Las asociaciones de científicos buscaban más reconocimientos que aportes. La ciencia no constituyó el referente de la época:
Las asociaciones de letrados y naturalistas del siglo diecinueve fueron en su mayoría ficciones de la legislación, o fruto de la tendencia de formalizar grupos antes de que efectivamente funcionaran; la distribución simbólica de honores entre los socios más entusiastas era común, pero las ocupaciones no permitían la atención a las actividades científicas o intelectuales. En promedio funcionaban por periodos menores de dos años por carecer de recursos económicos, o por las contiendas políticas, pero primordialmente debido a las débiles vocaciones y orientaciones hacia la ciencia y el trabajo intelectual. (Obregón, 1989, p. 151)
La vocación agrícola era escasa y tenía coherencia con la baja productividad del campo, el poco desarrollo tecnológico y la alta concentración en la tenencia de la tierra. La escuela veterinaria emergió en Francia desde 1762, pero en la Nueva Granada no se percibía ni la existencia ni la necesidad de esta. El comercio exterior era un anhelo y la ausencia de planificación mostraba prioridades cambiantes; oro, quina, tabaco, café se sucedían al ritmo de las coyunturas (Becerra y Restrepo, 1993). Se puede concluir este capítulo con lo dicho por Obregón (1992):
Los aspectos científicos y tecnológicos, eran ajenos a la sociedad de la Nueva Granada; los dirigentes estaban atentos a los negocios y al análisis y vaticinios de los problemas y crisis políticas. Éramos una nación predominantemente rural, que consideraba como indignas las actividades del agro, los bajos niveles de alfabetismo fueron una constante. Reconocer la actividad científica como útil e importante, no fue lo representativo durante el siglo XIX. (p. 20)
*Este capítulo se estructuró con base en lo discutido en la Cátedra Lasallista 2010: “Miradas prospectivas desde el Bicentenario: Reflexiones sobre el desarrollo humano en el devenir de doscientos años” (Villamil, 2010).
Sector agropecuario, educación e institucionalidad*
El sistema más seguro de trabajar por el progreso y la riqueza del país, se basa en tres pilares fundamentales: el fomento de la agricultura moderna, la transformación de los métodos coloniales de nuestros agricultores y hacendados por otros más científicos y la educación de las generaciones jóvenes en los nuevos principios.
Juan de Dios Carrasquilla (1880, citado en De Francisco Zea, 2004)
Ante el fracaso de las llamadas industrias modernas (textiles, loza, vidrios, velas, fósforos, jabones y sombreros), el aprovechamiento de las ventajas competitivas del país era una necesidad. Durante el gobierno de Mosquera (1845-1849) y hasta bien entrado el siglo XX, la doctrina del libre cambio y el comercio internacional predominaron en las expectativas de la nación.
No obstante el desinterés por el campo, la economía colombiana tenía como sustento el incipiente sector agropecuario, por lo que la exportación de materias primas tomó un auge importante. Sin embargo, los comerciantes se limitaban a explotar los productos silvestres (dividivi, tagua o maderas preciosas) sin realizar resiembras, sin innovaciones tecnológicas y sin preocuparse por la permanencia y el mejoramiento de los recursos; los bosques de quina fueron saqueados sin misericordia.
Había interés en la clasificación, la descripción y la extracción, pero ninguno en la conservación y en la transformación. Tal vez por eso, a pesar de las buenas intenciones, fue difícil establecer escuelas y conformar la academia en el campo de las ciencias agropecuarias; la empresa agroexportadora no demandaba conocimientos científicos o técnicos aplicados a la producción y, además, los frecuentes conflictos civiles y la Guerra de los Mil Días truncaron iniciativas y desarrollos institucionales en agricultura, ganadería y educación veterinaria.
