8.14 Hemos hablado ya de lo que se encuentra en la superficie. Hagamos un experimento.
8.15 Piensa ahora en tu cuerpo como la superficie de tu existencia, y contémplalo. Toma un poco de distancia de él, pues no es tu hogar. El corazón del que hablamos no mora en él, ni tú tampoco. Los cuerpos separados no pueden unirse en un todo. Se hicieron para mantenerte alejado de la totalidad y para convencerte de la ilusión de tu estado separado. Da un paso atrás. Visualiza tu cuerpo únicamente como la capa superficial de tu existencia. Es lo que aparenta ser, y eso es todo. De la misma manera que no permites que otras condiciones superficiales te oculten la verdad, tampoco dejes que tu cuerpo te impida verla. Aun cuando anteriormente no hayas encontrado la verdad, sí has reconocido aquello que no es la verdad. Tu cuerpo no es la verdad de quien eres, por mucho que aparente serlo. Por ahora, vamos a considerarlo el aspecto superficial de tu existencia.
8.16 Vamos a dar otro paso más, porque muchos seguís pensando que aquello que se encuentra dentro del cuerpo es lo que es real: tu cerebro y tu corazón, tus pensamientos y tus emociones. Si el contenido de tu cuerpo fuera lo real, el cuerpo también sería real. Del mismo modo que si una situación superficial contuviera la verdad, sería la verdad. Si tu cuerpo y lo que se encuentra dentro de él no son quien eres, te sientes como si te hubieras quedado sin hogar. Es necesario que te sientas así para que puedas regresar a tu verdadero hogar, pues si estuvieses encerrado en tu cuerpo y lo aceptaras como tu hogar, no aceptarías otro.
8.17 Tu “otro” hogar es el que sientes que has abandonado y al que sientes el deseo de regresar. Sin embargo, es donde ya estás, y no podrías estar en ningún otro lugar. Tu hogar está aquí. Crees que esto es incompatible con la verdad según la estoy revelando, la verdad de que el cielo es tu hogar. Pero no lo es. No existe un aquí en el sentido que tú le darías, de ubicar tu realidad en un lugar, en un planeta, en un cuerpo. Dios está aquí y tú perteneces a Dios. Éste es el único sentido en el que puedes o debes aceptar la noción de que aquí es donde perteneces. Cuando te des cuenta de que Dios está aquí, sólo entonces podrás afirmar con veracidad que aquí es donde perteneces.
8.18 Ahora que has tomado distancia de tu cuerpo, y estás participando en este experimento para reconocer el elemento superficial de tu existencia, quizás seas más consciente que nunca de encontrarte en un lugar y un momento concretos. Al dar ese paso atrás para observar tu cuerpo, esto es lo que verás: una forma que se mueve a través del tiempo y el espacio. Tal vez seas más consciente que nunca de sus actos y de sus dolencias, de su robustez o debilidad. A lo mejor te estés dando cuenta de cómo gobierna tu existencia, y te estés preguntando cómo podrías pasar incluso un momento sin ser consciente de él.
8.19 Esta experiencia de pérdida de la conciencia corporal se describió con gran belleza en Un curso de milagros como el “instante santo”. Tal vez no consideres que la observación de tu cuerpo sea la mejor forma de lograr esto. Pero al observar, aprendes a tomar distancia de lo que ves. Sin embargo, es necesario recordarte aquí que has de observar con el corazón, y no con la mente. Esta práctica contendrá una santidad, un regalo de visión que trasciende tu visión habitual.
8.20 Es posible que empieces por sentir compasión hacia ese cuerpo que durante tan largo tiempo has considerado tu hogar. Ahí va, una vez más, durmiendo y despertándose. Una vez más, alimentándose de energía. Una vez más, consumiendo esa energía. Una vez más, cansándose. Un día más recibes el día con saludos que residen en tu corazón. Cada día te dice que todo viene para pasar. A veces esto es motivo de regocijo, a veces de tristeza. Pero nunca puedes evadir el hecho de que cada día es a la vez un comienzo y un fin, que la noche es tan segura como el día.
