John Henry Newman - La idea de una universidad

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La obra
The Idea of a University es considerada un clásico y referente ineludible en el tema de la educación superior. La colección de discursos escritos por el cardenal John Henry Newman en 1852 con ocasión de la fundación de la Universidad de Dublín, trazan con maestría los propósitos y objetivos que deben sustentar una universidad y conservan plena vigencia hasta hoy.El destacado humanista y académico de la universidad de Oxford aborda temas que fueron polémicos en sus días y que continúan encendiendo el debate, como el desarrollo del pensamiento y la cultura de los estudiantes, la educación liberal y el valor del conocimiento como un fin en sí mismo.Newman sitúa a la filosofía como fundamento del saber y de la búsqueda de la verdad y explica de qué manera están conectadas las ciencias, con la teología como principio unificador de todos los demás conocimientos.Esta traducción editada rescata las ideas principales del cardenal Newman y constituye una oportunidad única para profundizar en las ideas sobre la educación superior y conocer un poco más a uno de los más grandes intelectuales del siglo xix.

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DISCURSO 2

La teología como rama del conocimiento

IDEAS CLAVES

Tendencia a la exclusión de la teología del currículo – Inconsistencia lógica de omitir la teología si se enseña conocimiento universal – La existencia de Dios como verdad tanto del orden natural como del sobrenatural – La teología como la ciencia de Dios – Discusión sobre la esencia del Ser Supremo – La doctrina católica sobre la fe en Dios – Visiones erradas acerca de la concepción de Dios – Religión y sentimiento – La religión como un acto del intelecto – La teología como conocimiento propio del currículo universitario

Retomando las cuestiones que he planteado en el primer discurso, me referiré ahora a dos puntos de especial importancia: por un lado, si es que es consistente con la idea de universidad excluir la teología de las ciencias que se enseñan y, por otro, si es que estas ciencias y disciplinas, consideradas útiles, deben ser su principal prioridad en desmedro de los estudios liberales y el ejercicio mental que ellos conllevan.

1.

Como su mismo nombre indica, una universidad [Del lat. universı ˘ tas, -atis ‘universalidad, totalidad’] es un lugar donde se imparte conocimiento universal, y la teología es por cierto una rama de este conocimiento tan importante como cualquier otra. ¿Cómo es posible, entonces, que una universidad que afirma enseñar todas las áreas del conocimiento, excluya la teología de las disciplinas que dicta?

El concepto mismo de universidad es incongruente con las restricciones de cualquier tipo, ya que lo más propio de ella es su universalidad y es precisamente eso lo que la distingue de otras instituciones educacionales. Si consideramos que la noción de universalidad se deriva de la invitación que hace a todo tipo de estudiantes, la exclusión de cualquiera de las áreas del conocimiento supondría también una exclusión de quienes desearan seguirlas.

¿Sería lógico, por lo tanto, que una institución se llamara a sí misma universidad si es que excluyera la teología? Si así lo hiciera, se entendería que la religión no hace ningún aporte al conocimiento real o que en esa universidad se omite una rama importante del saber; se podría concluir entonces, que en dicha institución se sabe poco o nada del Ser Supremo y, en consecuencia, no debiese llevar el nombre de universidad. Por lo tanto, los académicos que no comparten aquella creencia, debieran consentir que esta sería una gran omisión.

2.

Cuando los seres humanos se juntan con un objetivo común, tienen que sacrificar muchas de sus opiniones y ambiciones individuales, y dejar de lado las diferencias menores que haya entre ellos. Por ejemplo, si dos personas quieren vivir juntas deberán negarse a sí mismas en algunos aspectos. El acuerdo es el primer principio de la convivencia, y cualquiera que imponga sus derechos y emita opiniones sin tolerar las de su vecino, pronto tendrá todo para sí mismo, pero nadie con quien compartirlo. Por cierto, existe un límite obvio para estos acuerdos y es que las concesiones deben ser las “mínimas”, debido a que todo obstáculo que ponga en juego ese objetivo principal va en contra del principio de convivencia.

