Cierto día te dije: desde hoy la vida sólo será para ti, un medio de llegar al conocimiento. Si amas, será para saber más... Si ríes, para saber más... Si lloras, para saber más... Si sangras, para saber más y más... ¿No recuerdas? Entonces ¿qué son tus lloriqueos? Además ¿no te he enseñado que el mundo sólo es bello para quien lo mira de lejos...?
* * *
Cuando después de mucho tiempo, me sorprendí conversando con mi propio corazón, no pude menos de envidiar la sonrisa de Voltaire, y continuar la arenga diciendo: ¡vamos! Recuerda las palabras de Dostoievski: “Hay gran placer en herirse uno a sí mismo”. Coge ahora tu bordón y vamos a trepar a aquella alta montaña, para contemplar desde allí el pueblo, recordar tu pasado y analizar tus lloriqueos...
Es menester endurecerte más y más, pobre corazón loco...
CLORI
He comprendido, amigo José, que la verdadera filosofía se fundamente en un desdeñoso levantamiento de hombros: que la afirmación y la negación son indignas del sabio, cosas del pueblo... y que el entusiasmo, todo lo que sea salirse de una absoluta risa indiferente, es irracional, algo que muestra el predominio del límite, de la vida, sobre la razón, que es la facultad que nos conduce al levantamiento de hombros, a la absoluta ausencia de conceptos...
Se llenó mi soledad de gentes ansiosas de aire libre. Primero vino Clori, y luego, un poeta verleniano, un pintor, un tenorio, un músico, un nietzschano, un pesimista... Y todos ellos, menos Clori, eran gentes de nuestro tiempo: almas huecas, almas sin voluntad, donde las brisas susurran... Y las brisas susurrantes son tres o cuatro espíritus fuertes, como Tolstoi, Schopenhauer, Nietzsche. Aquellos pobres seres eran discípulos...
Pero Clori no era así: Clori proclamaba enérgicamente que la verdadera sabiduría consiste en tener dientes muy blancos. ¡Y triunfó! La fe que tenía y mostraba en su opinión la hizo triunfar. Ella dijo al pesimista que dejara esas tonterías, ese decir a cada instante que la vida es mala, ese hablar de cosas tristes; que eso estaría muy bien en Alemania, pero no en aquella loma tan llena de sol y de luna.
Y dijo al tenorio que el papel más triste de los tiempos actuales está representado por D. Juan. Y dijo... Y todo eso lo dijo entre risas, mostrando su blanca dentadura... Cuatro semanas después, el tenorio había abandonado la sonrisita, el poeta se había recortado las melenas, y el pesimista iba en pos de Clori, riendo alegremente...
Cinco semanas después, los discípulos de Nietzsche, de Verlaine, de Tolstoi, y de Shopenhauer, se habían hecho discípulos de Clori, y proclamaban, como única verdad, el tener blanca dentadura...
Allí, entre los naranjos, rodeada de sus discípulos, riendo alegremente, Clori os enseña...
LA HOJA
La novia-nube . —Mira, cae del árbol una hoja como si fuera... Me he puesto triste...
El solitario. —Como si fuera... Comprendo tu decir. La hoja cae en nuestro propio corazón y nos hace recordar las tristezas de todo lo que se fue... Al caer la hoja, se quiebra la paz del lago de los recuerdos...
Recordamos cómo se volaron los amores, cómo se murieron las mariposas, cómo se fueron los quereres...
Te has puesto triste...
Y ESE LAGO
Pasa una mujer por el sendero...
Tú contemplas cómo se va alejando hasta que se pierde en la distancia...
Pasa una mujer por tu corazón... y se va alejando hasta que se pierde en un recodo de la vida...
Y a tu alma caen gotas de melancolía.
Se va la juventud con todos sus quereres...
Y a tu alma caen muchas gotas de melancolía.
