Tiro de memoria a riesgo de equivocarme, pero juraría que Óscar Freire no ha ganado nunca una contrarreloj en su vida. En categorías inferiores podría ser, eso sí, pero a lo que voy es a que no era un contrarrelojista, alguien acostumbrado a la presión del paso inexorable de los segundos. A Óscar le gustaba correr sin estrés, dejando pasar los kilómetros y el tiempo con calma y con la mayor comodidad posible -siempre y cuando fuese posible, que muchas veces no lo era-, y dejando que la propia carrera le fuese metiendo en tensión para mantener viva la carga de adrenalina necesaria para los últimos kilómetros. Por eso, no le gustaba disputar el maillot verde en el Tour. Por eso, el día que lo consiguió, logrando un nuevo hito para el ciclismo español, dijo algo así como: «esto está muy bien, pero a mí no me verán volver a intentarlo».
Pues bien; ahora que se ha retirado, ahora que disfruta de la dulce vida ociosa de joven jubilado con miles de proyectos en la cabeza en los que aprovechar su tiempo libre, no se le ocurre otra cosa que ponerse de nuevo un dorsal y lanzarse a la competición. Una competición contra el crono en la que es muy importante además de la regularidad, ser extremadamente exacto con la medición del tiempo. Aunque ahora el dorsal no lo lleva él, sino el coche. Y además no hay un trabajo previo de un equipo que toque rematar. Como tampoco toca buscarse la vida por su cuenta, como otras veces le ocurría. No, ahora somos un dúo, un trío si sumamos al gran protagonista, nuestro vehículo, en el que ambos circulamos en calidad de piloto y copiloto: «navegante» este último y «sujetavolantes» el otro, como dice la gente del mundillo en argot.
Se trata de un rallye de regularidad con vehículos históricos, prueba reservada a coches que hayan pasado la barrera de los 25 años de antigüedad; el nuestro los sobrepasa con creces. En concreto, éste es el tercero que realizamos juntos, así que ya vamos contando con cierta experiencia y grado de coordinación. Pero en nuestro caso parece que esta experiencia no es garantía de resultados, pues estos son un poco desiguales y no van en concordancia con nuestra veteranía; no obstante, el objetivo es divertirnos, y en eso sí que es cierto que vamos mejorando en cada una de las carreras...
Nuestro vehículo es un Volkswagen Beetle 1300 del año 1974. Un coche que me pertenece y he mimado desde el año 98 en el que lo adquirí, y que en cierta medida también ha sido testigo de la evolución de aquel chaval que lo condujo una tarde de enero del 98 por las carreteras del interior de la provincia de Alicante. Y no hablo de mí, sino de Óscar Freire, el mismo que con los años se convertiría en triple campeón mundial.
En la temporada 98 Óscar y yo dimos el paso al profesionalismo en el equipo español Vitalicio Seguros. En enero de aquel año, nos tocó participar en la primera concentración del equipo, que se celebró en Jávea (Alicante). Y fue en una de aquellas primeras salidas de entrenamiento en grupo -y también de choque frontal con el universo profesional-, cuando atravesando un pueblo cercano a la costa del Mediterráneo vimos aparcado un escarabajo -así se le conoce al beetle en España- de color granate (rojo vino) con un tentador cartel pegado en la luna trasera: ¡Ocasión! El flechazo conmigo fue instantáneo, pero debido a la dinámica de trabajo de aquellos días, poco podía hacer más que mirar con deseo al coche cada vez que pasábamos por allí camino al largo puerto de montaña que comenzaba en aquella misma localidad.
Sin embargo, la oportunidad de explorar algo más se presentó unos días después aprovechando uno de los días de descanso: «salid a rodar un par de horas y así hacéis descanso activo» nos dijo nuestro entrenador de entonces. E inmediatamente nuestra cabeza comenzó a pensar en el escarabajo. Cogimos la bici y pedaleamos en su búsqueda; y tras inspeccionarlo de arriba abajo en el lugar en el que estaba aparcado, llamamos al teléfono de contacto y concertamos una cita con su dueño para ir a probarlo esa misma tarde.
