Rechazan -ni los mencionan- los enfoques psicoanalíticos, que indagan las razones de la existencia de la pornografía, su sentido, la relación entre el deseo y la fantasía, y los enfoques sociológicos, que se preguntan dónde estriba la razón de que sean mayoritariamente los varones, y no las mujeres, los que la consumen, y a qué motivos se debe que la pornografía al uso sea como es y obedezca a unas pautas determinadas y no a otras.
El olvido de la pornografía, la actualidad de la prostitución
Mientras que en los Estados Unidos se produjo ese gran debate sobre el papel de la libertad sexual para las nuevas mujeres del feminismo, transformado por el debate oficial en términos de obscenidad y alcance de la libertad de expresión en el seno de una sociedad enfrascada en una reacción conservadora -recordemos el ensayo Reacción de Susan Faludi-, en otros países, incluido España, tuvo lugar un conato de discusión en el seno del feminismo sobre el significado de estas representaciones y la política a proponer al respecto. Mas solo fueron balbuceos que no llegaron a ningún puerto: el hambre de libertad, y de libertad sexual, que permeó la sociedad española durante la larga noche del franquismo y el disfrute de “las libertades” tan duramente conquistadas tras el conocimiento en carne propia de lo que significaba su ausencia, impidió la consolidación de propuestas restrictivas.
Lo que emergió con fuerza en su lugar fue el debate sobre la prostitución al hilo de la transición a un mundo globalizado en el que la feminización de la migración para todo tipo de trabajos incluyó el trabajo sexual. El fantasma del miedo al extranjero fue encarnado fácilmente por esa inmigrante que se colaba en nuestro mundo de forma ilegal para vender su cuerpo, transgrediendo todos los códigos de buena conducta femenina. Ilegal por definición, a cuyo calor crece el tráfico de mujeres y la trata de seres humanos, las inmigrantes del trabajo sexual son reducidas a víctimas sin agencia para así convertirlas en no sujetos, susceptibles de cualquier política abusiva “por su propio bien”.
Hay un claro nexo de unión, un continuo entre las (actividades que realizan las) mujeres que trabajan en la pornografía y las que lo hacen en la prostitución: las dos se hallan involucradas en actos sexuales a cambio de dinero. Son, por tanto, profesionales del sexo, y forman parte de un entramado mucho más grande que el intercambio de servicios sexuales por dinero que se ha dado en llamar la industria del sexo. De este nexo son además muy conscientes quienes abogan por la abolición/erradicación tanto de la pornografía como de la prostitución.
Ambos trabajos se ven como particularmente victimizadores para quienes los realizan, realzándose el elemento coactivo, directo o indirecto (sobre todo económico), por encima de cualquier otra consideración, incluida la voluntad de las protagonistas: el motto en contra de la pornografía -”la pornografía es violencia contra las mujeres”- se aplica asimismo a la prostitución. Se sostiene con contundencia que nadie en su sano juicio se acerca voluntariamente a estas actividades -nunca “trabajo”- por su degradación inherente, si no es por medio de la coacción. Es decir, es la propia naturaleza de estos trabajos, no el estigma que los impregna, ni la situación de irregularidad o de ilegalidad que los convierte en clandestinos y peligrosos, ni su falta de reconocimiento y por tanto de derechos para quienes los ejercen, lo que prima ante todo otro razonamiento, incluido el de las propias implicadas.
“En el sistema masculino, las mujeres son el sexo, el sexo es la puta. Comprarla a ella significa comprar la pornografía. Desearla a ella significa desear la pornografía. Ser ella significa ser pornografía.”, afirmaba en los ochenta Andrea Dworkin, una prominente líder feminista antipornografía estadounidense. En este esquema, “la metafísica de la dominación sexual masculina es que las mujeres son putas”. Es una visión del patriarcado como totalidad absoluta, en el que los hombres son los que dominan, conformando el sujeto colectivo de la “dominación sexual masculina”; en ese universo tampoco hay lugar para la profesional del sexo de carne y hueso, sino para la zorra que reside en la imaginación masculina. El sujeto, la agencia, el cambio, la lucha política desaparecen. Solo hay victimarios y víctimas. La única salida posible es la abolición de estas actividades, su prohibición, su desaparición. Pero como eso no sucede en un mundo regido por la doble moral sexual y los intereses económicos, la situación es ampliamente aprovechada por aquellos que hacen del sexo su negocio, explotando y violentando a quienes carecen de derechos. El efecto, al final es la profecía que se autocumple: solo hay victimarios y víctimas, y explotación y ausencia de derechos para estas últimas.
A modo de cierre
Siempre me ha llamado la atención el título del cuadro de Magritte en el que pintó una hermosa pipa de fumar: “Esto no es una pipa”. En efecto, es una “representación” de una pipa, no una pipa real. La pornografía no “es” violencia contra las mujeres, ni ningún otro tipo de violencia, sino a veces, y entre otros muchos contenidos que engloba, “representa” esa y otros tipos de violencia así como muchos otros contenidos. Tiene más bien que ver con el papel de las fantasías en la sexualidad, y el rol de la pornografía en representarlas y vender, por tanto, estímulos del deseo sexual. Pero demanda y oferta no nacen en un vacío, sino en un contexto social machista. Al estar la pornografía al uso hecha por y para varones, estas fantasías cuentan con un espacio en sus imágenes. Al no haber un equivalente femenino por idiosincrasias de género, las fantasías femeninas no acostumbran a contar con imágenes similarmente significativas.
Interesante parece la postura que apela al rechazo del sexismo de la pornografía sin por eso tener que negar el terreno de la fantasía sexual, que constituye uno de los meollos de la pornografía, como si toda esa área no concerniera a las mujeres. Por otra parte, no se olvide que las personas resignificamos, cuando podemos y nos interesa, lo que vemos: las mujeres pueden sacar provecho de algunas de las representaciones de la pornografía, aunque no se hayan hecho pensando en las mujeres, si apelan a alguna de sus fantasías, cada quien con la suya. El cine mainstream funciona en buena parte de esta manera. Más que censura para controlar estas imágenes, deberíamos apelar a la educación sexual universal, por un lado, y a construir mejores productos, más cultura y más diversa sobre la sexualidad; y más igualdad para que las mujeres también puedan ser creadoras y productoras de cultura sexual no sexista y excitante para las mujeres.
La intención de este artículo, pues, sería la de precaver sobre las dificultades que encierra la aparentemente fácil tarea de distinguir entre conceptos tan comúnmente utilizados como los de pornografía y erotismo. El feminismo tendría que poder establecer unos criterios favorables a la causa de las mujeres, pero también a los de la libertad de expresión y a la libertad sexual de las mujeres, con los que orientarse por el resbaladizo terreno de las sexualidades no normativizadas. Caer en posturas primordialmente restrictivas solo haría felices a las fuerzas contrarias a las libertades, en relación a las que las mujeres siempre se hallan en desventaja. Como se ha dicho en repetidas ocasiones, con esto de la censura se sabe donde se comienza, pero no donde se acaba. Cuanta más información poseamos al respecto, más rico y fructífero será el debate. Y cuanto más poder tengan las mujeres, más podrán intervenir e influir en ese debate con posiciones favorables a sus intereses.
1Este trabajo se realiza en el marco del proyecto de investigación “Colectivos en los márgenes: su exclusión por el Derecho en tiempos de crisis” (DER 2012-34320).
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