Esta prueba en concreto se celebra en un solo día, lo que en el caso de Óscar es una ventaja, pues era especialista en este tipo de formatos, como el Mundial, la Milán-San Remo o la Flecha Brabanzona. Pero aquí te puedes perder, más bien tienes que ser consciente de que lo vas a hacer y estar preparado para la improvisación. Y tanto lo de perderse como lo de improvisar es algo habitual tratándose de Óscar, pues su fama de despistado es algo más que merecida. Además, para añadir dificultad a la tarea, hay tramos en los que la información del libro de ruta es escasa de manera premeditada; o incluso hay tramos «a tablas», lo que significa que las medias son desconocidas y tan solo tienes el tiempo de paso por cada 100 metros. Es decir, que te dan una tabla en la que pone por ejemplo que en el km 8,3 tienes que llevar un tiempo de 10:27, o en el 19,3 de 24:53:04. A partir de estos datos, suerte y búscate la vida...
Como yo tenía experiencia en estos temas, y Óscar debutó después de que yo le incitase a ello, opté por dejarle a los mandos del bólido, encargándome yo del trabajo sucio que es el de copilotaje. En cuanto a lo del trabajo en la sombra no me sen-tía extraño, puesto que es lo que en muchas ocasiones me ha tocado realizar para él en mi carrera deportiva, pero en cuanto a lo de dejarle mi coche y confiar en sus manos para la aventura, eso ya se me hizo más complicado. De ciclista confiaba mucho en sus piernas, eran toda una garantía y eso bien que lo sabían sus rivales, pero sus manos y su gusto por la velocidad me hacían temer lo peor en un vehículo que ni acelera, ni frena, ni ilumina -y no tiene la misma adherencia en curvas- como un vehículo moderno. Pero tras tres rallyes realizados con él, puedo ahora afirmar que mis miedos eran totalmente infundados. El Freire piloto tiene tanto talento como el Freire ciclista, dadle un volante y enseguida sabréis de lo que hablo.
No obstante, algún que otro apuro sí que nos ha tocado vivir. En un rallye se puso a diluviar y vimos como el coche flotaba en curva con demasiada facilidad. Mientras esperábamos a la salida de uno de los tramos, bajamos la presión de las ruedas y Óscar se fijó en la numeración de las ruedas. «¿Desde cuándo no cambias las cubiertas?» me preguntó. «Nunca lo he hecho, son las originales y aún tienen marcado el dibujo» le dije. «Te creo» me dijo, «porque según la numeración están fabricadas la semana 17 del año 97, y ya ha pasado algo de tiempo desde entonces». En el siguiente rallye nos presentamos con neumáticos nuevos y esta preocupación se olvidó, aunque aparecieron otras nuevas. En una zona bacheada, de repente, el coche comenzó a sonar con estruendo. Paramos al terminar el tramo y vimos con sorpresa cómo nos faltaba un trozo del tubo de escape. «Déjalo así, que suena más deportivo» me dijo; y la verdad es que no le faltaba razón, pero tras el rallye le tocó al coche pasar por el mecánico para quitarle de encima ese toque tan deportivo pero tan fuera de la ley.
A Óscar siempre le ha apasionado el mundo del motor, pero hasta que no fue Campeón del Mundo y comenzó a tener un sueldo correspondiente a ese status, nunca se pudo permitir un capricho moto-rizado. Un tío suyo le regaló un modesto Opel Corsa en su época de junior, y fue tal el cariño que le cogió a aquel coche que solo empezó a pensar en cambiarlo cuando se dio cuenta de que con el sueldo de un solo mes se podía comprar tres o cuatro coches como aquel. Aquello ocurrió en la temporada 2000, cuando fichó por el Mapei, y en una de las primeras reuniones de equipo se sorprendió al encontrarse un Ferrari aparcado en la misma puerta del hotel. Se puso a mirarlo con admiración, y entonces apareció su dueño, un tal Michele Bartoli, sorprendido de ver a su nuevo compañero de equipo, el flamante Campeón del Mundo, observando con admiración su impoluto vehículo. «¿Qué pasa Óscar, te gusta el Ferrari?» le dijo, «más tarde te dejo las llaves y nos vamos a dar una vuelta... ¿Por cierto, tú que coche tienes?», le preguntó el italiano esperando encontrar una respuesta concordante con su nuevo estatus de figura mundial. «Yo tengo un Opel Corsa» le contestó Óscar con orgullo, «tiene sus años pero lo tengo bien cuidado». «Ah sí, un utilitario para andar a diario, pero como coche de capricho para ir a los eventos, homenajes y esas cosas, ¿qué es lo que tienes?» replicó con sorpresa Michele. «Pues eso, un Opel Corsa para todo, que además es más práctico que éste porque ya me dirás donde metes ahí la bici» fue la respuesta lacónica de Óscar. «No se me olvidará la cara que puso Bartoli en aquel momento», cuenta ahora Óscar recordando aquella divertida situación.
