Juanfran de la Cruz - El Afilador Vol. 2

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Segundo número de este libro recopilatorio de narraciones ciclistas que pretende ofrecer textos de calidad redactados cada año por periodistas, escritores/as, deportistas que si tienen algo en común, es su pasión por el ciclismo y las letras. Llega el vol. 2 de la colección 
El Afilador, tras el primer número publicado en 2016. A algunas firmas ya presentes en el vol. 1, se suman nuevos nombres: el redactor de ciclismo del diario
El País Carlos Arribas debuta en
El Afilador con un delicioso texto sobre Txomin Perurena, el esprínter vasco que llegó a ganar la montaña del Tour. El jefe de la sección de deportes del
Diario de Navarra Luis Guinea, por su parte, siguió muy de cerca el proceso de recuperación del ciclista italiano del Movistar Adriano Malori y escribe de ello en su texto. El abogado Ángel Olmedo, habitual colaborador de algunos portales de ciclismo, se centra en la figura de José Luis Viejo, el hombre que mantiene un récord pintoresco, el de haber obtenido una victoria en el Tour, tras fuga en solitario, con mayor margen sobre el 2º clasificado. Entre los que repiten, Jorge Quintana, nos acerca a un país que emerge en el ciclismo profesional, Israel. Con un equipo inscrito este año 2017 en la categoría profesional por 1ª vez, y el comienzo del Giro 2018 en Jerusalén. Fran Reyes vuelve a escribir en 1ª persona, aunque en esta ocasión ficcionando la realidad y metiéndose en la piel de un ciclista que narra los pasos dados para empezar a doparse. El exciclista Pedro Horrillo vuelve con un texto sobre su gran amigo Óscar Freire y reflexiona sobre su carrera en uno de esos momentos que siguen compartiendo tras sus retiradas. Por último, Juanfran de la Cruz vuelve a investigar sobre la historia de La Vuelta, centrándose en la edición 1979 que significó la entrada de Unipublic y el comienzo de la era moderna de esta prueba.

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La primera, y a la postre más propicia, oportunidad llegaba el día 6 de julio, en el tránsito de 224 kilómetros que unía Montgenèvre (la estación de esquí en la región de la Provenza) y Manosque (la comuna ubicada en el departamento de los Alpes de la Alta Provenza), en la undécima de las etapas de la ronda gala.

Aunque tendremos ocasión de detenernos sobre este particular, la acometida del trayecto no constituyó una de esas conocidas como huelgas encubiertas en el pelotón. Del mismo modo, tampoco puede hablarse de que fuera un día en el que no existiera lucha por fraguar la escapada buena. El propio José Luis Viejo, en las entrevistas mantenidas con Richard Moore, señala que, durante gran parte de su aventura, el pelotón[1] se hallaba solo a un minuto o un minuto y medio de diferencia[2].

De hecho, en el comienzo, muchos fueron los corredores que intentaron abrir hueco con el pelotón. El primero de ellos fue el francés del equipo Peugeot, Jean-Pierre Danguillaume, pero su intentona quedó en agua de borrajas ante el empuje de los de atrás. Más adelante, y cuando la carrera apenas llevaba cuatro kilómetros, se conformó un tercero con el español de Super Ser José Casas, Arbes y Borreau. Sin embargo, su pretensión cayó pronto en el fracaso, aunque tanto Casas como Arbes lo volvieron a probar unos cuantos kilómetros más tarde, en esta ocasión con un grupo de buenos ciclistas en los que destacaba nuestro compatriota Miguel Mari Lasa (que defendía los colores del equipo italiano Scic-Colnago y que ya había vencido en la localidad belga de Verviers).

A ese grupo le siguió otro, en el que ya se encontraba Viejo, además de Perurena, Paolini, De Meyer y Delepine. No obstante, la proximidad de la meta volante de Embrun, dio al traste con la escapada, gracias al empuje de un pelotón en el que Maertens vencía al francés del Gitane-Campagnolo Robert Mintkiewicz.

Antes del movimiento definitivo, el bravo Casas lo probaría por tercera ocasión, pero su demarraje no contó con el beneplácito de un pelotón del que se destacaba, mínimamente, el campeón francés del equipo Peugeot Guy Sibille.

Con esta situación de carrera, y coincidiendo con el paso por el avituallamiento de Savine-le-Lac, Viejo lanzaría un ataque que vendría a ser el definitivo. El alcarreño se marchó por delante y el pelotón, quizá pensando en el agotamiento de las dos etapas alpinas previas y en la jornada de descanso del día siguiente, permitió rodar a nuestro hombre. La meta se hallaba a 160 kilómetros por lo que la empresa se alzaba como heroica. No obstante, el ciclismo tiende a empequeñecer la validez de los grandes epítetos y, esa tarde, José Luis Viejo se encargó de demostrarlo.