8.21 A lo largo de estos días que se suceden, se mueven otros muchos cuerpos como el tuyo. Cada uno es diferente… ¡y hay tantos! A medida que te vayas convirtiendo en observador, es posible que te sientas abrumado simplemente por la magnitud de todo aquello que ocupa el mundo junto a ti. Habrá días en que esto te hará sentir como uno entre muchos, como un minúsculo peón de poca importancia. Habrá otros en los que te sentirás superior, como la culminación del mundo y de todos sus años de evolución. Habrá días en que te sentirás muy terrenal, como si éste fuese tu hogar natural y el cielo para tu alma. Habrá otros en los que sentirás todo lo contrario, y te preguntarás dónde estás. Sí, ahí está tu cuerpo, ¿pero tú dónde estás?
8.22 Aunque no puedas observarlos, te darás cuenta de cómo el pasado te acompaña a lo largo de tus días, así como también el futuro. Los dos son como acompañantes que durante algún tiempo acoges con agrado porque te distraen, pero que se resisten a abandonarte cuando quieres que se marchen.
8.23 ¿Dónde habitan este pasado y este futuro? ¿A dónde va el día cuando es de noche? ¿Cómo has de entender todas estas formas que deambulan por tus días junto a ti? ¿Qué es, en realidad, aquello que estás observando?
8.24 Se trata de tu representación de la creación, que comienza cada mañana y termina cada noche. Cada día es tu creación, sostenida por el sistema de pensamiento que le dio origen. Observar esto es ver su realidad. Ver esta realidad es ver la imagen de Dios que tú has creado a semejanza de Dios. Esta imagen se basa en tu recuerdo de la verdad de la creación de Dios y en tu deseo de crear como tu Padre. Es lo mejor que sabes hacer, teniendo en cuenta tu mala memoria. Aun así, es mucho lo que te dice.
8.25 Todo se sostiene por medio del sistema de pensamiento que le dio origen. Y existen sólo dos sistemas de pensamiento: el de Dios, y el del ego o del ser separado. El sistema de pensamiento del ser separado lo ve todo a través de la separación. El sistema de pensamiento de Dios lo ve todo a través de la unidad. El sistema de pensamiento de Dios es de permanente creación, renacimiento y renovación. El sistema de pensamiento del ego es de permanente destrucción y desmontaje, descomposición y muerte. Y sin embargo, ¡cuánto se asemejan entre sí!
8.26 ¡Qué propio de la memoria es el pensar que se recuerda algo hasta en el más pequeño detalle, sin tener idea de qué se trataba en realidad! Los recuerdos siempre acaban deformados y distorsionados por lo que tú quisieras que fuesen. Todo el mundo ha tenido al menos un incidente largamente recordado que, una vez expuesto a la luz de la verdad, resultó ser una mentira de estrafalarias dimensiones. Son los recuerdos de los seres queridos que estabas convencido de que querían hacerte daño cuando en verdad lo único que querían era ayudarte. Los recuerdos de situaciones que creías destinadas a ponerte en evidencia, o a destruirte, y que en verdad tenían el propósito de enseñarte lo que necesitabas aprender para llevarte al éxito del que ahora gozas.
8.27 Así es que tu recuerdo de la creación de Dios es un recuerdo que conservas hasta en el más pequeño detalle, y sin embargo los detalles enmascaran la verdad hasta tal punto que toda la verdad se entrega a la ilusión.
8.28 ¿Cómo puede ser que te muevas por el mismo mundo día tras día, en el mismo cuerpo, que observes muchas situaciones similares, que te despiertes ante el mismo sol que sale y se pone, y que sin embargo vivas cada día de forma tan distinta que un día te sientes feliz y otro día triste, un día sientes esperanza y otro desesperación? ¿Cómo es posible que aquello que se creó tan a semejanza de la creación de Dios sea tan opuesto a ella? ¿Cómo puede la memoria engañar los ojos de esta manera, y sin embargo no engañar al corazón?
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