Un año después, tras darle muchas -demasiadas- vueltas a la cabeza, adquirió al fin un flamante BMW M3, su sueño de juventud, pero sin olvidarse nunca de su querido Opel Corsa; no en vano, aún es de su propiedad y de vez en cuando se le puede ver rodando con él.
Cuando comencé a ganar dinero mi primera prioridad fue comprar un buen piso para mi familia. Aún vivía con ellos y en realidad compré un piso nuevo que yo también iba a disfrutar, pero lo que quería era devolver a mi familia todo lo que habían hecho por mí simplemente mejorando su calidad de vida. En el mismo barrio de Torrelavega (Cantabria) donde siempre había vivido, a unos pocos metros de la casa anterior; pero un piso nuevo, mucho más amplio y con ascensor en el portal.
El capricho del coche podía esperar a tiempos mejores; «y es que además, yo con el Corsa estaba encantado» dice ahora Óscar cuando se le recuerda el tema.
Volvamos ahora al rallye, que me alejo divagando con otras cosas. Unos minutos después de cada tramo, cuando se cumple el momento teórico en el que el último participante debería pasar por el último control, los cronometradores nos envían un SMS al teléfono móvil en el que nos informan de la penalización que hemos realizado en ese tramo en concreto, y de la clasificación que ocupamos en ese momento en la general. Tras dos largos tramos, llegamos al reagrupamiento general y comprobamos que estamos en la posición 26, con 47 puntos de penalización acumulados en 16 controles. Entonces nos damos cuenta de que en esta carrera el nivel de los participantes es muy alto -a pesar de que los vehículos no tienen excesivo glamour-, pues en nuestro primer rallye finalizamos en séptima posición y lo hicimos de un modo parecido. La sensación es que lo estamos haciendo bien, pero el resultado nos indica que otros lo están haciendo bastante mejor. Todo un flashback, porque esto nos ha ocurrido muchas veces en nuestra carrera deportiva.
Y esto parece que nos descoloca un poco porque nada más comenzar el tercer tramo comienza nuestra debacle del día. En un cruce, interpretamos una viñeta del libro de ruta a nuestra manera, dudando y discutiendo para repartirnos culpas en caso de error, y nos dejamos llevar por la intuición. Unos kilómetros después nos damos cuenta de que la hemos liado porque la información posterior no coincide con lo que nos vamos encontrado. «¡Creo que la hemos liado en la viñeta anterior!» le digo. «Yo he tirado para adelante como tú me has dicho, y me da que teníamos que haber girado a la derecha al pasar el pueblo anterior» se defiende. Pensándolo ahora, me acuerdo de dos de las victorias de Óscar menos conocidas, pero en las que se sacó de la manga su personal toque de genialidad, cogiendo en ambas un camino alternativo. Por no hablar de su primer mundial en Verona 99 en el que sorprendió al resto del grupo de favoritos lanzando el sprint desde muy lejos por la derecha cuando todos miraban a la izquierda, su mayor golpe de genio sin duda ninguna. Un movimiento que todo el que lo vio nunca olvidará, y sino que se lo pregunten a los que circulaban en aquel grupo de elegidos, que aún se están preguntando cómo lo hizo el español.
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