y medidas, y él es el responsable. El cielo no le ha dado energías para que las desperdicie; todo lo que hace se anota, está inscrito. Así pues, en el libro de la naturaleza viviente podéis leer esto: “Bienaventurados los que consagran y utilizan todas sus energías físicas, mentales y afectivas para el bien de la humanidad, para el Reino de Dios y Su Justicia...”
Si desperdiciáis vuestras energías en cóleras, en excesos de sensualidad, en actividades egoístas y criminales, ellas van a alimentar el Infierno. Porque son los humanos quienes, con su ignorancia, contribuyen a sostener y a alimentar el Infierno; están extraordinariamente instruidos en todas las ciencias, pero jamás han oído hablar de su responsabilidad en la utilización de sus energías.
Una de las primeras tareas del discípulo es la de preguntarse si está empleando sus energías en un fin egoísta o en un fin divino. Todo el secreto está ahí. Si os hacéis claramente esta pregunta cada día, ¡cuántas cosas podréis mejorar en vosotros mismos! Está claro que no lo lograréis enseguida, pero así aprenderéis a ser conscientes; si no, seguiréis sometidos al karma, al destino. No olvidéis nunca esto.
En todo lo que yo os digo, hay puntos sobre los que deberéis reflexionar cada día, y otros simplemente cuando las circunstancias lo permitan. Podéis, por lo tanto, olvidaros de muchas cosas, pero no de ésta. Cada día se os pide que seáis conscientes, que os deis cuenta a cada instante de cómo empleáis vuestras energías. Más aún cuando podéis hacerlo en cualquier parte; en la calle, en el metro, en la consulta del dentista, en vuestra cocina, podéis echar una mirada en vosotros mismos y preguntaros: “Veamos, si debo comenzar tal o cual actividad, ¿qué voy a gastar?, ¿es útil?” El trabajo al que consagráis vuestras energías es un punto esencial, nunca se insistirá suficientemente sobre esto.
Saber economizar las energías
Tanto la vida interior como la exterior, están sujetas a ciertas alternancias: vienen unos días fértiles, y después otros estériles, y así sucesivamente... El que no toma ninguna precaución es como una de esas vírgenes necias* de las que habla el Evangelio, y cuando se siente vacío, despojado, se queja, disgustado: “He perdido todo, no me queda nada, ni inspiración, ni alegría...”
*Ver el tomo 3, cap. VII: “La parábola de las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes necias...”
En lugar de ser inconsciente y malgastar las propias riquezas en los días favorables, hay que prever que tarde o temprano llegará un periodo difícil, y que hay que acumular provisiones, es decir energías para este período.
Por lo tanto, cuando os regocijéis, no vayáis hasta el fondo de este regocijo, economizad un poco, de lo contrario lloraréis. Regocijaos, pero sin pasar de un cierto límite. Si no observáis esta regla, seréis como un borracho, que habiendo bebido una copa de más, anda titubeando por las calles: choca contra un muro, siente que es un obstáculo, recula, pero... ¡hop! vuelve a chocar con el muro de enfrente. Y así sucesivamente... los dos muros envían al pobre borracho de un lado al otro. No hay que llegar nunca a los extremos. Un extremo os repelerá siempre hacia el otro extremo, y bamboleándoos eternamente de un extremo al otro, perderéis todas vuestras energías.
Las relaciones entre el hombre y sus células
Según la Ciencia iniciática, una célula es una criatura viviente, una pequeña alma inteligente que sabe cómo respirar, cómo alimentarse, producir secreciones, proyecciones... Mirad cómo trabajan las células del estómago, del cerebro, del corazón, del hígado, de los órganos sexuales; incluso están especializadas. La unión de todas estas criaturas, la suma de sus actividades, es nuestra inteligencia. Nuestra inteligencia se basa en la inteligencia de todas esas pequeñas células: nosotros dependemos de ellas y ellas dependen de nosotros; formamos una unidad. En el plano físico no podemos hacer nada sin el consentimiento de nuestras células; el día que paran de trabajar, el funcionamiento de nuestro organismo queda perturbado: la nutrición, la eliminación, la respiración...
El hombre es la síntesis de todas esas inteligencias que están ahí, dentro de él. Por eso debe acostumbrarse a visitar sus células, a hablar a ese pueblo que está ahí, que le escucha, que atiende, que está a su servicio, pero que él ha olvidado, abandonado y del que casi siempre se ríe. El que fuma, por ejemplo, o el que bebe desmesuradamente, molesta a estas bellas almas que viven en sus pulmones o en su corazón, y ellas le piden, le suplican que pare, pero él continúa molestándolas hasta provocar una enfermedad.
Debéis mostraros, pues, muy atentos y llenos de amor hacia vuestro propio pueblo; si así lo hacéis cuando algo no funciona bien, él os previene por medio de ciertos signos para que toméis precauciones, y de esta manera podéis evitar muchos inconvenientes. De otra forma, nadie os previene, y en el último minuto, cuando ya no hay nada que hacer para remediarlo, os preguntáis por qué no habéis recibido ninguna señal, ninguna advertencia. Pero si sabéis comportaros con vuestras células, ellas os previenen del más mínimo trastorno, porque os aman...
Los pensamientos y las palabras positivas que enviáis a cada uno de vuestros órganos y de vuestros miembros producen cambios benéficos. Si cada día, durante algunos minutos, os acostumbráis a pensar en vuestras células y a hablarles, podréis mejorar vuestra salud.
Haced por ejemplo este ejercicio. Poned vuestra mano sobre el plexo solar, y en esta posición dirigíos a vuestras células: pedidles que remedien todo lo que no funcione bien en vosotros, pero dadles las gracias también por su buen trabajo. Ellas os entenderán porque el plexo solar dirige todos los procesos inconscientes del organismo: secreción, crecimiento, circulación, digestión, eliminación, respiración... De esta forma podéis hablar a vuestras células, ser entendidos por ellas, y eso tanto más cuanto mayor sea vuestra fe y el poder de vuestro pensamiento.
Cómo espiritualizar todas nuestras actividades
Muchos se imaginan que para ser espiritual hay que consagrarse a la meditación y a la oración. No, cualquier trabajo, incluso espiritual, se convierte en algo extremadamente prosaico cuando no introducimos en él una idea sublime, un ideal superior; y al contrario, cualquier trabajo prosaico puede ser espiritualizado si sabemos introducir en él un elemento divino. La espiritualidad no consiste en rechazar toda actividad física, material, sino en hacer todo en aras de la luz, para la luz y por la luz. La espiritualidad es saber utilizar cualquier trabajo para elevarse, para armonizarse, para unirse a Dios.
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