El agro en el siglo XVIII
En el siglo XVIII Bogotá era un virreinato pobre comparado con los de Perú y México. Había dos médicos y un grupo de curanderos para atender a una población de cerca de 20.000 habitantes. No había acueducto ni alcantarillado y eran comunes las enfermedades infecciosas por falta de higiene; la expectativa de vida estaba entre veinte y treinta años. En aquella época, las personas fallecían por enfermedades como el tifo, la viruela y la tuberculosis (Díaz Piedrahíta y Mantilla, 2002).
Se dividieron las tierras de los resguardos indígenas, se suprimieron los diezmos, se eliminaron los estancos, se abolió la esclavitud y se liberó el comercio. Los indígenas se transformaron en jornaleros; la burguesía utilizó la coyuntura para aprovechar las ventajas comerciales y administrar la rentabilidad de la tierra, pero no para generar cambios en la modernización de la producción agrícola o ganadera (Becerra y Restrepo, 1993).
Como se señaló, no había conocimiento ni interés en las llamadas revoluciones agrícolas observadas en Europa: el país estaba lejos de la primera revolución del siglo XVIII, relacionada con nuevas formas de utilización de los suelos, el tipo de labranza y la rotación de cultivos para eliminar barbechos y mejorar los sistemas de cría de ganado, de la selección de semillas y del empleo del caballo en la preparación de la tierra; pero más lejos aún de la segunda revolución de mediados del siglo XIX, caracterizada por la introducción de algunas máquinas, el uso generalizado de la tracción animal y el empleo de fertilizantes químicos; en otras palabras, distaba de la aplicación de las ciencias (mecánica, biología, botánica y química) al desarrollo de las técnicas agropecuarias, así como de la biología y la microbiología en el desarrollo ganadero (Bejarano, 1993).
De acuerdo con Kalmanovitz (1996), el siglo XIX se caracterizó por dos tipos de economía, fruto de la colonización:
Una economía terrateniente organizada a partir de la hacienda, que ocupó las tierras más fértiles y accesibles y que sujetaba a una abundante población arrendataria por medio de las deudas, el control político local y la ideología católica. El campesinado estaba sometido a periódicas faenas gratuitas “la obligación”, rentas en producto como los “terrajes”, rentas que combinaban un salario atrofiado y coerción extraeconómica, donde primaba la segunda, como el “concierto” o la “agregatura” y, finalmente, los “colonatos” de las inmensas haciendas ganaderas de las tierras bajas, tierras que eran entregadas vírgenes a los campesinos para que dos o tres años más tarde, después de sacarle varias cosechas de maíz, las entregaran habilitadas con pastos, para proseguir entonces a tumbar más selva y abrirle más pastizales al hacendado.
Una economía campesina subdividida a su vez en sectores de distinto desarrollo técnico, que ocupaba en su mayor parte las pobres vertientes andinas, con algunas tierras buenas que fueron resguardos indígenas. En el oriente santandereano y el occidente antioqueño se desarrollaron vigorosas economías campesinas y artesanales, cuya población estuvo compuesta principalmente por emigrantes españoles. Estos ocuparon tierras de regular calidad y tuvieron que enfrentar en más de una ocasión las pretensiones monopolizadoras de los terratenientes, pero en términos generales ganaron acceso a la tierra.
En Antioquia, en particular, se dio un proceso de colonización de tierras nuevas, desde fines del siglo XVIII hasta 1870 aproximadamente, que estaban tituladas; los colonos tuvieron que librar una ardua lucha contra la titulación colonial y republicana, que en 1863 casi alcanza visos de insurrección general contra las pretensiones de los herederos de los Aranzazu de cobrar rentas a los colonos. La región no dejó de contar con haciendas y parte de los colonos más ricos trajeron consigo aparceros, pero aun así se dio un avance técnico de los cultivos y la ganadería en pequeña escala, un gran desarrollo de las fuerzas productivas en la consecuente activación de relaciones mercantiles, una considerable movilidad de los trabajadores y las tierras, que probarían ser decisivos en la gran expansión cafetera de principios del siglo XX y que originó la total transformación del país. (Kalmanovitz, 1996)
Читать дальше