Del mismo modo, cuando un grupo de personas se unen con el objetivo de cultivar el conocimiento universal, quizá tendrán que sacrificar algunos de sus deseos, su placer, su comodidad, o incluso su reputación, su dinero o sus intereses políticos, pero no el conocimiento mismo, ya que este es su objetivo común. A pesar de ciertas renuncias en lo personal, deberán aprender a defender sus propias opiniones, lo que no quiere decir que no puedan cooperar con otras personas que defienden ideas distintas, sino que tendrán que velar para que el conocimiento como tal no se vea comprometido. Este modo de proceder debe aplicarse también al concepto de universidad.

Si una entidad dice cultivar el conocimiento universal, pero no enseña nada sobre el Ser Supremo, se puede inferir que quienes defienden tal institución piensan que nada se sabe realmente sobre Él y que tal conocimiento no es un aporte al acervo del saber general que ya existe. Por otro lado, si dicha institución, que profesa todas las ciencias, tiene un conocimiento del Ser Supremo y deja de lado su estudio por medio de la teología, tal institución no puede ser llamada universidad y, por tanto, un Ser Divino y una universidad no pueden coexistir en tales circunstancias.

3.

Para muchos, esta puede parecer una afirmación tajante, pero ella se sobrentiende en el marco en que además existen muchas otras esferas del conocimiento, como el humano, el divino, el sensible y el intelectual, entre otros. Una universidad debiera integrar todas las ramas del saber, considerando el enfoque de cada una y, al incluirlas, debiera contemplar estudiar y ordenar cada una de ellas en relación a las otras. Por lo anterior, no puedo referirme al tema del conocimiento de una universidad excluyendo la ciencia de la religión, entonces les pregunto: ¿se limita el conocimiento universitario a la evidencia que captamos por medio de nuestros sentidos? ¿Debemos excluir la ética por ser intuición, la historia por ser testimonio, la metafísica por ser razonamiento abstracto? ¿Acaso no recibimos el conocimiento de la existencia de un dios mediante el testimonio de la historia? ¿No fue él inferido por un proceso inductivo, adquirido por una necesidad metafísica, deseado como una sugerencia de nuestra conciencia? La existencia de Dios es una verdad de orden tanto natural como sobrenatural.

He dicho suficiente con respecto al origen del conocimiento de Dios. Ahora, una vez que se alcanza este conocimiento, ¿cuál es su valor? ¿Es una verdad universal? Digamos que no hay ninguna otra idea religiosa además de esta, y ya es suficiente para rebasar nuestras mentes. La palabra “Dios es una teología en sí misma”; indivisible e inagotable en la vastedad y sencillez de su significado. Admitamos que Dios existe y estaremos introduciendo entre los temas de nuestro conocimiento un hecho que abarca, integra y absorbe todos los otros hechos concebibles. ¿Cómo podemos investigar cualquier otra parte del conocimiento sin adentrarnos en aquello que penetra en todo orden de cosas? Todos los fenómenos convergen en esta verdad; la primera y la última. Parece fácil dividir el conocimiento en humano y divino, en secular y religioso, y decir que nos vamos a referir a uno sin interferir con el otro, pero en realidad es imposible. Es un hecho que la Verdad Divina difiere de la humana y que las verdades humanas difieren entre sí; del mismo modo, el conocimiento del Creador es de un orden distinto al conocimiento de una criatura, así como también la metafísica difiere de la física, de la historia y de la ética. Así, si excluimos y empezamos a despedazar lo divino, pronto comenzaremos a fragmentar la unidad del círculo del conocimiento humano.

“Admitamos que Dios existe y estaremos introduciendo entre los temas de nuestro conocimiento un hecho que abarca, integra y absorbe todos los otros hechos concebibles.”

Hasta aquí me he referido sencillamente a la teología natural, pero está claro que mi argumento es aún más fuerte cuando se trata de la Revelación. Consideremos que la doctrina de la Encarnación es verdad: ¿no es al mismo tiempo un hecho histórico y metafísico? Consideremos también la existencia de los ángeles, ¿no es este conocimiento del mismo tipo que la aseveración del naturalista que admite que millones de seres vivos coexisten en la punta de una aguja?

Quienes creen en la verdad de estos y otros hechos religiosos como creen en la verdad de la ley de gravedad, pero consienten en su exclusión de la universidad, es porque de manera erróneamente consideran que esta no tiene nada que aportar al conocimiento del origen del mundo o del fin del ser humano, o peor aún, que, creyéndolo, no se atreven a reconocerlo.

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