Y así, a medida que va pasando la vida, se va formando en tu corazón un lago verdoso, melancólico...
* * *
Desde una cima contemplas un sendero solitario. Y esa visión te hace recordar otro sendero por donde se fue alejando una mujer; esa visión quiebra la paz del lago de melancolía que hay en tu alma...
Recordar es quebrarse la paz del lago melancólico...
Es bello lo que quiebra la paz del lago de melancolía que el irse de las cosas va formando en el corazón...
LOS RECUERDOS
I
Hoy vuelvo a ti, árbol amado de mi corazón. Bajo tu sombra vivieron muchos de mis sueños. La parte de mi alma, todos los recuerdos que están enredados en tu ramaje, o que vagan al amparo de tu sombra, son de una sutil melancolía... Ni un solo instante desagradable enturbia nuestra amistad. Contigo, prestándote yo mi alma, departía, rumiando mis contentos y disipando mis dolores... Experimento lo más sutil que pueda gustar el alma: en estos sitios vagan mis almas muertas, los sueños de otras épocas... Siento la melancolía de estar visitando mi propia tumba... El hombre se va muriendo poco a poco, a medida que se van muriendo sus amores. Y por eso los viejos son tan tristes.
Toda ilusión que se va, es un alma que muere en nosotros, y los sitios en donde pasó aquel amor, son su cementerio.
Alrededor de mi árbol, vagan, como mujeres pálidas, mis sueños... Ellos son el alma de mi árbol.
II
¡Vieja estancia de los abuelos! ¡Parece que tuvieras en ti la melancolía! Me dices: recuerdo cuando el abuelo Juan... Recuerdo tu sueño cuando cayó la hoja del árbol... Tu vista trae a mi espíritu el aroma de unos quereres muy lejanos, y hace que recuerde todos mis sueños...
¡Eres muy vieja...! En las telarañas de tus rincones parece que estuvieran enredadas las vidas de aquellos viejecitos... ¡Y ahora se va enredando mi propia vida...!
¡Me espantas deliciosamente, vieja vivienda del abuelo Juan! Has asistido al morirse de muchas de mis ilusiones, y por eso ahora me repites: recuerda... recuerda... ¡Es mi propio espíritu quien habla en ti, y ante quien siento terrores deliciosos! En ti, mi alma se contempla a sí misma...
Tic, tac.
¡Amigo Rum! Oye los decires de mis almas muertas que hablan en el antiguo reloj mohoso.
Tic, tac...
Una hoja cae del árbol...
Tic, tac...
Una mujer pasa por el sendero de tu corazón...
Tic, tac...
¡Oh, amigo Rum! ¡Mira cómo me muerde la melancolía! ¡Mira cómo es preciso morir para ir a buscar a Fina, allá, en el lago verdoso del eterno ensueño...!
III
Aquel niño tenía en los ojos la tranquilidad del lago de los recuerdos. Había nacido para recordar los hechos de sus abuelos...
El recuerdo es de los viejos. La mitad de la vida es para obrar, y la otra mitad se dedica a la añoranza.
Aquel niño que tenía los ojos apacibles, era el brote último de una raza grande, que dejó huella luminosa en sus caminos.
A medida que la humanidad envejece, los ojos de los hombres se van haciendo tranquilos y tristes...
La mirada de aquel niño ya no se dirigía intrépida en busca de nuevas sendas, ni sus pasos eran firmes y apresurados. No; sus ojos miraban melancólicamente la casa antigua de los antepasados, y sus pasos resonaban en los senderos cubiertos de musgo por donde vagan las añoranzas...
Y el último hombre será todo recuerdos; en él se encarnará todo el pasado... ¿Cómo obrar? Se lo impiden las cadenas que lo atan a muchos sepulcros... ¡El último hombre sólo amará los amores muertos...!
Sí; a medida que la humanidad envejece, se va tornando más y más interior: en ella se van encarnando las almas de todos los muertos.
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