Es cierto que la fuga del hombre de Super Ser no preocupaba a los hombres de la general (Viejo transitaba en la posición septuagésimo séptima a cincuenta minutos del líder) pero el empeño en fraguar una distancia que le habilitase a creer en sus opciones se demuestra si se atiende al hecho de que, en tan solo diez kilómetros de escapada, su diferencia con el gran grupo se situaba en más de cuatro minutos. Esa renta se dobló al llegar a la primera dificultad montañosa del día, el ascenso al puerto de tercera categoría de Saint-Jean (de 1.324 metros de altitud) y ello a pesar de que, por detrás, Ocaña, junto a Sibille y el italiano del Scic-Colnago Conati habían acelerado, no pudiendo lograr una ventaja sólida con el pelotón. Al coronar la cima, el gran grupo pasaba con más de doce minutos de retraso respecto del escapado.

Desde ahí, la fisonomía de la competición varió notablemente. Viejo perseveraba en su denodado esfuerzo mientras que, por detrás, el ritmo decaía hasta límites insospechados. De hecho, en el kilómetro 137, la grieta se disparaba hasta los veintiún minutos y medio. Aún quedaban algo más de cien kilómetros para la meta, pero todo invitaba a pensar que la epopeya del ciclista del Super Ser atesoraba muchísimas papeletas para solidificarse.

En la siguiente referencia, coincidiendo con el segundo punto de avituallamiento de la etapa, kilómetro 151 a la altura de Digne, Viejo, en cuya solitaria andadura se vio obligado a enfrentarse a la siempre incómoda lluvia, lucraba más de 27 minutos. Todo apuntaba a que la titularidad de la victoria se hallaba vista para sentencia pero Viejo tuvo que cambiar de rueda por un inoportuno pinchazo y el ritmo que marcaban los hombres del Gan-Mercier-Hutchinson, en beneficio de Poulidor y Zoetemelk, sirvió para reducir el hueco hasta los veinticinco minutos.

La siguiente complicación que avistaría Viejo en su huida era el ascenso a un nuevo puerto de tercera categoría, la Côte du Poteau-de-Telle (600 metros sobre el nivel del mar) cuya cima se hallaba a poco menos de cuarenta y cuatro kilómetros del final. Por si quedaba alguna duda, tras superar la escalada, el alcarreño mantenía un hueco de casi veinticuatro minutos con sus perseguidores. Solo un infortunado accidente podía impedir el triunfo.

Por el camino, y tras un primer paso por Manosque cuando restaban todavía seis kilómetros de etapa, nuestro hombre aún tendría que vérselas con otro puerto de tercera categoría, le Mont d´Or (a 880 metros sobre el nivel del mar), que se alzaba a tan solo cuatro kilómetros de la meta. Mientras, por detrás, el holandés del Ti-Raleigh, Karstens se había adelantado del gran grupo.

Viejo llegó a la meta de Manosque y levantó, con parsimonia, los brazos, consciente de la gesta que, gracias a su constancia y sacrificio, había cimentado. Conviene reseñar la media empleada para cubrir los 224 kilómetros, que ascendió a 39,233 kilómetros por hora, lo que demuestra que la escapada no fue ningún paseo para el de Yunquera de Henares.

Sus primeras palabras fueron dirigidas a la afición española a la que dedicaba la victoria, resaltando que su aventura era una actuación premeditada y que había conseguido aprovechar su frescura, toda vez que no se encontraba fatigado tras las etapas de los Alpes[3], en las que no había tenido especial protagonismo.

La lucha por detrás continuaba y, en la última cota, los favoritos pelearon por obtener algún rédito. Lo probaron Zoetemelk, Pollentier y Poulidor pero no lograron ningún botín frente al líder Van Impe. El holandés Karsten llegaría en segunda posición, a 22 minutos y 50 segundos. Por su parte, el gran grupo pararía el cronómetro a 23 minutos y 7 segundos.

La minutada permitió a Viejo subir hasta la posición cuadragésimo tercera pero, como resultaba más que obvio su lucha no se encaminaba por tales derroteros y sus esperanzas e ilusiones ya se habían visto más que colmadas con su éxito en Manosque (si bien, en esa misma edición, acabaría octavo en las etapas de Pyrenees 2000 y la de París). Poco intuía él, además, que su machada supondría un récord que, hasta hoy, no ha encontrado ningún tipo de valiente capaz de resquebrajarlo.

Es cierto que, en fugas en grupo, la diferencia con el pelotón ha sido superior a la obtenida por Viejo. En concreto, en 2001, el holandés Erik Dekker se impuso en la jornada que unía Colmar con Pontarlier (para un total de 220 kilómetros), si bien gracias a una fuga inicial de catorce hombres. El hombre de Rabobank fue más rápido en el sprint que Aitor González y que Servais Knaven y tuvo que esperar 35 minutos y 54 segundos hasta que el grupo de los favoritos culminara la etapa.

Importante hito, sin duda, pero nada equiparable a la valentía y heroicidad de la empresa acometida por un hombre al que, años antes, sus padres no encontraban remedio a sus terribles dolores inguinales.

3. El final de la carrera y la vida unida al ciclismo de Viejo

Aquel Tour de 1976 concluyó sin mayores alegrías para nuestra afición. Las victorias de etapa de Lasa y Viejo, dos hombres en el top-ten (Galdós sexto y López Carril décimo, pero muy lejos de la batalla real por el triunfo), el triunfo del KAS por equipos y un esperanzador primer puesto de Enrique Martínez Heredia en la clasificación de los jóvenes se aventuraban como magra recompensa para la expectación generada en nuestro territorio.

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