Autor: Manuel J. Rico
Diseño y maquetación: Domi Vakero
Primera edición: Julio 2018
ISBN: 978-84-17649-54-8
Producción del ebook: booqlab.com
©2018 Ediciones Héroes de Papel, S.L.,
sobre la presente edición
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Dedicado a mi familia y amigos.
Alicia: ¿Por favor, podría decirme por qué sonríe su gato de esa manera?
Duquesa: Es un gato de Cheshire. Por eso sonríe.
Alicia: No sabía que los gatos de Cheshire estuvieran siempre sonriendo. En realidad, ni siquiera sabía que los gatos pudieran sonreír.
Gato: Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
Alicia: ¿Cómo sabes que yo estoy loca?
Gato: Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí.
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas
La humanidad, como masa, es una bestia fatal sobre la que nunca puedes saber cuándo y dónde atacará.
Albert Einstein
Confías en tus tripas.
La política posverdad es posible gracias a dos amenazas: una pérdida de confianza en las instituciones que respaldan al Estado, y profundos cambios en el modo de informarse de la gente. El conocimiento llega al público de una forma muy diferente en la actualidad. El primer paso siempre consiste en ganarse la confianza del elector. El mundo occidental sufre una crisis económica, pero sobre todo de valores, sin precedentes; ello ayuda a interpretar por qué muchos prefieren a los llamados políticos «auténticos», que «llaman a las cosas por su nombre» (es decir, aquellos que dicen lo que sienten las personas), por encima de otro tipo de líderes.
The Economist. 10 de septiembre de 2016. «Art Of The Lie»
Lo peculiar de mi obra, y lo que causará la admiración de los presentes es, que así como la Providencia ha hecho inclinar la balanza de casi todos los acontecimientos del mundo hacia una parte y los ha forzado a tomar un mismo rumbo, así también yo en esta historia expondré a los lectores bajo un solo punto de vista el mecanismo de que ella se ha servido para la consecución de todos sus designios. Esto es principalmente lo que me ha incitado y movido a escribir esta obra, como asimismo haber notado que ninguno en mis días había emprendido una historia universal, cosa que entonces hubiera estimulado mucho menos mi deseo. Veía yo al presente, historiadores que han escrito historias particulares y han sabido recoger varios sucesos acaecidos a un mismo tiempo; pero al mismo paso echaba de ver que ninguno, a lo menos que yo sepa, se hubiese tomado la molestia de emprender una serie universal y coordinada de hechos, cuándo y en qué principios se habían originado y cómo habían llegado a su conocimiento.
Polibio
Ángela despertó antes del alba. Una vez leyó que los viejos podían presentir la propia muerte.
Los murmullos del viento helado silbando por las rendijas parecían voces humanas, pero ella estaba segura de que sus sentidos no la engañaban. Alguien le acababa de susurrar su nombre al oído, y continuó hablándole.
Palabras tranquilizadoras pronunciadas en un idioma que solo ella entendía.
Habría esperado una revelación espiritual. Quizás mensajes sutiles, difíciles de descifrar para una mujer tan pragmática como ella. Sin esfuerzo comprendió, de forma natural, lo que la voz le transmitió. Supo que aquel día iba a ser el último de su vida.
Tomó una bocanada de aire y la saboreó con todo su ser. Contempló el techo desconchado de su habitación mientras ordenaba sus ideas. Le costó toda una vida aprender que necesitaba muy poco para ser feliz: su manta, un poco de calor y sus recuerdos.
Hacía mucho frío en aquella época del año. Solía preparar café cada mañana, se calzaba sus zapatillas de deporte y calentaba los músculos todo lo que la dejaban los años. Le gustaba el tacto del algodón y la ropa ligera sin sistemas electrónicos auxiliares, casi obligatoria durante su infancia. Pasear por Christiania, donde vivió gran parte de su vida, era lo mejor de su rutina diaria desde que se jubiló. Llegó a Dinamarca siendo una niña, pero no había perdido el acento andaluz ni había olvidado sus orígenes. Un regalo de sus padres.
No se veía a sí misma como una persona mayor, su espíritu siempre fue joven, pero cuando cumplió los noventa comenzó a aceptar lo inevitable. Su vida había sido tan plena que aquella nueva perspectiva no la inquietó.
La lata de café le pareció pesada entre los dedos. Sus muñecas crujían mientras diluía el azúcar y casi no podía elevar el codo derecho para llevarse la taza a los labios. Bebió pequeños sorbos, pues sus pulmones contenían el aliento justo para vivir.
Aquel día era especial. Debía despedirse del mundo.
Se sentó en una butaca que ella misma había fabricado poco después de instalarse con su familia en aquel rincón pintoresco de Copenhague. En ella había reído, llorado, amado y sufrido. Cuando era niña le gustaba estar allí, junto a su padre, mientras se mecía y escuchaba sus historias. Vio cambiar a la humanidad desde su humilde hogar, del que nunca se desligó por completo y al que volvió cuando falleció su marido, ya muy anciano. Al principio no entendió por qué la mirada de su padre también pasó de ser gris, teñida de rutina, a luminosa. Del hastío a la ilusión.
Tantos recuerdos colgados en las paredes. Viejos recortes de periódicos, soportes informáticos obsoletos y libros de apuntes de sus padres amontonados en las estanterías. Ella quiso dedicarse a la carpintería desde pequeña. No tenía las inclinaciones académicas de mamá y papá, pero se sentía en la gloria cuando fabricaba cosas con las manos. Contempló sus dedos, delgados y nudosos. La piel fina, las venas marcadas y manchas seniles por todas partes. Aquellos frágiles instrumentos habían cincelado, cortado y barnizado la práctica totalidad del mobiliario de la casa.
Pensó en la gente joven. Recién llegados a un mundo que ella misma no habría soñado al principio de su existencia, daban por hecho que la humanidad, toda la humanidad, se debía gobernar de modo lógico y solidario. No siempre fue así. La inexperiencia hacía que la gente fuera arrogante, egoísta, influenciable y torpe. Con razón creían que antes de mediados del siglo XXI los Homo sapiens eran solo un poco más evolucionados que cualquier otra especie animal. Bípedos, dotados de lenguaje y cierta capacidad intelectual, que vivían sobre sus propios excrementos —entonces todos pensaban que solo con perder de vista sus desperdicios estos ya desaparecían— y solucionaban sus problemas por la fuerza. En realidad eran peores que otras bestias, pues con frecuencia empleaban el cerebro para hacer mucho más daño que ningún otro habitante del planeta.
Su padre contribuyó al cambio. Por primera vez en la historia, un paradigma radicalmente opuesto a todo lo anterior triunfó sin necesidad de guerras ni otro tipo de conflictos. Las religiones dañinas, los nacionalismos enfermizos, el odio al vecino, la codicia desmedida... todos los cánceres de las sociedades primitivas que acababan en enfrentamientos sangrientos y miseria, simplemente se diluyeron como el azúcar.
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