Nosotros, el hombre que hace fortuna , porque es un manojo de segundos y de emociones, es flaco, alto, demacrado, huesudo, de maxilares angulosos, ojos brillantes y anhelantes. El hombre que hace fortuna es la misma figura del perro cazador. Porque el hombre que hizo fortuna es gordo y apoplético como nuestros antepasados, lleno de hidratos de carbono.
Y morimos de apoplejía, de cáncer en el hígado, de nefritis, de gota, a los cuarenta y cinco años. Y generalmente el hombre que hizo fortuna es sadista y se derrite por las niñas de trece a catorce años: son las dependientas de sus grandes almacenes.
¡Honor al hombre de acción, al joven cazador, honorable, duro, superhombre, de egoencia desarrollada, cruel! ¡Honor al hombre seductor que ha metodizado todo en orden al dinero! El hombre de acción es hermoso. ¡Loor a nuestro hombre recto, de mirada firme, pletórico de ansias!
Sí; porque el hombre de acción, a pesar de que se contiene por sistema, es un ansioso; a pesar de que va paso a paso, por sistema, es un desesperado; a pesar de que sostiene el valor de la tranquilidad, es un intranquilo.
La paciencia, la contención, todas las antiguas virtudes de nuestros gordos antepasados, se predican a la juventud, pero no ya como virtudes, sino como métodos. La moral es pragmatista. Se aceptan las virtudes de los viejos tratadistas, pero porque son útiles.
¿Cómo se edifican hoy los templos? En un barrio que se intenta urbanizar, se regalan diez mil varas para una iglesia. ¡Así viene la bendición de Dios! Las calles se regalan al Municipio. Nosotros, el hombre moderno, practicamos todas las antiguas virtudes, pero no buscamos agradar a Dios, sino comprarlo; lo tratamos como los agentes viajeros a los empleados públicos: dándole propinas.
Nosotros, el joven de acción , grabamos en nuestras oficinas los mandamientos recibidos por este nuevo Moisés, el filósofo pragmatista.
¿Por qué no roba el hombre de acción? Porque pierde el crédito. Por eso no roban los Bancos; por eso no roban los países. El crédito ha reemplazado al Diablo en su papel moralizador. El joven pragmatista tiembla y palidece ante la perspectiva de perder el crédito, como temblaba y palidecía la monja hermosa después de abrazar a su amante por sobre los muros del convento, ante la perspectiva del rabo prensil del Diablo. El CRÉDITo. Es una creación nuestra, más imponente que Júpiter. ¡Cuántos tratados se han escrito acerca de este dios!
El mejor ejemplar del hombre que hace fortuna que hemos encontrado en Colombia, un indio rubio, el Dr. Y., nos decía que su maestro en universidad belga les daba este imperativo categórico: “No dejéis constancia escrita sino en último caso, para que no perdáis el crédito”. Sí; el hombre cazador teme a la prueba preconstituida; teme a la prueba material. ¡Qué antiestético es todo lo petrificado! El indicio es una prueba elegante; con él se puede probar lo que se quiera, o sea: nada se puede probar; es indeterminado como todo lo espiritual. No dejar rastro es el ideal en la acción. Por eso el robo es vulgar, y el hurto, que consiste en tomar lo ajeno sin que quede huella, progresa a medida que aumenta el auge del hombre-fiera. El hurto consiste en ejecutar un ACTO con la limpieza, suavidad e invisibilidad del viento. El adjetivo empleado para los negocios y los hurtos es este: LIMPIO. El hurto y el negocio son hermanos gemelos. Las cualidades de hurtador y negociante son las mismas; los procedimientos, idénticos. La diferencia está en que el hurtador se lleva todo el objeto, y el negociante devuelve parte de su valor en lo que se llama precio.
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