Una vez a los mandos del bólido, a mí no me hacían falta argumentos para convencerme de la compra: el precio me parecía justo, y el coche era una base sólida para prepararlo a mi propio gusto. ¡Era precisamente lo que andaba buscando! Óscar lo condujo puerto arriba, y al llegar a la cima paramos a disfrutar del paisaje y le pregunté ansioso: «¿qué te parece?». «Es viejo, incómodo, lento y está hecho un cristo... pero no lo dudes, cómpralo» me contestó. Este último consejo me dio el empujón definitivo, y terminé por hacerle caso, lo compré. Y cómo me las arreglé después para llevarlo a mi domicilio 1.000 kms más al norte es una historia muy larga que ahora no viene a cuento -como anécdota, tuve que tomar prestados de un campo unos 60 kgs de naranjas para meterlos en el compartimento de carga y mejorar así la estabilidad del tren delantero; el coche lo agradeció, y tuve zumo natural asegurado durante unos cuantos días-, pero aquel viejo Volkswagen sigue vivo disfrutando ahora mismo de una segunda juventud a sus más de 40 años. Fabricado en Brasil, matriculado por primera vez en Portugal y rematriculado años más tarde en España. Y ahora rodando a pulmón suelto en plena forma por las carreteras del País Vasco con su nueva tapicería de piel de cebra.
Los rallyes de regularidad históricos son pruebas deportivas que consisten en un recorrido marcado con rutómetro en el que hay que realizar tramos a unas medias determinadas. Estas medias son siempre inferiores a los 50 km/h -49,9 en muchas ocasiones-, y se celebran a carretera abierta, por lo que hay que respetar todas las normas de circulación. Se estructuran en tramos cronometrados intercalados de tramos de enlace; y los controles de paso en las cronometradas son electrónicos y aleatorios, es decir, que en un tramo de 40 kms puede haber 2 o 5 controles, eso nunca lo sabes. Están ocultos detrás de cualquier señal, por lo que nunca los descubrirás, pero tomarán tu tiempo exacto cuando pases por allí gracias a un microchip que llevamos adosado en la ventanilla. Eso, unido a los cambios de media constantes marcados en el libro de ruta, hace que la dificultad sea muy alta, a pesar de que teóricamente no parece tan complicado.
En el rallye Valle de Piélagos 2014 la distancia a recorrer era de un total de 181 kms, divididos en 9 tramos cronometrados que sumaban 132 kms -el más largo de 28 kms y el más corto de apenas 4,6-; el resto de kilómetros serían de enlace. Todo el recorrido por las pequeñas carreteras cántabras, cercanas todas ellas a su localidad natal de Torrelavega. Tomamos la salida un minuto después del vehículo precedente en el punto marcado como salida en el libro de ruta tomando como referencia la hora oficial del rallye. No hay ningún juez que te dé la salida, ni nadie te indica el lugar concreto ni el momento exacto de la salida más allá de la viñeta del libro de ruta y tu horario preestablecido. Penaliza tanto el retraso como el adelanto, y las penalizaciones se miden en décimas de segundo, por lo que tener el reloj correctamente sincronizado es vital.
En el aspecto tecnológico, contamos con un cuentakilómetros Cateye heredado de una de nuestras antiguas bicis y montado en el coche con artesanía -el imán, por ejemplo, lo tenemos soldado al final de una de las tuercas con las que se sujeta la rueda-, con doble terminal para que tanto piloto como copiloto puedan ir analizando la información. Contamos además con un viejo iPhone 1 pegado con cinta americana al tablero, en el que tenemos instalada una App que hace la función de pirámide, es decir, que en función de la velocidad media que hayamos introducido, nos va chivando los metros ideales que deberíamos llevar recorridos. Como antes de la prueba hemos calibrado nuestro Cateye en el tramo de calibración, teóricamente los metros nos deben cuadrar con los indicados en el libro de ruta. Pero lo que nos sucede es que como vamos un poco justos de potencia y acortamos en exceso en las curvas por deformación profesional, la verdad es que siempre nos salen unos centenares de metros de menos. Así que no es raro vernos dar unas cuantas vueltas en cualquier rotonda tratando de recuperar esos metros perdidos (trucos de perros viejos que ya tenemos bien aprendidos).
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